Crónicas de Serendipity

Los seis corrieron por el laberinto de cámaras y pasadizos escondidos. Tityus se movía, frenético, hasta que el pequeño insecto señaló una gran grieta profunda en la pared de roca dolomita. A pesar de la oscuridad, Usküdar se acercó, no tardó en distinguir los adoquines en forma de diamantes.

—Este es el lugar —anunció Aïgana —.

—¡Debe haber otra entrada! —sugirió el gemelo pelirrojo —

—¡No la hay! — tercio el elfo —, es una cueva que fue sellada hace mil años —.

—Sería muy descabellado considerar entrar por ahí —

—Y ahora qué?

—Ahora,  ¡Hazte a un lado!  —le ordenó. 

Ella empezó a conjurar un largo hechizo, invocando un arcano para romper muros y rocas con un límite de tiempo. Si no, quedarían atrapados para siempre.


Cuando se hallaba a mitad de la conjuración, fue interrumpida por el revoloteo de un animal sobre su cabeza. Los graznidos eran fuertes y aterradores. 

—¡Un cuervo espía! —Su voz sonó como un trueno del cielo. 

—Ay, Yash —. Murmuró Usküdar para sí mismo. En su mente sólo imploraba para que fuera la última vez que necesitaría estar en una cueva corriendo por enormes e infinitos pasillos malolientes.


De pronto, ¡lo que menos Usküdar deseaba ver! Agnator estaba allí parado frente a él. No decía nada, no se movía, solo lo miraba directo a los ojos como esperando que hablara. 

—¿Qué haces aquí? —, preguntó amenazante —. Él bajó la mano y sacó su espada. Se aproximó dos pasos adelante, agarró la empuñadura con ambas manos y levantó la espada a lo alto. A sus oídos llegó otro graznido. Parecía ser otro cuervo y estar a unos dos metros de distancia aunque esta vez procedía de otro pasillo lejano. 

—¡Cuidado! —exclamó Zarth—.


Un espasmo contrajo las orejas puntiagudas de Usküdar. Recordó las lecciones del viejo Überiem: para matar ogroides de alto nivel hay que clavar la punta de la espada sobre el circulo en el centro de la frente.


El elfo Mandrágora respiró hondo.


Agnator se le enfrentó, esperando ver a un joven indefenso y asustado, pero se encontró con un valeroso guerrero que se abalanzó contra él. Usküdar, confiado de sí mismo, embestía de forma imprevisible y salvaje, mientras su voz no flaqueaba conjurando el hechizo trial. Entonces oyó que el ogroide mascullaba un idioma extraño seguido de gruñidos y siseos.


Al instante todos comenzaron a sentir un temblor en la tierra, vibraba a ritmos colapsados, y los hacía dar pequeños saltos, las rocas del subterráneo parecían desencajarse.

—¡Cuidado con las rocas! — gritó Garth.

Una borrasca trajo consigo los montículos de piedras que cayeron sobre de ellos, la tierra tembló. Zarth cayó desplomado luego de que una roca impactará en su hombro. Por otro lado, Aïgana incapaz de resistir el poder con su medallón Kabalistič, quedó bajo los escombros como una lagartija seca y empolvada.


—¡Criatura del averno! —gruño encolerizado —, te matare en cualquier momento —.

—¡Patético! —respondió y una luz blanca fría apareció en su tercer ojo mientras se concentraba.


Justamente en ese instante, un fuerte soplo de viento gélido salió disparado hacia Usküdar, justo a tiempo se agachó, pero su espada recibió el impacto y su brazo se congeló al momento. La imponente cantidad de caos generada por la inmensa fuerza lanzó al elfo a varios metros de distancia, girando como una esfera a través del aire. Impactó la tierra con un estampido. Usküdar tenía que lograr controlar su inevitable poder de congelación. Difícil situación, porque este era un hechizo que sellaba el poder Trinitario de las runas de su espada.


Garth era plenamente consciente de lo poderoso que era Agnator, su sola presencia y el aspecto tan tétrico como la muerte lo intimidaba. Pero no tenía tiempo de pensarlo dos veces.


No había tiempo para el miedo.


 —Yo que tú no haría eso — le advirtió el ogroide —. 

Él estaba preparado. Tenía todos los sentidos alerta y cada partícula de su ser.


De inmediato dio vueltas en la falange a su anillo de turmalina negra, usando la yema del pulgar. El talismán protector y mágico solto varias motas negras que se aferraron al cuerpo de Agnator para neutralizarlo, pero él respondió con hechizos de contención que impidieron los siguientes ataques. Enfurecido, removió las motas enganchadas a su ropaje, y se sacudió varios insectos repulsivos atrapados en su cabello revuelto. La criatura no mostró signos de aminorar sus ataques, e incluso de sentir algún dolor en absoluto. Había un único pensamiento en su mente, con un único objetivo en su mira. Matar al oponente.


