- ¿Que me garantiza que dices la verdad? - preguntó. Su sonrisa radiante había sido reemplazada por un rictus maniático.
- No la hay. Lo tomas o lo dejas. - repuso la silueta siniestra.
La mujer gesticuló incrédula, pero decidió aceptar el pacto, si lograba el éxito, sería su esclava eternamente porque nunca envejeceria. Abandonó la sala y con rapidez se fue a la cocina.
Busco en las gavetas un largo y filoso cuchillo. Saco del horno el embrión que recién había rostizado. Las patatas flotaban deliciosas en un mar de sanguinolentos jugos.
Enseguida, cortó en rodajas el trozo de carne y sin poder resistir se llevó una tajada a la boca. Hilos rojos caían como baba, al devorar y masticar el crujiente feto. Mientras tanto, la lluvia entraba por la ventana, y de lejos podía ver aquellos ojos rojos mirándola fijamente.
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