- Te dije que no te enamorases de mí, mortal. - susurró, sonriendo bajo el reflejo de la luna colándose por la ventana.
No había más palabras que decir, ella adivinó claramente sus intenciones. Aunque no deseaba ser inmortal, sin decir más, agarró la daga que llevaba en su costado y se cortó rápidamente en una sección de su brazo. Enseguida, tomó al vampiro suavemente por la parte trasera de la cabeza y lo acercó despacio hasta que sus labios bebieron de aquel líquido etéreo.
Cansada y agotada se apartó de él y se sentó a su lado. Él la miró fijamente, en instantes, esa mirada hipnotizante le dio una sensación inconfortable que le inquietaba.
- No me mires así, odio que lo hagas. - le exigió, quizá por miedo o por el efecto de la debilidad.
Después de haber recuperado el vigor que había perdido, él se levantó y giró la cabeza hacia la oscuridad de donde se escuchó un monstruoso gruñido.
- Pasamos años esperando por ti. - le dijo.
En ese instante, apareció una mujer de pálida fisonomía, con una cabellera blanca flotando libremente. El vampiro levantó los pies y agarró a Sheila por la cintura y, la elevo hasta la altura de su madre, la vampiresa. La cual, de inmediato le insertó los colmillos hasta acabar con su esencia para recuperar su belleza y juventud.
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