Frase: Le acarició la espalda y la azotó sin compasión. Sus gritos lo excitaban aún más.
AVISO: Este relato incluye escenas de contenido sexual sin denigrar. Un juego de humillación sensato, y consensuado.
No todo el mundo tiene la suerte de entender lo delicioso que resulta sufrir. - Katherine Hepburn.
Con premeditación se acercó, le acarició la espalda y lo azotó sin compasión. Iván tembló como lámina al viento, cuando dos rápidos latigazos impactaron certeramente sobre sus esculpidas nalgas que, hicieron de inmediato erguir su virilidad.
- ¡Aahh! ¡Aahhgg! - ¡Por favor… sigue no te detengas! - suplicó, desesperado.
El siervo se retorció por los golpes del placer que castigaron su débil carne. Sus gritos la excitaban aún más. Motivo por el cual, con el extremo del látigo de nueve colas largas golpeó moderadamente su rozagante baláno. El dolor se mezcló con el placer, alimentando la pasión y reactivando una gran erección.
Subyugado, cayó de rodillas sobre la plataforma diamantina. Su trasero estaba rojo, esplendoroso como dos deliciosas manzanas.
- Ven acá. - ordenó, relamiéndose los labios teñidos de pasión roja. Sus gritos lo excitaban aún más
Charlotte montó sobre el siervo al estilo amazona y lo espoleó con el látigo, indicando que avanzara. Ella sintió como su libido rozó la espalda, y en ese suave vaivén pendular le despertó un leve espasmo. Enardecida, le propinó tres latigazos en las nalgas que le hicieron jadear y a ella orgasmar frenéticamente. Los flujos intensos de Charlotte resbalaron por los muslos, de aquel robusto apolíneo.
Un tirón de las riendas lo hizo detenerse. Ella descendió y lo liberó del collar.
- Te mereces un premio, esclavo mio. - dijo, mientras sus ojos color esmeralda lo miraron fijamente.
- ¿Estás preparado para mi? - preguntó agachándose, sus pechos colgaban desafiantes bajo su torso, y sus ojos desprendieron fogonazos de lujuria.
- Si, mi ama. - respondió, con una fogosidad desesperada por saciarse y arrebatarle más orgasmos en un instante.
Rápidamente, se quitó el diminuto corsé de látex, quedando solo con las pinzas japonesas que adornaban sus pezones y sus negras botas de tacón alto que moldeaban sus largas piernas hasta los muslos.
- ¡Comienza, y no pares! - ordenó, su voz sonó firme, inconmovible.
Él la penetró y embistió con fuerza, deseo besar sus pechos duros como el mármol y esos labios de terciopelo húmedos, pero no recibió esas órdenes. De repente, un estremecedor fogonazo de placer la sacudió, justo en el instante en que sintió la explosión del orgasmo de su siervo invadir sus entrañas. Totalmente satisfecha y con su cuerpo aun oscilando de fruición; cayó sobre el pecho de su más hermoso y fiel siervo.
La estancia quedó en penumbras, tan sólo iluminada por unas velas que ardieron dejando ese olor inconfundible a duraznos que a Charlotte enloquecia.
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