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31 - Escribe una escena de sexo, pero narrada por un mirón.

Nota: escena de alto contenido erótico, no apto para todo lector.


Una docena de chicas se dirigen a la antesala. Los sofás rojos y un piano de cola reproduce una melodía sensual que, infunde a la escena un sentido opulento, lujurioso y gótico. Una enorme lámpara de cuentas de cristal ilumina el entorno lascivo en rojo incandescente, y lo hace lucir como si estuviera ardiendo en llamas. Entre sonrisas y coqueteos, las féminas proceden de inmediato a desprenderse de sus capas negras para lucir sus sensuales cuerpos.

Mis ojos no pueden evitar detenerse en una exótica morocha de capa negra crespón que, de forma lenta la va deslizando, para luego mostrar un espectacular cuerpo con tanga de diamantes y gemas preciosas en los pezones. Una pelirroja deslumbrante en lenceria roja de rubíes, con un cuerno brillante de unicornio en su cabeza va hacia ella. La expresión de la morocha delata el deseo que la embriaga, mientras la chica entreabre los labios, y le da la bienvenida con su lengua y un suave gemido de placer. Sus bocas parecen haber sido creadas para estar juntas.

Casi al instante, aparece una despampanante Barbie Malibu de pelo largo y rubio, serpenteandose entre todas, creyéndose la mismísima afrodita. En su mano derecha lleva un báculo con una forma fálica, y en la otra sostiene un extraña pirámide masona en oro y plata, ambos, símbolos de la sociedad 50 Pecados de Musküdar.

Una hermosa chica japonesa se acerca a ella y derrama cognac Dudognon por sus pechos y muslos. El resto de las invitadas acuden a la señal y la rodean. Juntas lamen todo el líquido de su cuerpo con pequeños mordiscos en su piel que, se contrae por el placer hasta que su cuerpo convulsiona, y sus gemidos se convierten en un mar de endorfinas en su interior.

La orgía se pone frenética. Miró sobre una enorme cama redonda, un amasijo de extremidades desnudas y melenas purpurinas se retuercen. Sobre una alfombra de detalles florales, una chica tatuada, con la inconfundible máscara picuda se contonea sobre otra, ahogada entre caricias, besos, y flujos vaginales. Trago saliva y mis pupilas se dilatan de placer, al seguir atentamente la perversidad de aquella escena de sexo flamígero.

Dos de la madrugada, llevo tres dos horas escondido en el balcón, y el espectáculo prosigue en el escenario. Mi libido a subido considerablemente y la energía fluye tal como si me encontrara en plena adolescencia. Necesito un baño, dejar escapar la adrenalina acumulada y editar mi reportaje sobre esta orgia clandestina.

Mañana será otro día.

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