Crónicas de Serendipity


Al llegar al puerto, se sorprendieron por lo que veían: La niebla era todo un aspecto espeluznante. La perplejidad y la incomprensión presidían la mayoría de los rostros, aunque comenzaban a extenderse las miradas de preocupación, por lo que Aïgana rompió el silenció: —Señor Björn —dijo—, cuando esté listo… —.

—Muy bien, entonces, bajemos y comencemos de una vez se apresuró a responder él.

A tres o cuatro metros, a la izquierda, descansaban los restos de embarcaciones en aguas congeladas y, más allá, ruinas de arcos y columnas. Usküdar hizo una pausa y miró hacia atrás a algunos de los hombres que el general había traído consigo y se sintió agradecido.


Una vez que cruzaron el curioso, casi etéreo muelle, caminaron a lo largo del lago para llegar a la entrada del templo. Un poco más tarde, pasarón a una torre construida en cuarzo púrpura que parecía flotar en el aire. La Drinfa les explicó que aquélla era la torre de la pitonisa Grimalkina, que se fue huyendo de los buscadores de brujas. 

Jamás habría imaginado un lugar tan tétrico apuntó Garth.

—Temía que dijeras eso —añadió ella. Luego sacudió la cabeza e irguió los hombros.


Posteriormente, el grupo se dirigió en busca del pasadizo subterráneo. Se encontraron una imponente roca de granito gris oscuro jaspeado de manchas verdosas de arabis y musgos que crecían pegados a sus paredes. —Remuevan la roca! —ordenó Björn a sus hombres. —Si, mi señor —asintió el capitán y repitió la orden, informando a los demás soldados.

—Nos esparciremos por los pasillos, para avanzar más rápido —, dijo Usküdar. 


Todos hicieron un gesto de acuerdo.


Encontraron habitaciones que se parecían mucho unas a otras, pero entre aquéllas ésta, tenia algunas diferencias, había una chimenea con un fuego ardiendo en su interior, pero no había leña que diera viveza a las llamas. El elfo se acercó a Aïgana a su lado y dijo: —Necesito de tus ojos vivarachos —. En la remota posibilidad que Kalfor y Agnator intente engañarnos.

—Por supuesto —.


Aïgana de repente advirtió algo.


—¿Dónde está Tityus? —, su voz retumbó gravemente por las paredes de piedra.

—¡Miralo ahí! — gritó Zarth. 

Tityus sacudió sus alas de color rojo brillante y abrió las antenas como un abanico. Esa era la señal de que Frëayū no estaba lejos. El pequeño escarabajo encontró una puerta oculta en la pared que daba a un gran salón con bóveda interior. 

—¿Qué hacemos, entramos? —preguntó Aïgana.

—¡Espera! Sube el pie en esta piedra y álzate. Mira por encima de ese óculo —, dijo Usküdar. 

—¡No hay duda! Desde acá puedo ver los adoquines en el suelo.


Todos comenzaron a romper con piedras la vieja puerta de madera resquebrajandola para poder pasar. Enseguida el coleóptero salió zumbando a toda velocidad, introduciéndose por el enorme boquete.

 —¡Vamos! ¡No lo pierdan de vista!

—¡Por todos los espíritus, qué escurridizo es! —gritó Björn.


Una llama se sacudió suavemente y luego se desvaneció.


Usküdar... Sus ojos no perdían detalle de nada.

—¿Si? — respondió en el mismo tono, alerta. 

—Alguien esta oculto en la esquina Noreste , le dijo sin mirarlo directamente.

El elfo hizo un leve gesto con la cabeza hacia un lado. —Sea lo que sea, no es humano —, respondió.

—Yo lo vigilo — dijo Björn.


Usküdar se adelantó a la antecámara, sus ojos pasaron sobre ella sin apenas detenerse. En aquel momento percibieron un ruido cuya intensidad aumentaba progresivamente. Era un ritmo regular, un pulso acompasado, remotamente similar a la percusión de un tambor, que se reproducía y resonaba por toda la estancia. Usküdar alzó cautamente la cabeza y miró en la dirección que llegaba el sonido.

—¡Estén alerta! ¡Esto podría ser una distracción! —gritó el elfo. 

