Crónicas de Serendipity

Monte Helicón, Zona Trágica


La Luna de Nieve iluminó la noche seguido del clamor de los copos laminados. Usküdar apretó las mandíbulas prometiéndose a sí mismo una justa venganza hacia los causantes de la desgracia de Serendipity, mientras continuaba avanzando en la oscuridad de la noche. Su mente recreaba de mil maneras distintas cómo sería aquella venganza. Se preguntó cómo sería la vida de nuevo en verano, llenas de luz dorada al sol, cuando las cumbres estuvieran llenas de diversas flores y verdes arbustos. La pregunta quedó suspendida en el aire cuando vieron volar a unos Koblirius con alas, de apariencia angelical, llenos de temor. Brincaban de árbol en árbol, caían en el suelo con sus alas rotas, se paraban, y seguían su marcha, aunque estuvieran heridos. Estos eran perseguidas por corpulentos gavilanes, armados con afilados picos y garras. Observaron aquella escena con curiosidad durante un par de minutos; luego siguieron de paso. Puesto que no tenían ni idea de lo que era y tampoco tenían interés por saberlo, no querían perder tiempo. Usküdar, que había adelantado unos pasos, se detuvo de repente. —No se detengan —indicó el elfo al mirar hacia atrás y darse cuenta de que los gemelos disminuyeron el paso. Sin embargo, Garth se detuvo, apenado por el modo en que los pequeñines, chillaban y papaloteaban tratando de escapar de los picotazos. —¡Garth, vamos! —llamó el elfo Mandrágora en tono enojado—. Entonces Zarth chilló: —¡Mira pobrecillos! —¡Tenemos que hacer algo! —añadió Garth —. Las facciones de el elfo se endurecieron. Tentado estuvo de salir cabalgando a toda prisa. Sin embargo, un sentimiento irreprimible lo detuvo. —Ser demasiado bueno es una señal de debilidad —masculló—. Se tocó repetidas veces la nariz como hacía siempre que algo le molestaba. —Nunca se es demasiado bueno —. —Eres joven, te falta mucho que aprender —atajó él, empezando a enfadarse —. El elfo gruñó, y frenó la marcha de su corcel. Los tres desensillaron sus caballos y éstos saciaron su sed lamiendo la nieve. —Nos acercaremos despacio —observó el elfo —, mientras se situaban a la izquierda de un prominente montículo de rocas. Desde ahí acechando en silencio la situación, Usküdar pensó consternado: «Estarán perdidos». Entonces un chillido áspero, parecido al graznido de los gavilanes, se escuchó entre un grupo de altas coníferas: «Estarán perdidos». Casi al instante, el elfo percibió el olor del Ungüento de las Brujas. —¡Demonios! —exclamó Usküdar —, ¡es una trampa, cuidado con la bruja! —. —¿Qué bruja? —. —¡Céryx Z'bäryl! —bramó el elfo —, un tipo de bruja mutante carroñera. —¿Qué? ¡No, eso es imposible! —farfulló Garth—. Entonces, de repente, volvieron la cabeza. A sus espaldas, vieron una manada de feroces Koblirius, moviéndose en círculos de un lado a otro. Aunque eran mucho más pequeños, compensaban la diferencia de tamaño con unos picos muy afilados como cuchillas. —¡Espadas! —rugio —. —¡Garth! ¡Zarth! —llamó el elfo—. No dejen que lastimen a los caballos. Los bichos papalotearon y se lanzaron al ataque, dejando atrás una anciana huesuda y encorvada, que se calentaba con el plumaje de las aladas criaturas. Aquella aparición era inquietante. Zarth se olvidó incluso de tragar saliva, limitándose a mirarla fijamente. Usküdar, manejando con agilidad la larga espada de su padre, lanzaba mandobles con destreza sin dejar de murmurar su conjuro de Protección en una lengua insólita. Los gemelos atacaron con sus espadas y no tardaron en derribar a los Koblirius más cercanos. Hasta que la bruja levantó el báculo y, sin dejar de murmurar su letanía, se situó en el centro de un pequeño círculo de ceniza trazado sobre el suelo. Apuntó el bastón y el azul de un gran relámpago los encegueció. —¡Aagghh, no puedo ver nada! —gritó uno de los gemelos, dando estocadas a lo ciego—. —¡Cierren los ojos! —, exclamó el elfo guerrero. Los gemelos se defendían a espadazos letales, pero se veían entorpecidos por la cantidad de engendros que continuaban atacando ferozmente. El elfo miró a su alrededor para comprobar que los dos seguían con vida. Zarth tenía un corte profundo en su brazo, y Garth tenía lesionada una pierna.

Instintivamente, el elfo palpó las runas de su cinturón para asegurarse de tocar la más poderosa de todas, luego invocó un hechizo de defensa. La bruja comenzó a sentirse vulnerable con la fuerza de la barrera mágica a ambos lados de ella. Al ver el filo de la hoja resplandecer por su cabeza lanzó un grito desesperado. Céryx Z'bäryl carcajeó y escupió, mientras susurraba una maldición que no terminó de lanzar, cuando la espada segó su vida como si fuese la afilada guadaña de la Muerte. Los Koblirius volaron juntos cielo arriba. De ellos se formó una bola de plumas que en segundos exploto en pedazos, dejando un olor a fuego y cenizas.