Sorprendido, Agnator chasqueó los dedos, levantó la mano para dar el golpe final. La bestia mostró su fauces, y lanzó un centello de luz y sombra.  Garth sintió la sacudida de aire cuando el azote se enredó a su alrededor, y lo arrastró por el espacio cavernoso. Su espalda quedó maltrecha después de aquel paseo sobre las piedras de la cueva. Lejos de sentirse atemorizado por tal circunstancia, el gemelo sacó de su bolsillo un disco metalico con un extrana runa  incrustada. Tomó un breve respiro, durante el cual no dejó de susurrar sus ininteligibles palabras para el conjuro. Agnator sintió que sus poderes maléficos se estaban debilitando.


—¡No! ¡La runa del averno no! —exclamó el ogroide, moviendo los brazos de lado a lado.


Garth utilizó los distintos ataques que poseía la runa, creando una serie de golpes entre cada conjuro. Agnator cerró los ojos en el mismo momento en que estallaba un intenso resplandor cegador, seguido de una estocada directa que llegó solamente a dar un pequeño corte en su cara. Sin embargo, más tarde, el joven gemelo sintió que sus poderes mágicos habían disminuido gravemente. Esto le permitió ser poseído por el ente de Agnator, transformándolo en un ogroide.


—¡Mil rayos! —gritó Usküdar, cuyos ojos parecían estar a punto de saltar de las órbitas.


De repente una flecha emergió de las sombras, alojandose en el ojo izquierdo de Agnator. La sangre brotó de la cuenca del ojo. El ogroide se retorcía pero no caía. Con los puños cerrados de rabia lanzó un gruñido, y arrancó la saeta de su pupila. 


El elfo, decepcionado de no poder utilizar su espada ancestral, y viendo que estaba demasiado lejos, lanzó con fuerza su disco de fuego contra el enfurecido Agnator. El mágico objeto comenzó a destellar con furiosos fogonazos, pero el ogroide estuvo presto a soplar una ráfaga de aire frío congelante, que resquebrajó el aro ardiente.


Entonces de la nada, una segunda flecha plateada salió de los monticulos de piedras. Esta vez encajandose en el centro de su frente. Agnator cayó de rodillas al tiempo que la figura recargaba su arco. Entonces, lanzó un grito agónico y su rostro quedó inexpresivo. Luego dejó de debatirse cuando la vida casi le abandonaba. Tan rápido como pudo el ogroide se transmutó en un horrendo cuervo y alzó vuelo. Usküdar le tomó varios segundos para desbloquear el conjuro. Cuando finalmente el hechizo se deshizo, dieron un respiro de alivio.


Qué … ¿Qué demonios me pasó? — dijo Garth, .....  

—¿Estás bien? —interpeló su hermano.

—Si, solo un poco aturdido —.

—Has estado cerca —suspiró aliviado Usküdar.

Zarth se giró para ver a lo que se refería y palideció del susto. Había estado a un par de pasos de caerle una enorme roca.


—¿A qué esperan? —.


Usküdar se quedó petrificado al escuchar esa voz. Era una voz que conocía. Se dio vuelta en la direccion en la que la flecha fue disparada, y se sintió sorprendido al ver a Björn, allí de pie, sosteniendo el arco. —¡Björn! —exclamó con sorpresa cuando descubrió su presencia, haciendo una reverencia. Él inclinó su cabeza aceptando el saludo.


—Ehh… ¡Ah, sí! ¡Me encuentro bien, gracias! —gritó Aïgana, irónicamente, mientras trataba de sacar el pie izquierdo atascado entre varias rocas.


Usküdar corrió de inmediato y removió algunos pedruscos. Ella se levantó, sacudió el polvo de su ropa y cabello. Los dos olían a sudor y suciedad, pero eso no importaba. Habían acabado con las bestias. Las miradas de ambos jóvenes se cruzaron. Usküdar sonrio y le hizo la señal de la victoria. Ella le devolvió la sonrisa y luego apartó la mirada, incómoda.

—¿Estás bien? —preguntó Garth.

—Estoy bien, solo son raspones. 

—¿Quién es esta hermosa niña? —preguntó Björn.

—Mi nombre es Aïgana. Y no soy una niña —dijo con seriedad, inclinando la cabeza. 


—Muy bien, jovencita. Tu lo has dicho —respondió —, una pequeña sonrisa se dibujó en la cara del caballero.

Los gemelos se quedaron mirando en silencio al caballero del Azar, arrogante pero cordial. Björn miraba con atención la punta de la espada de Usküdar, que en la semi oscuridad centelleaba con la luz de la antorcha. 

—Esto comienza bien, amigos —dijo Björn —, y rompió a reír tétricamente —. Es como volver a ser joven de nuevo —. Y arreglando sus vestimentas, se unió al grupo, que planeaba la nueva estrategia.


El oscuro y húmedo túnel, amenazaba con desplomarse a cada paso que daban. No en vano, Usküdar había insistido en avanzar, siempre escogiendo caminos que descendían, sin explorar pisos superiores.


¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!

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