
Sir Velhagen desconocía de cierta forma la fuerza que había intervenido para nombrarlo El Elegido, si había sido una orden superior de los Guardianes Crepusculares, o de las divinidades Ezthra Zerai de sus antepasados. Ahora lo único que tenía que probar, sobre todo a sí mismo: que era un Bughanafs, el maestro de espadas, que no había nadie más hábil que él, esto, le traía el doloroso recuerdo de su amado padre, que a su muerte, hacía varios años atrás, le dejaría la hoja dorada Gailck.
A continuación, el enjambre de insectos alados voló hacia el firmamento, moviéndose hacia arriba y hacia abajo, transformándose en una brillante esfera.
—Mejor nos regresamos, ¿no? —masculló ella.
—No. —El joven negó con la cabeza intrigado—. Le prometí a Antártika un manojo de Rosas de Şharnlin.
—¡No lo dices en serio! ¡Aquí nadie tiene las Rosas Negras!
—Las brujas sí. —dijo.
—¿Qué? —dijo, intentando concentrarse—. ¿A qué te refieres?
— Falta poco para llegar a la montaña Łysica,
—¿O sea que piensas robar las rosas? —se atrevió a preguntar sorprendida, aunque le aterraba un poco la respuesta.
—Así es. Pero tranquilízate. Mi padre fue un brujófilo. Le gustaba narrar historias de brujas, me enseñó las virtudes de las plantas, para protegernos de toda clase de hechiceras.
—No creo que sea una buena idea que tú y yo provoquemos a las brujas de Lancashire.
—Tú sígueme y no te pasará nada. Eres una chica aguerrida y ágil, ¿no?
—Maldición —masculló.
—Vámonos ahora, antes de que sea demasiado tarde. Si el rey Nólar Fendley llegara a enterarse de que nos encontramos en Lancashire, ambos seremos amonestados.
Las leyendas que hablaban del guerrero y de sus hazañas eran muchas y muy detalladas. La Mantis Religiosa había buscado su ayuda porque estaban desesperados por formar otro círculo. Necesitaban de un líder que conociera las artes nigrománticas y al mismo tiempo fuera diestro en el manejo de la espada. El nuevo círculo que manejaría Sir Velhagen constituía una posible tabla de salvación para los Zíðren.
Yvonnè miro a Velhagen y dijo con seriedad:
—¿En serio aceptarás dicha propuesta? Creo que deberías pensarlo detenidamente.
Yvonnè repitió su pregunta, y una vez más no recibió respuesta. Se puso en pie, enfadada, y subió al caballo. Velhagen salió al trote en dirección al sendero que ascendía por la montaña. Yvonnè lo siguió. El camino era pedregoso y muy empinado en algunos puntos, en los que tuvieron que bajarse de los caballos para no correr el riesgo de despeñarse.
Las montañas Łysicas estaban todavía más al norte, justo en el centro del territorio que era reclamado por los Serendipitianos y que las brujas de Lancashire conservaban mediante la fuerza. Eran físicamente similares a las brujas de Negadones excepto por sus garras de marfil y hechizos difíciles de romper. Hacía ya una generación que el Rey Nólar Fendley y losTrinis Kildare habían ganado la batalla Łysica, pero las nigrománticas aún estaban lejos de ser sometidas.
El aire en la montaña era puro y cristalino, y el sol de la mañana brillaba en lo alto. Desde aquella alta meseta, la panorámica era amplísima; se podía ver a lo lejos parte de la temible Lancashire.
—¿Eres consciente de adónde vas a meterte? ¿Sabes…? —se reprimió al darse cuenta de la ironía de su pregunta. Ninguno de ellos era consciente en qué peligro iban a meterse, pero sabía que la promesa se debería cumplir.
—Es una buena pregunta… —empezó a decir.
—Escúchame —lo interrumpió, sin paciencia para aguardar su respuesta —.
Esperó a que él hiciera una señal de asentimiento y luego continuó:
— Quiero que me jures por tu vida que no ha pasado nada entre tú y Antártika. Vamos, Velhagen. Júralo —.
El guerrero no respondió, pero estaba más pálido que nunca y le miró con el ceño fruncido y las cejas unidas. Ella sintió un nudo en la garganta y no pudo articular palabra alguna. Esperó que respondiera.
—¡Tú sabes perfectamente que no! —grito. El enfado que le hizo hervir la sangre provoco que su voz sonara fuerte e indignada—. ¡No te voy a permitir que desconfíes de mi honor!
Ella le miro fijamente y esos ojos azules se convirtieron en una especie de dagas, adquiriendo esa naturalidad que ella conocía tan bien, la que le hacía sentir como si pudiera ver su interior.
—No puedo creer lo que acabo de decir. Pero ya está. Lo he dicho. ¡Por fin!
—¿Tienes celos, verdad?
—No.. no ten.. bueno sí, estoy un poco celosa.
—Esta bien. ¿Ya acabaste con tu ataque de celos?
Ella se sonrojó levemente y noto cómo el rubor se extendió desde su pecho hasta el cuello y murmuró:
—¡Cállate, no lo repitas!... ¡Qué vergüenza!
¿Cómo era posible que ella, una mujer de una mente centrada, que no había tenido ninguna dificultad en permanecer célibe durante más de tres años, de repente deseara un hombre tanto de esta manera? Ella no podía asimilar que desde los años de su adolescencia, no experimentaba un deseo sexual tan fuerte.
—Por favor, no pienses mal —dijo en tono de exasperación — ella es como una hermana; la conozco desde que nació, le tengo mucho aprecio. Además esa niña parece estar muy enamorada del príncipe Nólakwen; por eso quiere la flores negras para llevarlas al templo de la Diosa Negra.
Él suspiró y tomó sus manos. —Se que es difícil que me comprendas, pero confía en mí, le prometí que se las llevaría para su ofrenda, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Pero luego me surge otra pregunta y esta es: ¿Por que a elegido a la Diosa Negra? Realmente me intriga mucho el saber que tiene en mente.
—Hay mucha desconfianza —comentó, agitando la cabeza de manera compungida—. Quizá así demuestre que tengo razón al confiar en ella.
Yvonnè se preguntó si Antártika podría estar jugando con él, utilizándolo, para así obtener su confianza. Ella ya no era tan ingenua como para soñar con galantes caballeros o como para confiar en algo tan veleidoso como el amor, pero la seguridad, la independencia, todo eso sí que podía estar a su alcance al tener en sus manos al príncipe Nólakwen. Si bien tenía ropas finas, ricas joyas, sirvientes y una hermosa estancia en el palacio del rey; el problema era que nada de todo aquello era oficial y que muy poco era de su propiedad, no tenía tierras ni títulos.

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