Este jueves: escribir un relato con consecuencias de un cambio imprevisto, de una circunstancia inesperada, de un golpe de suerte o de infortunio.
Postrado en su lecho algodonado de confortables cojines, una esperanza rondaba aún su indeleble cuerpo: ¿Se recuperaría algún día?¿Le concedería Dios ese deseo? De repente, sonó el timbre de la puerta de entrada. La enfermera acudió a abrirla y regresó acompañada por el oncólogo McCarthy, amigo incondicional de la familia.
- ¿Cómo estás, Alex Xavier? - preguntó el facultativo. - él solo asintió en silencio con rostro inexpresivo.
- ¡Por fin he conseguido el fármaco que curara tu neoplasia! - le dijo el médico, abriendo su maletín.
- ¿Dime, al fin lo aceptó la FDA? - le preguntó con voz frágil.
- Aún no. Pero tengo algunos y muy buenos colegas en el ámbito farmacéutico que me dejó acceder a unas ampolletas. - respondió, mientras se disponía a sacar la jeringuilla y el estuche de viales.
- !No puede ser! - exclamó. La madre se acercó nerviosa a su lado, le tomo la mano y lo beso.
- Hijo mío, confía en McCarthy. Una inyección mañana y noche por quince días serán suficientes para tu recuperación total. - añadió la progenitora con seriedad.
Alex hizo un esfuerzo por levantarse, pero su cuerpo débil lo impidió.
- Seguro usaste tu influencia para conseguir la medicina. - dijo molesto.
- ¡Si, la use! El dinero mueve montañas. Lo hice por tu bien. - respondió con cierta arrogancia a su único hijo.
- ¡No estoy de acuerdo contigo! El privilegio de haber nacido en tu seno de riqueza, no obstruye mis firmes convicciones. - replicó. Todos en la habitación guardaron silencio.
- ¡No quiero la medicina! Dejaré a la enfermedad terminar su trabajo sin intervención. - finalizó, con suma tristeza.
- ¡Yo apoyo su decisión! - exclamó la tía Gertrudis.
- ¡Por todos los diablos! !Cómo puedes apoyar su insensatez! - gritó, la madre con furia.
- No hay nada más maravilloso que el libre albedrío y una conciencia limpia. - agregó la tía, sentándose con pesadumbre a su lado.
- Tu hijo tiene razón. La industria farmacéutica solo le preocupa las enormes ganancias que les generan las quimioterapias de los pacientes. ¡Jamás dejarán comercializar la medicina! - concluyó su tío Enzo.
A la luz naranja de un bello atardecer Alex Xavier sucumbió ante un cáncer feroz en el estómago, a la corta edad de veinticinco años. No tuvo la satisfacción de dedicarse más tiempo a la filantropía, la que fuese su gran pasión. Pero si, la de cumplir su firme convicción de no formar parte de otra injusticia social.
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