Crónicas de Serendipity

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Región de Lakvera, Otoño. Dos años atrás.

Rosas de Şharnlin


—¿En qué piensas? —preguntó Ivonnè.

Velhagen no dijo nada como respuesta. Simplemente la miró largamente, esperando quizá que apartara la vista en un gesto de inseguridad o desconcierto. Sin embargo, ella no podía dejarse intimidar por su mirada cautivadora. Él la recorrió con lentitud, recreándose en cada una de las curvas que su ropa de cuero negro le dejaba apreciar, desde los pechos que insinuaban unos duros pezones apretándose contra el ceñido corsé, y la falda corta que mostraba parte de su cadera, sosteniendo una fina y larga espada.

—¿Cuánto falta para llegar? —preguntó ella, sin esquivar su mirada intensa y penetrante. —Todavía falta mucho — respondió el guerrero. —Hay que pasar por la montaña Łysica, lugar donde se solían reunir las brujas de Lankashire, según cuenta la leyenda. —¡Ya! ...tú todo lo crees, sigamos adelante — respondió incrédula.


Velhagen gruñó como si fuese un niño dolido.


¡Espero que encontremos una!

¡Ojalá! No sabes lo harta que estoy de ver tantas rocas y arbustos. ¿A ti no te pasa lo mismo? 

—No. Estoy acostumbrado.

—Bien, de ser así, partamos. Nos hemos retirado demasiado de nuestro territorio. Es peligroso permanecer por este rumbo. 

—Entonces, ¿qué sugieres? —le preguntó. 

—Tú eres el guía, ¿no?

—De acuerdo. Pero tomaremos un atajo, es más placentero ir por la ruta de las cascadas. —dijo Velhagen, de forma muy sensata. 

—¿Las cascadas? No, allí corremos el riesgo de terminar en el territorio de los Kunos —observó la princesa guerrera—. Si este camino conduce a la montaña, en algún momento nos toparemos con ellos… prefiero las brujas a esos malditos bárbaros.


¡Calmate! Haremos otro desvio por el lago de los Cisnes Negros —la interrumpió él —, y abremos adelantado un dia. 

—Si tú lo dices...


Al atardecer de aquel día y sin dar con ninguna aventura, llegaron a las cercanías del pueblo de Lakvera. Ya habían avanzado bastante pero todavía les quedaba camino antes de llegar a su destino; así que azotaron los corceles para que éstos volaran por el bosque. Sin previo aviso, un trueno ensordecedor estalló acompañado de una fuerte y estruendosa lluvia, tan fuerte que tuvieron que buscar un sitio donde guarecerse. Los relámpagos iluminaban las nubes que habían oscurecido el cielo. 

—Lo que nos faltaba —masculló ella, entre dientes.

¡Anochecerá en una hora! Tenemos justo el tiempo para buscar refugio. —sentenció el guerrero, mientras el agua resbalaba por su capa y casco metálico.


Velhagen alzó una de sus manos y la puso en su frente para protegerse de la lluvia y miró a su alrededor.

—Ahí, a la derecha.  —dijo después de unos minutos. 

Después de bordear un estrecho sendero, Ivonnè deslumbró a pocos metros un establo viejo y abandonado por el paso del tiempo, pero que sería perfecto para refugiarse de las ráfagas, cargadas de agua, que deshojaban las ramas de los árboles sacudiendolas con fuerza. 

—¿Será seguro? 

—Podría serlo. ¡Vamos a comprobarlo!


Se aproximaron al cobertizo. Él abrió la pesada puerta oxidada, y exploró primero el lugar en busca de un mechero.  Todo se veía sombrío, no habían animales, más que solo telarañas y paja. —Veo despejado, creo —susurró—. 

—¿Oh no, nos quedaremos aquí? —él asintió —.

Será mejor que nos vayamos a dormir y que partamos mañana al amanecer —añadió—. Luego, ya veremos.

 —Tienes razón. Vayámonos a dormir. Mañana veremos las cosas con más claridad.

Los jóvenes esparcieron la paja de los fardos pequeños por el suelo y se tumbaron uno cerca del otro.


No había pasado aún una hora cuando las pisadas suaves de los cascos sobre la hierba llamaron su atención.

—Se acercan jinetes. —apaga la mecha —. Yvonnè se levantó inmediatamente. Cuatro jinetes se habían detenido a unos metros de distancia y miraban alrededor. —Maldita sea… —murmuró en voz baja —. ¿Qué vamos hacer?

