Crónicas de Serendipity

Velitius y Abäk se sobresaltaron al escuchar aquella voz imponente. Abäk volvió la cabeza a uno y otro lado y por fin descubrió la solitaria figura montada sobre un grifo de aspecto fiero. Tenía la cabeza calva, grande, pero con un cuerpo de diosa, la capa de seda crespón envolvía aquel abdomen delgado y alargado, escondiendo sus gráciles movimientos: era aquel un rostro pálido, lleno de vida y maldad, Una ancha y macabra sonrisa mostró una hilera de blancos dientes en forma de stiletto. Era Grimalkina una de las brujas de Lancashire.

¿Tendrían que luchar también contra aquella amenaza? Grimalkina, bajó deslizándose sin perder de vista a sus enemigos en ningún momento. Y allí giró su sortija de Turiel. Luego, levantando dos dedos, convocó un encantamiento, para que ningún guardia se percatara de la situación. Finalmente, cuando estuvo detrás de Börte, a menos de seis pasos, preguntó mirándolo con soberbia: —¿Dónde está La Escarlata de Fuego?


Él giró e hizo una reverencia ante la bruja y le entregó el descolorido pergamino. Ella miró el rollo, y se lo guardó en su largo ropaje, sin haberlo leído. Porque algo le indicaba que, si no era precavida con la potente magia Dál Riata, la que tanto había temido al huir de Lancashire, le podría anular sus poderes para siempre. 


Ella no confiaba en Börte. Suponía que era un traidor pero le traía sin cuidado. Al fin y al cabo, le resultaba imposible encontrarse con un humano que fuera honesto. Estaba segura, que todos eran mentirosos y desleales. Le desagradaba tener ese intermediario, habría preferido tratar directamente con la triada Kildare, pero esto último era imposible. Los actuales druidas de Serendipity habían alcanzado un acuerdo con las diosas Lejrianos de que sus armas mágicas serían prohibidas a todo aquel que practicara la magia negra.


Velitius se apartó de la protección que le proporcionaba la magia y corrió hacia el sabio Überiems. Cuando la hechicera advirtió que el menor druida, Abäk, estaba absorto en sus hechizos, ésta sintió cómo el poder de la runa mannaz, que aún resplandecía en el mágico tejido que rodeaba la túnica de Überiems, surgía un flujo de destellos blancos que saltaban sobre ella. Cada chispazo hacía su efecto, hasta que, finalmente, la runa empezó a hacerla retroceder hacia el remolino negro de donde habia salido. Los destellos empezaron a agruparse alrededor de la bruja negra. 


Entre tanto, Börte aprovechó la ventaja y recurrió a la magia que había reservado. Unas energías indecibles fluyeron de la malvada bestia y éste sintió un dolor espantoso cuando su mutación mortal luchó por mantener la forma y contrarestar las descargas de Überiems. Éste, llenó su mente de innumerables conjuros, pero en su afán por destruir la runa, su pelaje grisáceo acabó ardiendo en llamas.


—¡Maldita sea! —, gritó, y sus ojos centellearon de ira. 


Mientras, Grimalkina observó el denso torbellino de niebla negra, que giraba alrededor de sus pies hasta las rodillas. Ella pensó «Es un conjuro Omega, pero no mayor que la magia cirílica de mis antepasados». Con los brazos extendidos, de un modo monótono, agitando a un mismo tiempo en el aire sus manos susurraba:


Ríatuaith eruirií Ardrí fortha Rí  ... Niéper Cocidious ... Ríatuaith eruirií Ardrí fortha Rí ... Niéper Cocidious. El cántico seguía y seguía sin parar.


El grifo exhaló, vaciando gélidas corrientes de vapor que salían por una veintena de grietas y cavernas. En instantes el aire se tornó frío, muy frío, con una temperatura de veinte y un grados centígrados. A los druidas se les formó hielo en las fosas nasales, y las manos, los pies y los brazos comenzaron a entumecerse. Enseguida, Velitius logró lanzar un puñado de tréboles bermellones, que parecieron disminuir el aire condensado. Pero con una rapidez sorprendente, Grimalkina los contrarrestó con su mazo de rizos siniestros.


—¡La magia de las runas Mannaz o nos congelaremos!—gritó Velitius—. ¡Maldita nigromante! —añadió, para luego comenzar a recitar con Abäk un ensalmo y lanzar varios hechizos. Pero la magia negra de la bruja era más fuerte y, sin ningun esfuerzo tejió una ola letal de energia corrupta, que acabó descontrolando las runas. Pero su magia comenzó a debilitarse rápidamente ante el poder de las runas. Una palabra llegó con claridad a la mente de Grimalkina: Theleb’lahn. La poderosa maldición del glam dicinn, que heredó de su padre.


