Crónicas de Serendipity

El ritual había empezado. El círculo mágico estaba hecho. Las llamas crepitaban a su alrededor, mientras ella comenzaba a murmurar con los brazos extendidos y las manos girando en espiral. El rojo, amarillo y azul de la fogata, danzaban en las pupilas de todos los que estaban en el lugar. Cuando hubo dicho todo lo que se requería, de un pomo, saco unos polvos negros que espacrcio por las llamas. 


—¡Näita mast Rotghoul! —exclamó. 

La llama chisporroteó amenazante y se apagó como un fuego salpicado por la lluvia. Varias volutas de humo negro mancillaron la atmósfera. 

—¡Maldita sea! —gritó Luciferina, un poco consternada porque la llamarada ya había mostrado las horrendas facciones del druida maléfico. 

—¿Algo va mal?, — murmuro Ferphasia. 

—Estaba a punto de preguntarte lo mismo, —contesto Ifraphasia mientras sostenia en su mano el libro EngroMante de hechizos negros.  

—Opino lo mismo. Algo estoy haciendo mal —espetó, la hechicera.

—Relájate, busca otro hechizo. 

Ella innovó el sortilegio. Cuando todo estuvo listo, comenzó de nuevo y, lanzando más polvos, exigió:


—¡Huppa HoulRotg! ¡Huppa HoulRotg!


Su hechizo salió, pero no funcionó como ella lo esperaba. La fogata explotó a unos pasos de ella, de frente, con un gran llamarada anaranjada como el Ave Fénix. No perdió el conocimiento, pero se encontró elevada y flotando, de pie, con los brazos colgando. No estaba gravemente herida, pero su ropa se cubrió en llamas. Ella gritó y se sacudió con conmoción y horror. Ferphasia alzó el brazo hacia su madre y, al hacerlo, casi se quema las manos. La bata blanca de Luciferina estaba ardiendo en varios sitios y tenía pegado un olor a acre, ¡las llamas habían chamuscado su cabello!


—¡Expequallius! ¡Expequallius! —logró gritar la gemela mayor, mientras apuntaba  su varita  Albus y la hacía brotar agua.  

—Madre, ¡es muy complicado!, debes parar esto.

—¡Maldita sea! Necesito más velocidad y destreza con los siete colores de las llamas—dijo gritando y maldiciendo. Estaba cubierta de pies a cabeza por un hollín espeso. Luciferina descendió lentamente, permaneció inmóvil un momento mientras las palabras de Ferphasia daban vueltas en su cabeza. Se sacudió el cabello chamuscado, y el hollín cayó en espirales formando pequeñas nubes negras. 


Si deseaba que el Druida de las Esferas Negras tuviera una transfiguración, significaba que tenía la intención de entregar su cuerpo de carne al demonio. Ella ni siquiera sabía en qué parte de la invocación había fallado. «Quizá necesito integrar más colores druicos» pensó. Volvió a maldecir en sus adentros. 

¡Tengo una idea!... —. dijo Ferphasia —. Podríamos usar los hongos hochstetteri, su vívido color azuleno es único y mágico.


Un murmullo recorrió entre los miembros.  


Luciferina se paró en seco al fijarse en su hija, reparando por primera vez en sus ojos. Unos ojos penetrantes que transmitían poder. No encajaban en aquella cachorra pequeña e inocente. La opción que planteó la joven a su madre no era la que ella había contemplado. Sabía que era muy difícil encontrarlos Conos Rosados, pero aceptó porque no quería ponerse a discutir cuando tenía un segundero constante en su cabeza, informando de que el tiempo no se paraba y mucho menos para la festividad del Samhain.


—De acuerdo —contestó, haciendo una mueca.

—Bueno, hay cosas que hacer —dijo y salió del Círculo de Invocación mientras se ajustaba el cinturón con su estoque. Luciferina aceleró el ritmo para ponerse a la par de Ferphasia y ambas avanzaron todo lo rápido que les permitían sus pies hacia el bosque.


Caminaron a lo largo de un sendero boscoso de árboles cuyas copas se unían formando un arco repleto de hojas amarillentas. Avanzaban en silencio, con lentitud, juntas pero absortas en la búsqueda de aquellos hongos mágicos, con la mirada perdida en las profundidades verdosas entre los matorrales. Al cabo de varias horas, las brujas se habían dispersado, una a una. Pero Luciferina ya estaba preparada. Detuvo la marcha y tomó otra ruta. Jamás había regresado a ese bosque y durante mucho tiempo tuvo pesadillas con ese lugar. Continuó abriéndose paso entre la maleza y los arbustos espinosos crecían con mayor profusión en el interior del bosque. Cuando se detuvo al final del sendero, se quedó flanqueada por macizos de helechos más altos que su cabeza. Se abrió paso, apoyándose con fuerza en su báculo de cerezo. Finalmente se encontró con la vieja cabaña; seguía estando igual que la última vez que la vio, las mismas maderas carcomidas.