Seguido atravesaron el camino con mucha precaución, pues la estructura estaba rodeada de flechas serpentinas, a lo lejos se veían unos pocos bloques macizos de mármol y un viejo portón de madera. Había algo tan extraño y fuera de lo usual en todo aquello que le hizo sentir un mal augurio. —Esperen aquí —. Les advirtió. 


Ellos asintieron con la cabeza.


El elfo miró a su alrededor, aquella estancia se veía amenazante, en especial el temor acompañando sus pasos. «No te detengas», pensó. Recordó el poderío de la magia Mandrágora que sus padres le habían heredado. Siguió cautelosamente. El nombre Frëayū estaba esculpido en piedras de jade sobre el portón que, al apoyarse contra ella, ésta se movió ligeramente y se abrió un poco hacia adentro. Pero enseguida se detuvo, pues se produjo un repentino cambio de temperatura. Al seguir empujando, noto un hálito tibio en el aire. Se sentía acalorado, y notó que algo abrasador le calaba hondo hasta parecer tostar el corazón. Estaba a punto de entrar cuando Tityus surgió de pronto de entre los adoquines de la izquierda. 


—¡Peligro! ¡Advierto peligro!

¡Usküdar, cierra el portón! —exclamó ella.

El elfo sorprendido la cerró rápidamente.

En aquel instante, se produjo un estallido de truenos que iluminó toda la extensión del umbral, el cual, lanzó al joven guerrero hacia atrás. Afortunadamente salió ileso, solo con unas raspaduras. La expresión aterrorizada en la que se transformó su semblante, fue indicio del peligro que había escapado.


Björn y la Drinfa asustados salieron corriendo a su encuentro.


—¿Estás bien? — preguntó Aïgana. 

El tosío, con lentitud abrió sus ojos. Ella no podía ver sus rasgos que estaban cubiertos de una tiza pálida.

—¡Maldición! —masculló limpiándose la cara —.

Iré adelante de ti —dijo ella.

¿Adónde crees que vas? — le dijo sujetandola por la oreja —, y se sonrojó por el atrevimiento.

—Vaya forma de darme las gracias —bromeó la Druina.

Su mano apretaba suave pero con firmeza. Sus ojos no se apartaban de ella y el contacto la hacía estremecer. Ella rezó mentalmente para que no fuera capaz de notar el efecto tan extraño que tenía sobre ella. 

—¡Vete, Björn vendrá conmigo! — dijo preocupado. 

—¡No quiero irme, voy a ayudarte! —. Aïgana era terca, y no se alejaría tan fácil. 

Sin decir más, se aproximó al pórtico, pero él la agarró de la mano y gritó enojado: —¡No! No permitiré que pongas en riesgo tu seguridad. Quédate aquí —. 


Usküdar avanzó rematando pequeños engendros. Detrás de él, Zarth rezaba cánticos al azar que resonaban entre las paredes de piedra y Björn albergaba la esperanza de que pronto recuperaría la fuerza. Se había tomado dos dosis de la medicina de hierbas, y ya se sentía menos exhausto. El cansancio que le había atormentado durante semanas parecía haber remitido.


Al acercarse, una fumarada tibia salió acompañada de un olor a lumbre, a ras de suelo, empezó a arremolinarse y parecía cobrar vida, ascendiendo alrededor de ellos. Aun así, Usküdar levantó la mano para que sus hombres se detuvieran.

— ¡Cuidado! ¡Allí! — Björn señaló.

—Es una trampa —anunció ella —. Puede que haya dejado las puertas entre abiertas para que caigas en su red.

—¿Qué hacemos? —preguntó Björn —. Si sigo yo solo...


Mientras deliberaban, una silueta vestida de fuego y cara diabólica apareció frente a ellos. El ruido inundaba su caja torácica, iba propagándose lenta y frenéticamente por su endeble figura. Usküdar se ciñó la capa en torno al cuerpo con gesto seguro mientras sus dedos palpaban el medallón de su madre en el pecho, la determinación tomando forma dentro de él, y sus pies inquietos trazando sobre los adoquines antiguos signos de conjuro. Aïgana se quedó plasmada por un momento mirando aquella ...¿Mujer?, esperando una reacción; entonces la piromante se movió, levantó una mano y los dedos desprendieron bolas de fuego rojizo y dorado que se les echó encima como si salieran del mismísimo averno. El espacio que los separaba estalló en llamas, creando un vórtice que los obligó a equilibrarse para no verse arrastrados a él. Usküdar y Björn retrocedieron con el impacto y alzaron las espadas mientras la piromante escupía bilis incandescente en el suelo.


