
Sabía que ella estaba cerca.
—¡Muéstrate! —gritó, con fastidio.
—Ven... te he estado esperando, —el elfo comenzó a notar como aquella voz, dulce y embriagadora se apoderaba de su mente, provocando un efecto somnífero. Se quedo quieto, temiendo y ansiando a la vez contemplar su semblante.
—¡Usküdar, no la escuches! —exclamó Zarth.
La Gárgola interrumpió su cántico. Seguido, de un chirrido que recorrió su interior y resonó en su mente y sus huesos. El ruido en la cabeza le había arrancado un alarido a su garganta atenazada por el dolor. Se sacudió, intentando arrancar aquel chasquido de allí, intentando hacer lo que fuera para que cesara. Forcejeó y se debatió para salirse de aquellos ruidos infernales hasta que lo logro.
Entonces ellos pudieron ver las oscuras y horrorosas facciones, eran temibles, y los enormes ojos, gemas de un verde limón se abrieron, contemplando con una aterradora expresión; su cabello alborotado flotaba como un largo resplandor y sus enormes alas aparecieron tras ella, en una nebulosa de plasma espectral.
—¡Hambre! ¡tengo mucha hambre! ―enunció la grotesca voz ―. Estoy tan hambrienta que ustedes tres no serán suficientes.
—¡Cuidado, Usküdar! —gritaron los gemelos al unísono.
Sobresaltado, se echó violentamente hacia atrás y cayó al suelo, golpeándose contra una roca y quedándose sin aliento. Permaneció allí unos segundos, con la respiración entrecortada, mientras su temor se confundía con el olor nauseabundo que comenzó a emanar.
Súbitamente tuvo que tomar una decisión: dio un salto y corrió a tal velocidad que en breve, espada y garras hicieron contacto en el aire con chispas volando por todas partes. El acero voló por los aires y una de sus garras se incrustó a la altura de su pierna. Un fuerte dolor se apoderó de su cuerpo, pero ante poniéndose al percance irguió la cabeza al instante. La gárgola se arrojó con todo su peso sobre el elfo, que no retrocedió ni trató de escapar. Al contrario, la recibió con la espada, que Zarth le lanzó sin vacilación. La horrorosa bestia arremetió contra ambos, arrojándole un aliento de gas blanquecino. Pero Usküdar ágilmente se agachó y le hizo un corte en el estómago, intentando no acercarse a las garras de la criatura. Garth, el gemelo pelirrojo, que colgaba de una de sus alas se la rebanó de un golpe, intentando desestabilizarla.
El largo surco que tenía la gárgola en el estómago comenzó a cerrarse.
—¡En el cerebro! —gritó, Garth. ―¡Es la única opción!
La gárgola le mostró los colmillos y las garras extendidas con un gruñido desafiante, y se lanzó con sus patas traseras sobre él. Usküdar se inclinó hacia atrás, justo a tiempo. Las garras puntiagudas se cerraron en el aire al lado de su cuello, acto seguido, sujetó el frío mango y empujó la espada en el cerebro grueso y nervudo. La bestia dio un lastimero aullido, y cayó fulminada encima de él. Luego, se ladeó, cogió la espada y la separó de la masa encefálica. Una extraña neblina, negra como el carbón, se arremolinó alrededor del cuerpo de la gárgola y se la llevó.
—¡Nangwë! ¡Ganamos! —dijo, el elfo.
Los gemelos asintieron.
—¡No tienen idea de como repudio a las horrendas gargolas! —exclamó Garth airado, tocándose el mentón ensangrentado.
—¿Cómo está tu herida? —preguntó el pelirrojo, mientras reunía a los caballos.
—Se está regenerando. Solo fue un rasguño.
— Los dioses nos están protegiendo.
—Seguro que sí, pero eso no quita el mérito a tu valentía. —declaró Garth.
—Yo voy a tener pesadillas por años.
—Quizás deberíamos continuar. — sugirió Zarth. —Creo que la gárgola me espantó el sueño.
—Sí, a mí también. —añadió Garth.
—De acuerdo. — dijo el elfo, cortando la conversación. —Ensillen los caballos. Nos vamos.
Faltaba poco para amanecer. El frío era atroz, hasta el punto de arrebatar el aliento. El viento del norte, cuando soplaba, lo hacía con agresividad. Antes de subir a su caballo, el elfo miró en su brazo la Libélula Flamígera. Su fiel protectora continuó señalando la ruta que debía seguir: El Noroeste. Frente a ellos el horizonte se iba haciendo más denso, hasta el momento en que entraron a una tormenta leve de granizo que calaba en sus rostros. Así, cabalgaron durante horas, por las imponentes montañas, que temblaban bajo el casco de los caballos. Más adelante se toparon con sangre, restos de vísceras, trozos de carne humana desgarrada. Los ojos ambarinos bajo la capucha del elfo observaron la masacre. «Esto no luce bien. Nada bien.» pensó.
—Pero qué demonios... —dijo Garth.
—Manténganse alertas y no bajen la guardia. —dijo firmemente Usküdar.
El elfo miró desconcertado. Se sintió turbado por las huellas tridáctilas que había visto a lo largo del camino sobre la nieve. Estaba seguro que eran pisadas de las temibles Komadrējas. Eso le confirmaba que habían entrado en las madrigueras de la zona Zagor. —Debemos darnos prisa; estamos en peligro. — dijo.
—Tal vez deberíamos de cambiar de rumbo. —sugirió Garth.
Zarth estornudó y maldijo en voz baja. —¡Rayos y centellas!
Usküdar negó con la cabeza, aunque se le notaba preocupación.Ya habían perdido un tiempo excesivo, días. Estaba intranquilo: en un mundo que de repente era mucho más vasto y aterrador de lo que había supuesto. Las cavernas de Kraków eran las más peligrosas del mundo, eran llamadas “Las gargantas del diablo” santuarios para las grotescas Komadrējas. Pero tenía que llegar hasta ellas; tenía que encontrar la cueva de Frëayū, y no tenía ni idea si lo lograría. «Sir Velhagen necesita mi ayuda» solía repetirse. Este se convirtió en su único pensamiento, en lo único que le daba fuerzas para empuñar la espada y seguir. Él juró proteger al guerrero que lo había rescatado de la masacre que provocarón las gárgolas en su tribu de los elfos Mandráculas.
Cabalgaron montaña arriba, inspeccionando el terreno, conociéndolo. Los cascos de los caballos hollaron la nieve con pasos tenaces.
—Extraño. —El elfo miró a su alrededor.
—¿Qué? —Zarth se volvió, repentinamente interesado, estropeando por completo la estudiada pose meditabunda del elfo.
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7 - ¡La fantasía es la protagonista! Esta semana escribe un relato de est
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