—Theleb’lahn. — masculló la bruja, escupiendo saliva negra y fétida. Abrió la mano. Las puntas de los dedos se iluminaron, las sintió calientes. Bastaba un chasquido de sus dedos para que su magia descontrolada se desbocara por las cavernas. Sin embargo, se dijo, si hacía eso, su venganza quedaría en el olvido. Apretó firmemente el puño, sintió toda la energía en él, la magia chisporroteaba en llamaradas por la palma y el dorso de la mano. Sin embargo, se decidió solo por invocar el glam dicinn, su hechizo espectral de control. Ella alzó la mano y unos hilos negros brotaron de sus dedos. Las hebras volaron y se incrustaron en los labios de los druidas. La bruja Grimalkina rió entre dientes; era un sonido gutural, que combinaba a la perfección con su rostro pálido y sombrío.


¡Eso fue asombroso! —exclamó Börte.

—Solo sellé sus labios, temporalmente.

¿Tienes idea del peligro que conlleva el tratar de descifrar los símbolos? —advirtió, la bestia.

—Lo sé. Es un peligro que implica una magia de proporciones inimaginables... una magia muy superior a la tuya, la mía o la de cualquier otro. —respondió.


Grimalkina no temía a Überiems, aunque sabía muy bien de sus poderes. El conocimiento del druida mayor había sido siempre el otro componente de ese poder, aparte del alquimista Emetèrico. De todos modos, eso no le importaba demasiado, puesto que estaba segura de que su magia negra era más potente; lo que en realidad le importaba era entender todo el contenido del pergamino.


—Eres un tonto, Börte. —murmuró la bruja mientras sus ojos entornados observaban a los druidas.

—¿Qué quieres decir? —rugió, moviéndose en círculo alrededor de ella.

—Antes envaina esas zarpas. —Grimalkina advirtió. Börte obedeció.


De pronto la conversación fue interrumpida. Un feroz Halcón negro descendió, lanzando plumas de fuego hacia ellos. Esos ataques aterrorizaron a Grimalkina. En aquel instante se transformó en una Zolfwar, víbora voladora cuyas escamas azuladas y venenosas, contenían la magia negra de las antiguas hechiceras Lancashire. ¡Transliculum! —gritó, el Halcón. Ella apenas logró evitar el hechizo, que desviado fue a golpear un cúmulo de libros de alquimia. —¡Crees realmente que puedes contra mi! —Vamos, solo eres una bruja de tercer rango. Aún tienes mucho que aprender sobre magia negra. —dijo. Él carcajeo divertido. —¡No te atrevas! —gritó encolerizada. —¡Por supuesto que me atreveré! —Se concentró y de sus pupilas azul gris surgió un halo de luz brillante. Iba recubriéndola de una sustancia plateada, formando una armadura metálica alrededor de su cuerpo, que la dejó inmovilizada. El pelaje grisáceo de Börte se erizó, inclinó las patas traseras y su fauce se abrió, mostrando sus afilados dientes. Súbitamente la misteriosa ave se volvió hacia él y, un conjuro de anillos de magia rúnica, envolvió la horrible bestia, dejando a la presa indefensa. Seguido, levantó los brazos por encima de la cabeza del druida mayor y convocó la magia de Ogma. —¡Retractum Statim! —Überiems, se despertó de súbito.


Tardó un momento en recobrar la conciencia, y reconocer a las personas que estaban a su alrededor. Velitius y Abäk se mantenían en silencio, de sus bocas no salía un solo gemido, solo observaban con inquietud a la insólita criatura. ―Para todo hay un hechizo ―murmuró el pájaro. —¡Utenim adinima veniam! Los hilos negros en sus bocas comenzaron a fundirse, desapareciendo por si solos. —¿Qué brujería es ésta? —rugió Börte a Grimalkina. —No lo sé —contestó. —¿Por qué, entonces, no haces algo?

―Te lo advierto. ¡dejanos libres o te destruiremos! Arderás en los infiernos, humano insignificante. Tu cuerpo se consumirá entre las sombras y el sufrimiento. —exclamó una desafiante Grimalkina. El antropomorfo de Börte comenzó a alargarse más de forma inesperada, y sus poderosas mandíbulas mordían los aros mágicos.

—¡Magia inútil! Te puedes crecer todo lo que quieras, pero eso no te hará más fuerte —pronunció Pytar, visiblemente irritado. Sus grandes zarpas se abrían y se cerraban espasmódicamente. El medallón que colgaba del cuello lanzó un simple hechizo. Los anillos vibraron y Börte sintió un fuerte apretón alrededor del cuerpo y cuello.



¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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