Crónicas de Serendipity

CAPITULO 4


Ese mismo día, antes de que se pusiera el sol, Trevor Velhagen y la princesa Yvonnè se dirigieron a la pequeña aldea, que estaba enclavada en medio de una umbría floresta que ahora parecía envuelta en la neblina de aquella mañana gris. No obstante, para llegar a dicho lugar, tenían que cruzar altas y bajas montañas. El paso era lento y tortuoso, pero no imposible para jóvenes tan dotados de energías como ellos. 

Ella bostezó.

—¿Cuánto tiempo falta por llegar?

—Te daría demasiada información si te lo dijera —repusó —. En los labios de él se dibujó una sonrisa.

—Me refería a cuánto falta para desayunar.


Ella soltó una risita.


—Me equivoqué. Todas las noches me preguntas cuántos días de camino nos quedan.

—Así es —admitió ella sin dejar de sonreír—. ¿Cuánto falta?

—Dos horas —respondió él, señalando la alforja con un movimiento de la cabeza.

—Ya estoy cansada de comer carne salada y pan — contestó.

—¡Ash! —susurró, no podemos detenernos.

Mejor nos regresamos, ¿no? —masculló ella.

—No. —El joven negó con la cabeza intrigado—. Le prometí a Antártika un manojo de Rosas de Şharnlin.

—¡No lo dices en serio! ¡Aquí nadie tiene las Rosas Negras!  

—Las brujas sí.

—¿Qué? —exclamó con su extraña y chillona vocecita —. ¿A qué te refieres?

— Falta poco para llegar a la montaña Łysica.

—¿O sea que piensas robar las rosas? —se atrevió a preguntar sorprendida, aunque le aterraba un poco la respuesta.

—Así es. Pero tranquilízate. Mi padre fue un hierbero. Me enseñó las virtudes de las plantas, para protegernos de toda clase de hechiceras. 

¿Hierbas? me temo que vas a necesitar más que eso. 

—Tú sígueme y no te pasará nada. Eres una chica aguerrida y ágil, ¿no? 

—Maldición —masculló.

—Vámonos ahora, antes de que sea demasiado tarde. Si el rey Nólar Fendley llegara a enterarse de que nos encontramos en Lancashire, ambos seremos amonestados.


Yvonnè miró a Velhagen y dijo con seriedad:

—Insisto. ¿Por qué provocarlas por algo trivial? Me parece que deberías pensarlo detenidamente. 


Yvonnè repitió su pregunta, y una vez más no recibió respuesta. Se puso en pie, enfadada, y subió al caballo. Velhagen salió al trote en dirección al sendero que ascendía por la montaña. Yvonnè lo siguió. El camino era pedregoso y muy empinado en algunos puntos, en los que tuvieron que bajarse de los caballos para no correr el riesgo de despeñarse.


Las montañas Łysicas estaban todavía más al sur, justo en el territorio que era reclamado por los Serendipitianos y que las brujas de Lancashire conservaban mediante la fuerza. Eran físicamente similares a las brujas Pardas excepto por sus garras de marfil y hechizos difíciles de romper. Hacía ya una generación que el Rey Nólar Fendley y la Triada Kildare habían ganado la batalla Łysica, pero las nigrománticas aún estaban lejos de ser sometidas. 


El aire en la montaña era puro y cristalino, ya el sol de la mañana comenzaba a brillar en lo alto. Desde aquella alta meseta, la panorámica era amplísima; se podía ver a lo lejos parte de la temible Lancashire. 


—¿Eres consciente de adónde vas a meterte? ¿Sabes…? —se reprimió al darse cuenta de la ironía de su pregunta. Pareciera que él no era consciente en qué peligro iban a meterse, pero sabía que la promesa se debería cumplir.  

—Es una buena pregunta… —empezó a decir.

—Escúchame —lo interrumpió, sin paciencia para aguardar su respuesta. 


Esperó a que él hiciera una señal de asentimiento y luego continuó:

¿Hay algo entre tú y Antártika? —.


Trevor Velhagen le miró con el ceño fruncido.  Ella sintió un nudo en la garganta y esperó que respondiera.


—¡No! — El frunció las cejas al hablar.


Ella le miró fijamente y esos ojos violeta se convirtieron en una especie de dagas, adquiriendo esa naturalidad que ella conocía tan bien, la que le hacía sentir como si pudiera ver su interior.

—No puedo creer lo que acabo de decir. Pero ya está dicho.

—No entiendo por qué tienes celos.  

—No.. no ten.. bueno sí...

—Esta bien. Es natural. ¿Ya acabaste con tu ataque de celos? 

Ella se sonrojó levemente y noto cómo el rubor se extendió desde su pecho hasta el cuello y murmuró:

¡Cállate, no lo repitas!... ¡Qué vergüenza!

Por favor, no pienses mal —dijo en tono de exasperación — ella es como una hermana; la conozco desde que nació, le tengo mucho aprecio. Además esa niña parece estar muy enamorada del príncipe Nólakwen; por eso quiere la flores negras para llevarlas al templo de la Diosa Negra.


Él suspiró y tomó sus manos. —Sé que es difícil que me comprendas, pero confía en mí, le prometí que se las llevaría para su ofrenda, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Pero me resulta extraño que haya elegido a la Diosa Negra. ¿Qué estará tramando ahora?

—¿Qué tiene de malo? ¿Quién no tiene sus propios dioses?

—Seguro que necesita las flores para usarlas en contra de Alassë, para que no interfiera entre ella y el príncipe Nólakwen. 

—¡Ya es suficiente, Yvonnè! —.


Aquellas palabras, lejos de darle celos, la enfurecieron mucho más de lo que él habría esperado.


—¿Sabías que la Diosa Negra es una deidad malévola? ¿Qué entiendes por eso?

Velhagen espoleó al caballo con los talones y dijo:   

—¿Vienes conmigo o no? —.


Yvonnè se preguntaba si Antártika podría estar jugando con él, utilizándolo, para así obtener su confianza. Ella ya no era tan ingenua como para confiar en algo tan veleidoso como el amor, pero la seguridad, la independencia, todo eso sí que podía estar a su alcance al tener en sus manos al príncipe Nólakwen. Si bien tenía ropas finas, ricas joyas, sirvientes y una hermosa estancia en el palacio del rey Fendley; el problema era que nada de todo aquello era oficial y que muy poco era de su propiedad.



¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
♥♥♥

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