
Velhagen e Yvonnè se despertaron ante la brisa del aleteo de varias criaturas.
Los dos alzaron la vista, sus ojos no creían lo que estaban viendo. Era un enjambre de diminutas luciérnagas, de cuerpos femeninos, con una larga melena turquesa que cubría sus caritas pecosas, con naricitas pequeñas entre dos grandes y rasgados ojos de pupilas ámbar.
—¿Qué hacen en nuestro territorio? — preguntó la líder de las criaturas centelleantes, mirándolos con fiereza.
Las luciérnagas Macrolampis eran Las Guardianas de la naturaleza silvestre, criaturas legendarias con caracteres antropomorfos, que recibían órdenes de sus dioses creadores para proteger los insectos y su hábitat. Éstas solían interactuar con los humanos solamente cuando intentaban hacer uso de algún elemento natural a su cargo.
—Solo refugio para pasar la noche — dijo él —. Velhagen se asombró ante la ferocidad de la pequeñuela. Ivonnè notó el báculo de mariposa en la mano de la linterna viviente, el cual comenzó a brillar con un ligero zumbido. De la punta salió disparada una cúpula membranosa, extendiéndose sobre ellos. Los jóvenes se miraron nuevamente y consideraron sus opciones. Claramente, eran demasiadas para un enfrentamiento; evitar un combate directo parecía ser la mejor salida.
—¿Qué... haremos? —preguntó ella, preocupada.
—No lo sé —dijo, tratando de figurar la escena—.
—Es... ¿Están haciendo algo mágico? —preguntó, cuando entonaron un vetusto cántico.
—Creo que sí, pareciera ser un ritual por los cánticos.
—Pues, hagamos algo, ¿no? —insistió Ivonnè.
—Tú siempre tan impulsiva. Aguarda —murmuró el guerrero —.
Velhagen se volvió y se plantó de cara al grupo de coleópteros noctámbulos.
—Su Majestad ¡No queremos hacerles dañ...!
No terminó la frase. La líder lanzó un prolongado chillido, seguido de un monótono cantico que habían empezado a entonar sus súbditos: Oh poderosa Diosa del Ser y del Saber, te ruego me digas quienes son estos ilusos que osan traspasar nuestras tierras.
De repente, las criaturas centelleantes desaparecieron, dejando la estancia sumida en la oscuridad y el silencio. Tras unos segundos de calma el punto de luz apareció en la parte posterior de sus abdómenes, expandiéndose en un pestañeo tenue y continuó hasta convertirse en un portal que brilló con una potente luz amarilla. A continuación, los pequeños bichos que los rodeaban se tumbaron en el suelo para rendir pleitesía a la silueta que se aproximaba. En ese instante, se escuchó una vocecilla femenina. Se trataba de una Mantis Religiosa, con figura esbelta, pálida y delicada ataviada con un vestido vaporoso color musgo, se detuvo ante ellos para estudiarlos y ser estudiada a su vez.
Ella se acercó a él. Sus alas verdes se agitaron alrededor de su cabeza y hombros. Luego se acerco aún más, gorjeó y dijo:
El Elegido de los Zíðren ha llegado.
—¡Qué! ¿Esto es una broma? —espetó él, sacudiendo la cabeza.
—No lo es. Tienes las marcas en tu espalda, ellas forman las líneas de Júniper.
—¿Líneas de Júniper? — dijo Yvonnè, mientras sus palmas trazaban las marcas en la piel de Velhagen.
—No. No existe tal cosa. Debe ser una confusión. Estas cicatrices me las hice de niño, cuando defendía a mi padre de un enorme jabalí.
—¿Eso te dijo tu madre?
Nada más pronunciar esa palabra sintió la tensión del insecto depredador. Pero él se limitó a decir:
—¿Un Elegido? Qué bobada. Sólo soy un pobre guerrero que fue lo bastante estúpido como para no afrentar su destino. Miró a Yvonnè y después vio al enjambre de las luminosas, que le miraban con rostros de querer saber la verdad.
—Un día, tu madre me hizo una petición muy especial. —dijo la Mantis —. Ella y Alassë estaban formando un grupo de nuevos Elegidos. Me hiso prometer que tú serias el lider de la lista. Y para escoger al resto de los integrantes del equipo vas a necesitar de mi ayuda.
—¿Pero de qué demonios hablas? —espetó Velhagen, que comenzaba a ponerse nervioso —. ¿Me puedes explicar de una vez que es un Elegido?
—Los Elegidos son una especie de elfos Bughanaf, defensores liderados por los dioses del Viento Solar. Son los protectores de los elfos Zíðren, que estuvieron a punto de ser destruidos siglos atrás, por la legión de las Auras Tenebrōsīs, una jerarquía salida del mismísimo corazón del Oscuro Espacio Sideral. Cuando llegaron a este planeta en busca de los Zíðrens, la mayoria fue expulsada por los Elegidos de los cuatro puntos cardinales.
—¿Cuál es el motivo para un nuevo círculo?
—Su alineamiento a envejecido, por lo tanto el círculo se ha debilitado. Los bosques están siendo invadidos nuevamente por los Tenebrōsīs, causando la necrosis de los árboles sagrados de Júniper. La putrefacción, convierte la energía vital en ondas mortales, las cuales, marchitan el tejido corporal de los Zíðren. Alassë creyó firmemente que mezclando la sangre humana con la de ellos preservaría su especie. Funcionó al principio, pero ya no está surtiendo efecto.
Velhagen permaneció pensativo durante unos segundos y luego dijo:
—Pero yo no soy un elfo.
—Eres un híbrido.
—¿Entonces... mi padre era...?
—No. Tu madre era una princesa elfa de tercera generación, su verdadero nombre era Cřunské.
Unos cuantos miles de años atrás, los Zíðren llegaron a la tierra, desde su planeta Júniper, que solía tener hermosos océanos, lagos y montañas. Súbitamente, La legión de las Aura Tenebrōsīs destruyó su astro, dejándolo en condiciones inhóspitas, unos cuantos pudieron escapar esparciéndose por todos los planetas. La reina Mantis religiosa, encontró unos cuantos moribundos cerca de las cordilleras balcanas. Allí, ella sembró las semillas de árboles que traían con ellos. Estos árboles sagrados recibían el polvo intergaláctico, que al crecer emanaban la energía vital que los mantenían sanos y saludables. Pero en los últimos años, las plantas arbóreas estaban muriendo por la falta de energía ultravioleta.
El guerrero hacía largo rato que sentía el escrutinio al que estaba siendo sometido por aquella criatura. Un millar de ojos se posaron sobre él. Con la mente confusa en su interior, buscó aquellas palabras que pudieran disculparlo; pero sólo acertó a balbucear un pretexto incoherente.
—Su Majestad, le ruego disculpe mi falta de gratitud. Desconocía el secreto de mi madre. —Su voz sonó trémula mientras se flexionaba y caía de rodillas al suelo, sintiendo cómo que un jarro de agua fría le caía en la cabeza.
—Cuando salga la nueva nebulosa y los granos de polvo absorban la radiación ultravioleta, estaremos listos para formar el nuevo círculo Zíðrens, ¿comprendes?
Reinó el silencio. Velhagen asintió inclinando lentamente la cabeza.
Yvonnè y las diminutas luciérnagas, allí presentes se quedaron conmocionadas; jamás antes habían sido testigos de un hecho semejante.

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