Después de limpiar sus heridas, poner los emplastos, Usküdar dijo: —Será mejor que sigamos adelante —, no es aconsejable estar aqui por más tiempo —. Los gemelos asintieron con la cabeza, como si la respuesta les satisficiera, y no dejara lugar a duda.

Espolearon con suavidad los corceles y se pusieron en marcha.


Después de varios días y noches a caballo, necesitaban refugiarse y descansar. Los caballos estaban agotados ya no podían dar un paso más, sin recargarse de la energía álmica de los Trinis Kildare. Al seguir el sendero guiado por su Libélula, Usküdar decidio parar su sigilosa marcha. Vamos a descansar. anunció. Unos metros más allá, divisó una cueva glaciar donde decidió que pasarían la noche. Se detuvieron ante aquél agujero frío y húmedo. Ellos desmontaron é hicieron entrar á los caballos llevándolos de la brida hasta el otro extremo. Mientras Garth se ocupaba de buscar hojarascas para la fogata, Zarth quitó las sillas y las alforjas. Usküdar escudriñó las sombras en busca de señales de movimiento. Luego, tomó asiento y desabrochó la hebilla de la vaina de su espada y la colocó en un lugar donde podía alcanzarla fácilmente. Las hojas ardieron en un mosaico de chispas.


En ese instante se escuchó un aullido, muy cerca.

¿Qué clase de criatura puede ser? dijeron los gemelos casi al unísono.

Pueden ser Harpías, Lobos o Quimeras. contestó Usküdar en una voz más baja.

—Debe ser un lobo. Y no tardará en atacarnos. No podré dormir tranquilo. comentó Garth. 

—Lo siento moverse entre las rocas. Tiene hambre, pero por ahora prefiere esperar a que llegue el momento propicio. replicó, Zarth.

Haremos turnos de guardia.

De acuerdo. respondió el gemelo pelirrojo. 

Usküdar, platícanos sobre la dragona Frëayū y de los monstruos que mencionaste. dijo Garth.


Frëayū fue la séptima hija de Morgantus, el dios mayor de la oscuridad y de Medusa, la única mujer mortal de las tres gárgolas. Se dice que Frëayū salió  más poderosa que su padre, en un tiempo fue dueña de las densas nieblas de oscuridad que rodean los bordes del mundo. Tenía guardianes teriomorfos, o sea que, compartían rasgos humanos y rasgos de otros animales. Pero sus hermanas, incluyendo su madre, se confabularon para quitarle sus poderes. Un día le tendieron una trampa...


Justo en el momento más interesante de la narración, los gemelos cayeron rendidos de sueño. Usküdar se quedó mirando fijamente las sombras que bailaban y se tejían alrededor de las llamas anaranjadas y amarillas. De repente sintió una brisa gélida, causando que la llama de la fogata titubeara y soltara humo. La temperatura del lugar descendió.


El guerrero elfo se incorporó de un salto, y con espada en mano trató de dar con aquella voz.


Sabía que ella estaba cerca.


¡Muéstrate! —gritó, con fastidio.

—Ven... te he estado esperando, —el elfo comenzó a notar como aquella voz, dulce y embriagadora se apoderaba de su mente, provocando un efecto somnífero. Se quedo quieto, temiendo y ansiando a la vez contemplar su semblante.


—¡Usküdar, no la escuches! —exclamó Zarth.


La Gárgola interrumpió su cántico. Seguido, de un chirrido que recorrió su interior y resonó en su mente y sus huesos. El ruido en la cabeza le había arrancado un alarido a su garganta atenazada por el dolor. Se sacudió, intentando arrancar aquel chasquido de allí, intentando hacer lo que fuera para que cesara. Forcejeó y se debatió para salirse de aquellos ruidos infernales hasta que lo logro.


Entonces ellos pudieron ver las oscuras y horrorosas facciones, eran temibles, y los enormes ojos, gemas de un verde limón se abrieron, contemplando con una aterradora expresión; su cabello alborotado flotaba como un largo resplandor y sus enormes alas aparecieron tras ella, en una nebulosa de plasma espectral.


¡Hambre! ¡tengo mucha hambre! ―enunció la grotesca voz ―. Estoy tan hambrienta que ustedes tres no serán suficientes.

—¡Cuidado, Usküdar!  —gritaron los gemelos al unísono.


Sobresaltado, se echó violentamente hacia atrás y cayó al suelo, golpeándose contra una roca y quedándose sin aliento. Permaneció allí unos segundos, con la respiración entrecortada, mientras su temor se confundía con el olor nauseabundo que comenzó a emanar.