El elfo tropezó hacia atrás y se encontró con una pared abrasadora.

— ¡Cuidado, tu capa se esta quemando! —.


Con el brazo izquierdo, se arrancó el capote en llamas de las hombreras y la arrojó al suelo. Tenía que situarse a su espalda. No podía dejar que las llamas lo envolvíeran. El elfo intentó conjurar una descarga Cábala con su espada. Ella asoma la lengua roja, rápida como el rayo y escupe varias bolas de fuego oblicuas, dejando el acero incandescente y la mano del elfo abrasada. Aïgana vuelve la mirada hacia atrás, hacia aquella cosa rojiza onírica y le lanza polvos de estrellas que se precipitan sobre ella. Pero la figura atravezó la nebulosa, cada vez más deprisa entre la tempestad de polvo de estrellas gélidas.


—¡Escondanse detrás de las rocas! —, grito Björn para luego rugir: ¡mófilominus xilóvoratum!

Del crepúsculo surgió entonces, a una velocidad increíble, un látigo de plata álgido que le rebanó los brazos.

Usküdar se apartó de un empujón y tuvo el tiempo justo para levantar la espada. Antes de que la piromante pudiera reaccionar, una bola de nieve cobró vida en su puño derecho, con el azul glacial de las gemas arcanas de su espada. Una fuerte nevisca se arremolinó, congelando a la pirómana. Esta cayó y se partió en mil escarchas, las ascuas restantes cayeron sobre los adoquines en forma de diamante. El elfo presintió que algo hizo mal con el hechizo. Estaba seguro de haberlo conjurado de acuerdo a la Cábala, pero la fuerza que se agitaba dentro de él, había creado un impulso negativo, a pesar de las órdenes mentales que él daba.


Enseguida escucharon el grito de uno de sus soldados. —¿Qué pasa? — gritó Björn exaltado.

¿La encontraron? — preguntó Usküdar inquieto.

—¡Sí! —exclamó el capitán con toda la fuerza de sus pulmones —. ¡Al fin la encontramos! ¡Vengan acérquense!

-¿Continuamos? -le preguntó ella con aire serio.

-Continuemos -dijo él, y al tiempo que hablaba vio una empalizada de cinco pies de altura, con una cavidad circular de medio metro de ancho. Usküdar se asomó a la orilla del pozo.

Hay que bajar —dijo, sacando una correa de su cinto. 

—Espera. No es seguro, puedes caer al fondo —interrumpió nervioso Garth.

Tranquilo - le respondió - no tengo intencion de caerme -, y siguió avanzando con una agilidad asombrosa.


Björn le miraba en silencio y asintió levemente, aliviado en parte por su gesto que le eximía en bajar. Usküdar dio un par de tirones de seguridad a la soga, y descendió, donde se quedó colgando durante lo que pareció una eternidad. Finalmente, tocó fondo. Se quedó atónito al encontrarse con la madriguera de la dragona formada por paredes convexas hechas de cristal centelleantes y azulados. ¡Estaba en un aposento lleno de espejos! y en el corazón de su Cámara de Ámbar, era, en todos los sentidos, un auténtico Salón Dracónico. Una luz tenue y majestuosa, emanaba como si fuera un farol. 




¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
♥♥♥

Comments

  1. Hola Yessy,

    Me encanta la aventura de los personajes que nos presentas en este relato. La trama se vuelve aún más intrigante al enfrentarse a los numerosos obstáculos que sorprenden al lector. A medida que avanza la historia, el líder del grupo intenta mantener a todos visibles y controlar a la piromante, un enemigo formidable. Durante el enfrentamiento, Usküdar demuestra habilidades mágicas impresionantes.

    La historia culmina con la emocionante revelación de la guarida de la dragona, una Cámara de Ámbar en un Salón Dracónico. La descripción detallada de este lugar añade un toque misterioso y majestuoso a la narrativa.

    Una vez más, has logrado atrapar mi atención como lectora. Te felicito por ello; no es tan fácil cautivar mi interés, y tú lo logras en cada publicación, especialmente como escritora.

    Te mando un cálido abrazo.

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  2. Such wonderful descriptions in the scenario you have created. You have us begging for more! Happy 2024!

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  3. Always a treat to see your writing! Amazing scene! All the best to your creativity!

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