Crónicas de Serendipity

Los cuatro corrieron por el laberinto de cámaras y pasadizos escondidos. Tityus se movía, frenético, hasta que el pequeño insecto señaló una gran grieta profunda en la pared de roca dolomita. Usküdar se acercó, pero los adoquines no eran en forma de diamantes.

—Este no es el lugar —anunció decepcionado.

—¡Tiene que ser alli! Tityus nunca se equiboca— insistió la Drinfa.

—¡Fuera, alimañas! ¡Fuera!— gritó de repente Garth, tratando de sacudirse un ciempiés que tenía en la ropa.

—¡Debe haber otra entrada! —sugirió Zarth.

—¡Si la hay! —, la entrada cerca del muelle que fue sellada hace años —dijo ella.

—¿Y ahora qué?

—Ahora,  vamos a averiguar que hay al otro lado del muro. ¡Hazte a un lado!  —le ordenó. 

Ella empezó a conjurar un breve hechizo, invocando un arcano para romper la hendedura en el paredón. Cuando se hallaba a mitad de la conjuración, fue interrumpida por el revoloteo de minúsculas orugas blancas como la nieve, eran larvas voladoras del hielo, que vivían en las paredes de las cuevas apareandose.


—¡Cuidado! —grito Zarth. Su voz sonó como un trueno del cielo. 

—Ay, Yashh —. Murmuró Usküdar para sí mismo. En su mente sólo imploraba para que fuera la última vez que necesitaría estar en una cueva corriendo por enormes e infinitos pasillos matando engendros.


De improviso, lo que menos Usküdar deseaba ver: Era Agnator, allí parado frente a él. No decía nada, no se movía, solo lo miraba directo a los ojos como esperando que hablara. 

—¡Criatura del averno! —espetó asombrado.


Antártika había hecho a aquellas criaturas con el poder de regeneración por si solas, pero no lo suficiente como para ganar a un elfo Mandrágora. Usküdar saltó delante del ogroide con su espada. Agnator levantó las manos y le mostró sus largas y afiladas garras. No se dejó imprecionar. Usküdar flexionó las piernas y esperó el ataque del engendro. Habitualmente no le gustaba utilizar el poder de sus ancestros, pero ahora estaba obligado. La magia de Dyõm nunca le había fallado.


El súcubo se balanceaba adelante y atrás sobre sus pies como si intentara decidir cuándo atacar. De pronto, saltó sobre él y utilizó sus letales garras para atacar sus brazos. El elfo liberó un grito y clavó su letal espada en el pecho de la criatura. Pero ante su sorpresa, la herida comenzó a auto regenerarse.

—¡Maldito súcubu! te mataré en cualquier momento —gruño encolerizado.

—¡Patético humano! —respondió con ojos centelleantes como brasas.


Después, inesperadamente, una extraña luz blanca apareció en sus ojos, ¡como los malvados ojos de las bestias gélidas! Un fuerte soplo de viento helado salió disparado hacia Usküdar, justo a tiempo se agachó, pero su espada recibió el impacto y su brazo se entumeció al momento. La imponente cantidad de caos generada por la inmensa fuerza lanzó al elfo a varios metros de distancia, girando como una esfera a través del aire, impactando en las paredes. Usküdar tenía que lograr controlar su inevitable poder de congelación. Difícil situación, porque este era un hechizo que sellaba el poder Dyõm de su medallón.


Y aquello no era buena señal.


Justamente en ese instante, Usküdar, confiado de sí mismo, embestía de forma imprevisible y salvaje, mientras su voz no flaqueaba conjurando el hechizo de su espada. Entonces oyó que el ogroide mascullaba un idioma extraño seguido de gruñidos y siseos. Al instante todos comenzaron a sentir un temblor en la tierra, vibraba a ritmos colapsados, y los hacía dar pequeños saltos, las rocas del subterráneo parecían desencajarse.

—¡Cuidado con las rocas! — gritó Garth.

—¡Cubranse! —exclamó Zarth—. Un espasmo contrajo las orejas puntiagudas del elfo.


Una borrasca trajo consigo los montículos de piedras que cayeron sobre de ellos. Zarth cayó desplomado luego de que una roca impactará en su hombro. Todo había sido tan rápido, tan incontrolable que, Aïgana no tuvo tiempo de convocar otro conjuro Kabalistič, y quedó bajo los escombros como una lagartija seca y empolvada. Garth era plenamente consciente de lo poderoso que era Agnator, su sola presencia y el aspecto tan tétrico como la muerte lo intimidaba.


Pero no había tiempo para el miedo. Uno de sus anillos se convirtió de pronto en un ojo escarlata que brillaba al abrirse y cerrarse, siguiendo los movimientos del ogroide.

—Yo que tú no haría eso — le advirtió Agnator. Ingnorando sus palabras, Garth dio dos vueltas a su anillo Espectral, usando la yema del pulgar. Un estrépito enorme de esferas en llamas y una bola de fuego volarón y se acercarón todavía más que las otras; fue entonces cuando Agnator respondió con hechizos de contención que impidieron los siguientes ataques. Enfurecido, removió las flamas enganchadas a sus músculos, y se sacudió la brasa atrapada en su cabello revuelto. El engendro no mostró signos de aminorar sus ataques, e incluso de sentir algún dolor en absoluto. Había un único pensamiento en su mente, con un único objetivo en su mira. Matar a sus oponentes.