Súbitamente tuvo que tomar una decisión: dio un salto y corrió a tal velocidad que en breve, espada y garras hicieron contacto en el aire con chispas volando por todas partes. El acero voló por los aires y una de sus garras se incrustó a la altura de su pierna. Un fuerte dolor se apoderó de su cuerpo, pero ante poniéndose al percance irguió la cabeza al instante. La gárgola se arrojó con todo su peso sobre el elfo, que no retrocedió ni trató de escapar. Al contrario, la recibió con la espada, que Zarth le lanzó sin vacilación. La horrorosa bestia arremetió contra ambos, arrojándole un aliento de gas blanquecino. Pero Usküdar ágilmente se agachó y le hizo un corte en el estómago, intentando no acercarse a las garras de la criatura. Garth, el gemelo pelirrojo, que colgaba de una de sus alas se la rebanó de un golpe, intentando desestabilizarla. 


El largo surco que tenía la gárgola en el estómago comenzó a cerrarse. 

—¡En el cerebro! —gritó, Garth. ―¡Es la única opción!


La gárgola le mostró los colmillos y las garras extendidas con un gruñido desafiante, y se lanzó con sus patas traseras sobre él. Usküdar se inclinó hacia atrás, justo a tiempo. Las garras puntiagudas se cerraron en el aire al lado de su cuello, acto seguido, sujetó el frío mango y empujó la espada en  el cerebro grueso y nervudo. La bestia dio un lastimero aullido, y cayó fulminada encima de él. Luego, se ladeó, cogió la espada y la separó de la masa encefálica. Una extraña neblina, negra como el carbón, se arremolinó alrededor del cuerpo de la gárgola y se la llevó.  


—¡Nangwë! ¡Ganamos! —dijo, el elfo.

Los gemelos asintieron.


—¡No tienen idea de como repudio a las horrendas gargolas! —exclamó Garth airado, tocándose el mentón ensangrentado.

—¿Cómo está tu herida? —preguntó el pelirrojo, mientras reunía a los caballos. 

—Se está regenerando. Solo fue un rasguño. 

— Los dioses nos están protegiendo. 

—Seguro que sí, pero eso no quita el mérito a tu valentía. —declaró Garth. 

—Yo voy a tener pesadillas por años. 

—Quizás deberíamos continuar. — sugirió Zarth. —Creo que la gárgola me espantó el sueño. 

—Sí, a mí también. —añadió Garth.  

—De acuerdo. — dijo el elfo, cortando la conversación. —Ensillen los caballos. Nos vamos. 


Faltaba poco para amanecer. El frío era atroz, hasta el punto de arrebatar el aliento. El viento del norte, cuando soplaba, lo hacía con agresividad. Antes de subir a su caballo, el elfo miró en su brazo la Libélula Flamígera. Su fiel protectora continuó señalando la ruta que debía seguir: El Noroeste. Frente a ellos el horizonte se iba haciendo más denso, hasta el momento en que entraron a una tormenta leve de granizo que calaba en sus rostros. Así, cabalgaron durante horas, por las imponentes montañas, que temblaban bajo el casco de los caballos. Más adelante se toparon con sangre, restos de vísceras, trozos de carne humana desgarrada. Los ojos ambarinos bajo la capucha del elfo observaron la masacre. «Esto no luce bien. Nada bien.» pensó.


—Pero qué demonios... —dijo Garth.

—Manténganse alertas y no bajen la guardia. —dijo firmemente Usküdar.


El elfo miró desconcertado. Se sintió turbado por las huellas tridáctilas que había visto a lo largo del camino sobre la nieve. Estaba seguro que eran pisadas de las temibles Komadrējas. Eso le confirmaba que habían entrado en las madrigueras de la zona Zagor. —Debemos darnos prisa; estamos en peligro. — dijo.

—Tal vez deberíamos de cambiar de rumbo. —sugirió Garth. 

Zarth estornudó y maldijo en voz baja. —¡Rayos y centellas!


Usküdar negó con la cabeza, aunque se le notaba preocupación.Ya habían perdido un tiempo excesivo, días. Estaba intranquilo: en un mundo que de repente era mucho más vasto y aterrador de lo que había supuesto. Las cavernas de Kraków eran las más peligrosas del mundo, eran llamadas “Las gargantas del diablo” santuarios para las grotescas Komadrējas. Pero tenía que llegar hasta ellas; tenía que encontrar la cueva de Frëayū, y no tenía ni idea si lo lograría. «Sir Velhagen necesita mi ayuda» solía repetirse. Este se convirtió en su único pensamiento, en lo único que le daba fuerzas para empuñar la espada y seguir. Él juró proteger al guerrero que lo había rescatado de la masacre que provocarón las gárgolas en su tribu de los elfos Mandráculas.


Cabalgaron montaña arriba, inspeccionando el terreno, conociéndolo. Los cascos de los caballos hollaron la nieve con pasos tenaces.


—Extraño. —El elfo miró a su alrededor.

—¿Qué? —Zarth se volvió, repentinamente interesado, estropeando por completo la estudiada pose meditabunda del elfo.





¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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