—Depende de ellos. Esperaremos en silencio. Puede que solo vayan de paso. —¿Cuántos más habrán? —Es una buena pregunta. —replicó con calma.

Los jinetes se pusieron en movimiento y avanzaron por el estrecho sendero que serpenteaba colina abajo, a paso lento. Cuando pasaron cerca de las higueras, vieron que todos estaban armados. Sin embargo, no llevaban la mano en la empuñadura de la espada.

—Pueden ser milicias o mercenarios. —Ya veremos.

Velhagen volvió a centrar su atención por la hendidura de la puerta. Luego sonrió y, con un gesto de mano, le indicó que los corceles habían desaparecido loma abajo.

—Descansa. Yo haré guardia ésta noche —dijo—apoyando la espalda contra la madera carcomida y perforada por los elementos de la naturaleza.

—Tengo frío... —se lamentó ella. —Él se quito instantáneamente su capa y se la puso encima de los hombros.

—Está húmeda, pero te podría dar algo de calor. —dijo —. Ella se colocó un mechón de pelo mojado detrás de la oreja y dijo: Gracias. ¿Tu no tienes frío?

—No tengo frío. —respondió con seguridad. —Bien. Te creo. —Estoy muy bien. De verdad —. Él esbozó una media sonrisa.

Velhagen se sentó sobre los fardos de paja seca y polvorienta.

Yvonnè se acomodó junto a él, apoyando su espalda en el respaldo de un taburete. La princesa estaba tan cerca que podía sentir la fuerza y el calor de su cuerpo, de aquellos ojos azules que le transmitían todo lo que sabía que reflejaban los suyos propios. Él sonrió, recorriendo el rostro, fijándose en cada detalle de sus rasgos.


Él solo deseaba sentir los labios de ella acercándose a la suya.

Yvonnè trató de desviar el gesto tocando nuevamente el tema que le incomodaba al guerrero.


—Entonces... —dijo ella con voz suave —¿me vas a contar el final de la guerra? —Ya sabes que está vetado el tema —dijo seriamente —. Pero ya que insistes.


La sangre de las hechiceras Yelénicas se fusionaba con la sangre de los guerreros Bärbares. La feroz batalla dejó apilados miles de cuerpos mutilados, descuartizados, formando montañas en las que era imposible distinguir a los unos de los otros. Sabíamos que era imposible derrotarlas, estas guerreras eran fuertes, especializadas en combate, usaban serpientes venenosas como lanzas, y sus escudos eran cabezas de tigre. Este clan de mujeres salvajes, reinaban sobre la región de los manglares y fauna indomable de las islas Zophora. El Zhamaín, al darse cuenta de que eran extremadamente poderosas, ordenó que uniéramos nuestras fuerzas pidiendo ayuda a la diosa de las divinidades Maâte. Ella escuchó y nos dio el poder de su aura, partiéndose en miles de fragmentos, los cuales entraron en nuestros cuerpos, haciéndonos fuertes e invencibles con su energía.


—¿Pero qué buscaban?


—El Códice de Ezthra Zerai que poseen los collares y brazaletes de nuestros antepasados. Cada uno de ellos pertenece a un sacrificio, para reforzar la relación con los dioses Käattes y las diosas Maâttes. Para las hechiceras, son armas invocadoras, que permiten abrir portales mediante la energía vital que contienen las alhajas.


Yvonnè escuchaba detenidamente la historia sin hacer gesto o comentario alguno, únicamente mantenía la mirada fija y profunda en los ojos del guerrero.


—Después de una dura batalla pudimos finalmente derrotarlas, gracias a la ayuda de las diosas —dijo—. Sin embargo, toda mi familia fue eliminada por la hija de la hechicera mayor. Siento que todo es mi culpa, quizá si yo no hubiese caído en su trampa nada de esto habría pasado, todas esas muertes...


—Lo que pasó no fue tu culpa, Velhagen —le dijo ella callándolo al poner dos dedos sobre sus labios. —.


—No huí. Solo sé que... me alejé al galope sin rumbo fijo. Necesitaba alejarme de toda esa pesadilla, y, en especial, el recuerdo de mis padres —. Ella enmudeció y se mordió el labio con gesto pensativo. —El destino te guío a Serendipity.

—Puede ser —respondió —, la lluvia está amainando, vamos a dormir.

Se acostaron sobre la paja tibia puesta en el duro suelo. Ella recostó la cabeza sobre su pecho y él la abrazó sin ser capaz de quitar los ojos de la luz. En segundos cerraron los ojos y reinó un profundo silencio, acompañado por el ruidoso graznido de unos cuervos.


¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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