Se planteó por un momento la posibilidad de cambiar de ruta y regresar, pero, dado que había llegado aquí inesperadamente, no pretendía regresar, tenía que continuar explorando. ¿Dónde están los demás? se preguntó. En ese instante, apenas divisó unas roscas azules y corrió hacia ellas.  Mientras contemplaba los hongos silvestres de color azul que ondulaban bajo la brisa, una figura la observaba desde lejos.


—¡Mira! ¿Quién será? — grito Velhagen.

—¿Qué será qué? —preguntó Yvonnè.

—Esa silueta por los dos menhires que están cubiertos de musgo y maleza. ¡Mira! Ahí va de nuevo, va flotando. Tenemos que saber qué es. 

—¿Es necesario? —susurro Yvonnè.

—Claro, es preciso —repuso For´núfar —. Podría ser alguien que nos ayude.


El chico viró a la izquierda, saltó veloz sobre el borde del arroyo, atravesó por entre los arbustos y fue a parar a una cabaña. Era una estancia grande. Había varios cajones de madera y cestos de mimbre. El hedor era insoportable; era una mezcla de polvo, humedad y moho, con los aromas de los manojos de hierbas que colgaban de las vigas. Había unos escudos descoloridos apoyados contra una tina de barro, de la que sobresalía un manojo de lanzas llenas de telarañas.


Fue entonces que Velhagen notó a una sospechosa figura emergiendo desde una luz magenta. 

—¿Quien eres tu? —interrogó.

—¿Ya me olvidaste tan pronto?

—¿No estás hablando en serio, verdad? —preguntó, apretando el puño, pues aquella escena no le transmitía demasiado agrado. 

—¡Soy Luciferina de Drakemorph! —dijo.

 

Y guardó súbito silencio.

Sus palabras retumbaron en aquella estancia. Aquel desconcierto, aquel momento le había hecho despejar la mente del guerrero. Fue a encarar la figura y entonces notó como no podía avanzar. Los manojos de hierbas súbitamente se habían lanzado a su cuerpo, apresándolo.


—¡Te entregaré al Zhamaín, Luciferina! —. La voz del guerrero rugió como la mar encrespada. La miró atentamente y comenzó a decir algo ininteligible, para deshacerse del embrujo. 

—¡Y que lo digas! —añadió haciendo una mueca.


Una cadena gruesa y pesada se enrroscó a su cuello, dándole un tirón hacia atrás como si fuera un perro. Velhagen gruño. Sus ojos se clavaron en la escena que tiene ante sí «¿Qué demonios? ¿Cómo era posible que hubiese sobrevivido tantos años al ataque de las hechiceras Yelénicas? »pensó. 


—Vamos, ¿Quieres vivir para siempre? Tendrás que dejarme pasar —dijo Luciferina mientras agarraba los cilindros que colgaban de su cinturón. Con un hábil giro de muñeca hizo girar una de ellas y la disparó al aire, formando una espiral azul de humo que envolvió al guerrero. 


En segundos el puño de For´núfar lanzó un hechizo de tierra:

—¡Terrus Speralis! —grito. El suelo alrededor de los pies, se volvió en un pantano y se la empezó a tragar poco a poco.  Ella comenzó a entonar un hechizo que la convirtió en ave y salió volando.

—Eres muy bueno, chico, ¡has utilizado un hechizo de las Valquirias Nocturnum! ¿cómo te llamas? —dijo, mientras se transformaba hasta adoptar su forma humana en otro lugar. 

—¿En serio? —dijo estupefacto, —no te daré mi nombre maligna mujer. 

—Bueno, da igual. Al menos por ahora, —gruñó. Luego en un chasqueo de sus dedos, lo convirtió en un Hurón.


El corazón de Velhagen brincó al escuchar su voz, pues fue entonces cuando la reconoció. ¡Era ella!, pero no como la recordaba. Ahora era una mujer mucho mayor, pero más bella, déspota, frívola, completamente diferente. Yvonnè, a su lado, no se atrevía a hablar y contemplaba la escena con la boca abierta. Velhagen con sumo cuidado se acercó a ella.



¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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