Cabalgaron todo el día a buen paso, dirigiéndose hacia la montaña Łysica. El sol enrojecía, consciente de que la luna ocuparía pronto su lugar. Las nubes le siguieron, y, lánguidas, cambiaron su esponjoso blanco por un gris espeso. Yvonnè se puso la capa de piel, temblando ligeramente. A su alrededor todo parecía tranquilo.
De súbito, escuchó ruido de pisadas entre aquella hojarasca.
—Espera. — dijo la joven con cierta precaucion. Y sacó la daga ceñida al cinto. Algo se estaba moviendo por los arbustos y matorrales, sin duda. Velhagen permaneció a la espera, atento, pidiendo a sus cinco sentidos que estuvieran alerta. El ruido parecía llegar desde la parte delantera de un riachuelo, el caballo resopló al detenerse y poco a poco, sigilosamente, desenfundo la espada.
Yvonnè siguió el sonido apartando ramas colgantes y agachándose bajo los pinares musgosos. El guerrero miró a su alrededor, espada en mano. A su izquierda, vio una pequeña cria de macabra sonrisa, que intentaba esconderse tras un árbol.
—¡Mira lo que está allá!
—¿Qué? Dime, Velhagen, ¡¿qué?! — susurró.
—¿Será un niño, un duende o un monstruo?
—Lo que sea. ¡Atrápalo! —gruño.
El guerrero se tiró a él como un felino, éste, lanzó un gruñido, y corrió como alma que lleva el diablo.
—¡Debí suponer que no podrías atraparlo! —vociferó.
Yvonnè lo siguió a través de la espesura. Rápidamente, atravesando los árboles caídos y los arcos de piedra desmoronados, ella redujo la distancia. Finalmente, entre zarzamoras y matorrales, lo adelantó y le cortó el paso. Velhagen se inclinó hacia delante para recuperar el aliento.
—¡Tranquilo... ¡No te asustes! ―. El chico se paró en seco, y mientras bufaba y gruñía, sus pies pisaron un zarzal, y gritó horriblemente. Los dos se quedaron petrificados al oir aquellos gritos.
—¡Séz fáj nokem! ¡Séz fáj nokem! (Aléjense!, largo, déjenme! )
Yvonnè agarró del brazo a Velhagen.
—¡Está fingiendo, cuidado!
—Creo que no está fingiendo —intervinó.
—¡Claro que lo está!
—Sígean ag likean, nuid leat. —(no te haremos daño) —dijo Velhagen, mientras cortaba las ramas con sus filosas espinas.
—¿Entiendes su dialecto? —preguntó asombrada.
—Si. Habla en kéntiko, un dialecto occidental.
— ¡Vaya, vaya!, eres increíble.
—Gracias a mi padre. —respondió, con media sonrisa.
Tras la ojeada general al chico, Velhagen no le veía amenaza alguna, nada que despertase temor. De cerca, su cara ya no parecía tan amenazadora como de lejos, aunque sus facciones eran iguales a los Gnomos Celestinos. De muy pequeña estatura, de piel verde nacarada, flacuchento con pelo encrespado y de ojos muy grandes. El chico se encogió, miró a su alrededor con la cara petrificada del miedo.
—Me pregunto... —comentó Yvonnè sin quitarle la mirada —, ¿será esta cría peligrosa? —.
El chico hizo una mueca de disgusto mientras sus pies se liberaban de entre las ramas punzantes. Velhagen hizo una pausa y ladeó la cabeza por unos segundos, luego dijo:
—Znaete li kŭde rastat rozite Sharnlin ( Sabes dónde crecen las Rosas de Şharnlin?) — preguntó el guerrero.
—Znaete li myastoto, kŭdeto se namirat Chernite rozi na Khalfeti (Si, allí en las profundidades del pequeño bosque Łysico, al sur de Lancashire.)
—¿Puedes hablar nuestra lengua? — preguntó el guerrero.
—Algo, pero no con fluidez —.
—¡Genial! —, se escuchó a la princesa murmurar entre dientes.
Yvonnè se sorprendió que hablase la lengua de ellos, y no bajó la guardia ya que había algo muy extraño en su comportamiento.
—¿Me puedo marchar?— inquirió—. La cría eructó con fuerza y el aire se impregnó de un hedor espantoso.
—¿Me podrias llevar a ese lugar? —, preguntó Velhagen.
—¿Lo dices en serio?
—Me temo que si.
—Está bien. ¿Qué me darás a cambio? —añadió.
—¿No quieres este anillo, la gema es valiosa?
—De acuerdo —. El crio tomó el aro y lo puso en su propio dedo.
— ¡Ale! ¿Estás seguro? —susurró la princesa con cierto temor —.
Velhagen miró la ladera de montaña que llevaba al bosque arbóreo, lucía imponente, inalcanzable, aterrador, hecho sólo para aquellos con suficiente temple y valor como para lanzarse sin pensar en las consecuencias.
—¿Recuerdas aquella vez que peleamos en el Pozo de la Calavera con las arpías? —dijo para romper el trance de temor en la princesa.
—Sí, lo recuerdo.
—Será lo mismo Yvonnè, al principio también teníamos miedo, ¿pero recuerdas que pasó una vez que saltamos?
—Cómo podría olvidarlo —respondió ella con sarcasmo.
Caminaron largo rato entre diálogos sobre el camino, las flores, las brujas, las laderas. El enano caminaba delante de ellos, escuchando la conversación sin decir una palabra, pero husmeando el aire y mirando una y otra vez a sus alrededores.
—¿Qué haces solitario por estos lares? —preguntó, viéndolo directamente.
—Recolectó plantas medicinales en la falda de la montaña.
—¿Por qué llevas el sello de las Valquirias Nocturnum en tu brazo?—interrumpió.
—Eres muy curiosa.
—¡Y tú un enano engreído! —farfulló enfadada.
—¡Yo no soy un enano, soy un Gnomo! —replicó a gritos.
—¡Basta! —interrumpió —el guerrero—, ¿de dónde eres?¿Eres de Lakithur?¿De Łysica, quizá?
—De por allí —, fue la evasiva respuesta de la cría.
—Nosotros somos de Serendipity —dijo con un ademán cordial —Mi nombre es Velhagen y ella es la princesa Yvonnè .
—Niño, ni se te ocurra una jugarreta.
—¿Te importaría dejar de llamarme así? —dijo él con expresión amarga.
—¿Y cómo deberíamos llamarte?
—For´núfar.
—Muy bien, For´núfar. Estás advertido —dijo —mientras le palmeaba el hombro.
For´núfar pertenecía a una pequeña tribu de gnomos sobrevivientes que se vieron obligados a viajar a Lakithur. Antes de que fueran esclavizados vivían en una región llena de lagunas y abundante foresta. Eran vegetarianos y recolectaban: semillas, hierbas silvestres y gramíneas para alimento y curación. Su carácter es tenaz, indomable y persistente, y, de hecho, es una de las razas más conocidas por sus grandes trabajos con plantas y hierbas medicinales.
***
Mientras tanto en la montaña Łysica, la hechicera Luciferina, sus gemelas sacerdotisas y aprendices estaban reunidas en un anillo de siete miembros frente a una fogata, e imploraban la transformación de Rotghoul, el druida de las Esferas Negras. Madre e hijas actuaban en armonía, puesto que el número tres era sagrado para las celtinas. Luciferina llevaba una corona hecha de ramas y flores de estramonio, mandrágora y belladona, sosteniendo un bastón de esqueleto de calavera. Ifraphasia y Ferphasia se encontraban a su lado.
¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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