Mientras el día agonizaba, el cielo permanecía lleno de nubes negras, y la tormenta eléctrica la iluminaba de manera amenazante. Un viento fuerte agitó susurrante las ramas de los árboles. Las gotas comenzaron a caer fuertemente de la negrura indescifrable, convirtiéndolas de presto, en lluvia que azotaba las aceras y su impecable uniforme negro.
Siguió de prisa, caminando, bajando gradas, a medida que avanzaba, a lo lejos divisó un Starbucks café. En ese momento notó que sus brazos temblaban. Sin apenas aliento corrió a cruzar la calle. Al entrar, se pidió un té Chai Latte y se sentó al fondo del establecimiento a esperar que la lluvia cesara. Por un momento sintió pánico, un miedo irracional y posesivo, no a la muerte, sino a la vida. Comenzó a reflexionar sobre posibles opciones, acerca de su problemática relación.
En su juventud, Vanessa había sido seducida por Manny, su primer y gran amor en la plenitud de su efervescencia sexual. Asombrada totalmente por este bello ángel y demonio, por aquel primer ósculo y, el sabor de sus dulces labios; se formó una relación intensa que le permitió amarlo con tal intensidad y pasión, cual Apollo y Daphne. Sin embargo, cuando este apolíneo tránsito a la edad adulta, se volvió engreído y posesivo, además con una cierta adicción a los tres ménages a trois.
En un principio, ella aceptó aquellas costumbres pero, como era de esperar, no duró mucho en razonar lo negativo de esas prácticas. Fue entonces que, ese amor se tornó turbulento, como una tormenta encrespada y enfurecida, alimentada por los celos, la ira y los conflictos. Los siguientes años la relación se complicó, dando fruto a dos pasiones, dos estados de ánimo, de amor y odio tóxico que los llevó a una ocasional ruptura.
Después de un largo sorbo de té, saco el móvil y miro la imagen con odio. Era la primera foto que se habían tomado juntos el primer día que la invitó a salir; aún era tan poderosa que dominaba su forma de ser, de pensar y de actuar. Sintió odio, rencor por ese amor que le hacía daño. Sus ojos brillaron y bajo el influjo de aquellos relámpagos, comenzó a borrar todas aquellas imágenes que aún la hacían colapsar.
Se secó un par de lágrimas, y al mirar al otro extremo opuesto, estaba sentado un chico de ojos turquesos que la observaba atentamente. Durante un par de segundos un silencio incómodo le invadió al contacto de sus miradas. Luego, un sorpresivo y alarmante rubor subió por sus mejillas que la dejó confusa.
¿Será tiempo de renacer como el ave fénix? La magia del amor existe, ilumina, renova, cautiva, y quizá alguna chispa le encandiló su letargo existencial. Vanessa está a un paso de cambiar el curso de su vida con una simple sonrisa y un hello.
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