Agnator chasqueó los dedos para dar el golpe final. La bestia lanzó un latigazo gélido. Garth sintió las quemaduras de hielo cuando el azote se enredó a su alrededor, y lo arrojó por el espacio cavernoso. Su espalda quedó maltrecha después de aquel impacto sobre las piedras de la cueva. Lejos de sentirse atemorizado por tal circunstancia, giró en su dedo otro anillo con el ojo de una bruja Valquiria. Tomó un breve respiro, durante el cual no dejó de susurrar sus ininteligibles palabras para el conjuro. Agnator sintió que sus poderes maléficos querían debilitarse.


¿Maldición, qué está pasando? —rugió. Las ardientes rocas que humeaban bajo sus pies no le quemaban, y las violentas llamas que abarcaba su cuerpo, no hacían más que encenderse y apagarse a medida que se movía.


Garth utilizó los distintos ataques que poseía su anillo, creando una serie de golpes entre cada conjuro. Agnator cerró los ojos en el mismo momento en que estallaba un intenso resplandor cegador, seguido de una estocada directa que llegó solamente a dar un pequeño corte en su cara. Sin embargo, más tarde, el joven gemelo sintió que sus poderes mágicos habían disminuido gravemente. Esto le permitió ser poseído por el ente de Agnator, transformándolo en un mini ogroide.


—¡Mil rayos! —gritó el Mandrágora, cuyos ojos parecían estar a punto de saltar de las órbitas, entonces lanza tres ataques de una sola vez, al parecer ellos caen con relativa facilidad. Logra herir a Agnator, aunque sin esfuerzo, el ogroide estuvo presto a soplar una ráfaga de aire frío congelante, que cristalizaron los aros ardientes. Sin embargo, él ataca de nuevo sin descanso, pero el engendro esquivó sus ataques sin problema y luego les grita que los matará si siguen interponiéndose. Justo, cuando el ogroide dispara nuevamente las esferas congelantes, una flecha emergió de las sombras, alojandose en el ojo izquierdo de Agnator. La sangre brotó de la cuenca del ojo. El ogroide se retorcía pero no caía. Con los puños cerrados de rabia lanzó un gruñido, y arrancó la saeta de su pupila. 


—¡Zarth dispara al otro ojo! —gritó la Drinfa, para luego recitar rápidamente un ensalmo y lanzar otro hechizo.

No tengo arco, quedó atrapado bajo el derrumbe de piedras —repusó, con voz trémula.


En el acto, una segunda flecha plateada salió de los monticulos de piedras. Esta vez encajandose en el centro de su frente. Agnator cayó de rodillas al tiempo que la figura recargaba su arco. Entonces, lanzó un grito aterrador y su cuerpo comenzó a sacudirse. Tan rápido como pudo el ogroide se transmutó en una nube negra y desapareció. Usküdar le tomó varios minutos para romper el hechizo que poseía al gemelo. Cuando finalmente lo deshizo, dieron un respiro de alivio.


Qué … ¿Qué demonios me pasó? — preguntó asustado.

—¿Estás bien? —interpeló su hermano.

—Si, solo un poco aturdido —.

—Has estado cerca —suspiró aliviado Usküdar.

—¿A qué esperan? —.


Usküdar se quedó petrificado al escuchar esa voz. Era una voz que conocía. Se dio vuelta en la direccion en la que la flecha fue disparada, y se sintió sorprendido al ver allí de pie, sosteniendo el arco a Björn.

—¡General Björn! —exclamó con sorpresa cuando descubrió su presencia.

—Un placer volver a verte. -añadió e inclinó la cabeza en señal de respeto nada más verlos.

—El placer es mio. Llegaste en un día muy agitado, quizás el peor que hemos tenido ultimamente.

Todos estamos aquí para ayudarte y al reino —afirmó señalando a sus compañeros Movichines.


Él volteó por completo, saludando a su alrededor.


Los gemelos se quedaron mirando en silencio al caballero Movichin, arrogante pero cordial. Y él miraba con atención las gemas de la espada de Usküdar, que centelleaban con la luz de las antorchas.


—Ehh… ¡Ah, sí! ¡me encuentro bien, gracias! —gritó Aïgana, irónicamente, mientras trataba de sacar el pie izquierdo atascado entre varias rocas.

Garth corrió de inmediato y removió algunos pedruscos. Ella se levantó, sacudió el polvo de su ropa, cabello y alas. Los dos olían a sudor y suciedad, pero eso no importaba. Habían acabado con la bestia. Las miradas de ambos jóvenes se cruzaron. Usküdar sonrio y le hizo la señal de la victoria. Ella le devolvió la sonrisa y luego apartó la mirada, incómoda.

—¿Estás bien? —preguntó Usküdar.

—Estoy bien, solo son raspones. 

—¿Quién es esta hermosa niña? —preguntó Björn.

—Mi nombre es Aïgana. Y no soy una niña —dijo con seriedad, inclinando la cabeza.

—Muy bien, Aïgana. Tu lo has dicho —respondió —, una pequeña sonrisa se dibujó en la cara del general.

—Esto comienza bien, amigos —dijo Zarth —, y rompió a reír tétricamente.

—Entonces, ¿nos arriesgamos por el muelle? —dijo Björn.

—Muy buena elección —fue todo lo que pudo decir.

¡Que así sea! —dijo, y se cubrió rápidamente con la capa.


Mientras salían por el lóbrego subterráneo tuvieron que sortear obstáculos peligrosos como telarañas colgantes infestadas de tarántulas y pozos llenos de escorpiones venenosos. Pero nada detenía la determinación por salvar el reino de Serendipity. 


¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!

♥♥♥

Comments

Post a Comment