Este jueves: debemos escribir un relato sobre el amor que sentimos por las palabras.
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En un hermoso y cálido atardecer la noticia no se dio a esperar, y como pólvora corrió por el barrio del abecedario.
- ¡Otro jueves! ¡Otro jueves!! - exclamaron al unísono las letras salerosas.
Pretendiendo ignorar la alusión, seguí escuchando el compás de un vals lento y ceremonioso que ayudaba a concentrarme.
Pero la musiquilla fue en vano, esta vez ni un ejército de musas me quería ayudar. Pareciese ser que todas las letras rehuyeron mi mirada. Quizá por ser tan patética, prefirieron huir por la Andrómeda y sus galaxias etéreas.
Pero sin darme por vencida, las atrape nuevamente sumergiendolas en el tintero, nido de mis razonamientos. Fue entonces cuando, aferrada a mi pluma, intente por tercera vez escarbar en mis estrambóticas fantasías, para encontrar, según yo, la estructura de un elocuente texto para otro jueves de terapia literaria.
Las grafías ya no pusieron resistencia, y quietecitas guardaron sepulcral silencio para ayudarme a encontrar la órbita exacta. Pobre y díscola escribana, de nada sirve mi pose gallarda, pasan las horas y no logró elaborar la más mínima intención de una idea en creación.
La noche avanza en su hora más fría y oscura, y es allí, donde al fin los vocablos van tomando forma en el contexto, quizá nada coherente, pero en ese trance de contradicciones con mis amadas letras alfabéticas, construyó y descifró nuevas estructuras, desde su creación hasta su conclusión. Es así, como mi intrínseca y apasionada relación con el abecedario me mantuvo bajo el poder de su mágico embrujo.
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