Iris estaba en su cama, abrazando a su perro de peluche. Leía Madame Bovary, libro que le prohibieron leer. La pequeña se quedó dormida en las primeras dos páginas, en un sueño traslúcido, atrapada entre círculos y espirales que la llevaron con su felpa, al reino del castigo y la reflexión. Allí, se encontró en un lugar inhóspito, de bosques frondosos, donde apareció frente a ella, un retorcido y viejo árbol, con hojas encrespadas. Una escalera iridiscente se abrió invitándole a entrar por la base de su tronco. Asustada, pulso el botón del collar de su felpa mágica.
- Tranquila. - le instó el peluche, al cobrar vida repentinamente. Subieron las escaleras hasta a una estancia de cristal, rodeada por miles de Pixies púrpuras. De presto, se escuchó la Hada Oscura, encargada de dar una lección a todo chico que no respetara las reglas de conducta.
- ¡Otra insurrecta! aquí te quedarás por desobedecer órdenes. - vociferó. A Iris se le erizo la piel, al ver con horror la extensa y enredada cabellera, cargada de niños llorosos y en aflicción.
- ¡Sujetala! - ordenó, a un negro pájaro que salió de repente con un graznido brusco. El can mostró sus colmillos demoledores. Pero el volátil ni se inmuto y la agarró por el brazo. Él rugió, levantó las patas y salto veloz sobre el pajarraco, clavando su garras y dientes, hiriendo en segundos al infeliz emplumado.
- ¡Perro insolente! - le gritó el Hada con furia. La raya de su boca se convirtió en una enorme circunferencia, de donde salieron miles de mechones que lo amarraron de las patas; embravecido luchó por zafarse, pero se quedó atrapado en las redes foliculares.
- !Pulgoso asqueroso serás mi esclavo! Y tú, hasta qué reflexiones te quedaras aquí. - espetó.
- ¡Suéltala! - advirtió, mientras una diáfana fosforescencia en su nariz lo recargó de fuerzas. El perro hizo trizas los gruesos mechones y se lanzó de lleno a la cara del Hada oscura, sus mandíbulas se cerraron con su cuello. Rodaron sobre las losas una y otra vez, mientras ella, arrojaba un líquido negro y purpurino. Deidad y bestia se mordieron mutuamente.
- !Aughh ... - alcanzó a balbucear, ya que no pudo hacer uso de su laringe y articular palabra. El perro la soltó, y dejó escapar un poderoso rugido, sus ojos celestinos retuvieron su hechicería. De la espantosa melena alborotada, salió corriendo un sinnúmero de chiquillos asustados y llorando al sentirse libres.
- ¡A correr! - apremió el can. Un espantoso trueno retumbó en el aire y pareció que el cielo mismo se desplomaba.
Niños y perro corrieron como saetas hasta encontrar la entrada del alma crepuscular de sus cuerpos. A la mañana siguiente, apesadumbrada, Iris le entregó el libro a la madre y le prometió, jamás agarrar algo de donde estuviese prohibido tocar.
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