27 lunas

 Título: 27 lunas 


Las estrellas se alinearon el día de tu nacimiento, Ishtar. Por lo tanto, eres la elegida para esta misión. La sangre káiser corre por tus venas, no hay más tiempo de espera, tienes que ir al bajo mundo y destruir al licántropo mayor de las veinte y siete lunas. - le dijo la voz omnipotente del dios Daneus. Ella sabía de antemano que su destino era destruir la nueva casta de descendientes de Uriens, por ser la única diosa en poseer sangre de plata y, la única con poderes para transformarse en cualquier deidad o un ser terrestre. Uriens tenía su clan con varios años de existencia y manadas por todo el mundo. Uno de los linajes más fuertes y agresivos que, bajo el poder en conjunto de las veinte y siete lunas esperan tomar a voluntad la forma de un Yazza, un lobo humanoide, el más grande de los lycanos para destruir la humanidad. Uriens coleccionó todas esas lunas desde el plano eclíptico, las cuales, fueron enviadas por su padre un Grigori (ángel oscuro) desterrado de la sexta dimensión. Ishtar debía actuar con mucha cautela y rapidez, porque precisamente esa noche de la última luna, sería la reunión de todos los licántropos bajo el poder de sus destellos rojizos. Ella sabía dónde encontrarlo. No estaba muy lejos, en el bar de Seyyah. Su debilidad eran las rakkasahas turcas, seguro se encontraría rodeado de ellas gastando su energía libidinosa. Al llegar frente al majestuoso bar, sacudió su dorada cabellera y caminó ondeando las caderas. Su tez nívea bajo las prendas transparentes que vestía esa noche destellaban sensualidad. Un hombre alto de puro músculo y ojos negros de mal presagio la detuvo y preguntó: - ¿Quien eres? - - Soy Ishtar, la enviada especial desde Estambul para tu señor. - respondió, a través del velo bordado con perlas y zafiros que cubría su rostro. Cuando entró a la inmensa antesala de marquesita blanca, ella sonrió y se guió directo hasta él, donde se encontraba acostado sobre varios cojines. Complacido al verla llegar se levantó para observar su cuerpo. «Oh, por dios, es una diosa.» pensó. Ella observó cómo sus ojos fulgurantes brillaban con un esplendor espeluznante. Uriens dio la señal a sus rakkasahas para que le dejaran solo. Él se aproximó a ella con cautela, como si supiera instintivamente que debía acercarse con cuidado a la nueva adquisición. - ¿Satisfecha de ser mi nueva acólita? - pregunto, sin rodeos ni vacilaciones. El plan empezaba a gestarse. No podía negar que Uriens era un hombre arrogante, impresionante en lo físico y de libido imparable. Continuará...


     

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