Crónicas de Serendipity


Velitius y Abäk se sobresaltaron al escuchar un papaloteó imponente. Abäk volvió la cabeza a uno y otro lado y por fin descubrió la solitaria figura levitando. Tenía la cabeza calva, grande, pero con un cuerpo de diosa, la capa de seda crespón envolvía aquel abdomen delgado y alargado: era aquel un rostro pálido, lleno de vida y maldad, Una ancha y macabra sonrisa mostró una hilera de blancos dientes en forma de stiletto. Era Grimalkina una de las brujas de Lancashire.


Grimalkina descendió como una pluma de ganso sin perder de vista a sus enemigos en ningún momento. Allí giró su sortija de Turiel y convocó un encantamiento, para protegerse de la Triada Kildare. Finalmente, cuando estuvo detrás de Börte, a menos de seis pasos, preguntó mirándolo con soberbia: —¿Dónde está La Escarlata de Fuego?


Börte giró e hizo una reverencia ante la bruja y le entregó el descolorido pergamino.

« En cuanto tenga ocasión… víbora», pensó inquieto ante la idea de quitarselo.


Börte había pactado con la magia nigromántica de Grimalkina, y no pensaba dejar pasar la oportunidad de usarla para hacer suyo el pergamino, aunque tuviera que morir en el intento. Pero necesitaba ser cauteloso, recordó el fracaso y castigo de los hechiceros de Leroux, que habían sucumbido en el intento de manipular la magia Dál Riata, pero eso no lo detendría.


Ella lo observó con frialdad, luego apartó la mirada, agarró el rollo, y se lo guardó en su largo ropaje, sin haberlo leído. 


—¡Maldita Triada! —exclamó con brusquedad—. Y dime, ¿de qué estaban hablando?

—Nada, nada importante —,  respondió.


Grimalkina no confiaba en Börte. Suponía que era un traidor pero le traía sin cuidado. Al fin y al cabo, le resultaba imposible encontrarse con un humano que fuera honesto. Estaba segura, que todos eran mentirosos y desleales. Le desagradaba tener ese intermediario, habría preferido tratar directamente con la triada Kildare, pero esto último era imposible. Los actuales Druidas de Serendipity habían alcanzado un acuerdo con las diosas Dál Riata, de que sus armas mágicas serían prohibidas a todo aquel que practicara la magia negra.


Cuando la hechicera advirtió que el poder de la runa Mannaz, aún resplandecía débil en el mágico tejido que rodeaba la túnica de Überiems, invocó su poder con el fin de mantener a las runas débiles y dóciles. Cuando Grimalkina se dio cuenta de que Velitius estaba suspendido sobre ella, con un hechizo modificado para restringirla ella pensó «Es un conjuro Omega, pero no mayor que la magia cirílica de mis antepasados». Con los brazos extendidos, de un modo monótono, agitando a un mismo tiempo en el aire sus manos susurraba:


Ríatuaith eruirií Ardrí fortha Rí  ... Niéper Cocidious ... Ríatuaith eruirií Ardrí fortha Rí ... Niéper Cocidious —. 


El cántico seguía y seguía sin parar.


—¡Las runas Mannaz!—gritó Velitius—. ¡Maldita nigromante! —añadió, para luego comenzar a recitar con Abäk un ensalmo y lanzar varios hechizos. Pero la magia negra de la bruja era más fuerte y, sin ningún esfuerzo, tejió una ola letal de energía corrupta, que acabó descontrolando las runas. Pero su magia comenzó a debilitarse rápidamente ante el poder de las runas. Una palabra llegó con claridad a la mente de Grimalkina: Theleb’lahn. El poderoso conjuro del glam dicinn, que heredó de su padre. 


—Theleb’lahn — masculló la bruja, escupiendo saliva negra y fétida. Abrió la mano. Las puntas de los dedos se iluminaron, las sintió calientes. Bastaba un chasquido de sus dedos para que su magia descontrolada se desbocara por las cavernas. Sin embargo, se dijo, si hacía eso, la magia de la Triada quedaría corrompida y no podría conseguir los códigos para leer La Escarlata de Fuego sin ningun peligro. Apretó firmemente el puño, sintió toda la energía en él, la magia chisporroteaba en llamaradas por la palma y el dorso de la mano. Sin embargo, se decidió solo por invocar el Glam dicinn espectral de control. Ella alzó la mano y unos hilos negros brotaron de sus dedos. Las hebras volaron y se incrustaron en los labios de los Druidas. La bruja Grimalkina rió entre dientes; era un sonido gutural, que combinaba a la perfección con su rostro pálido y sombrío.


—¡Eso fue asombroso! pero, ¿por qué no te deshaces de ellos? —exclamó Börte.

—No puedo. ¿Tienes idea del peligro que conlleva el tratar de descifrar los símbolos? —advirtió.

—Lo sé. Es un verdadero peligro —respondió.


Grimalkina no temía a Überiems, aunque sabía muy bien de sus poderes. El conocimiento del Druida mayor había sido siempre el otro componente de ese poder, aparte del alquimista Emetèrico. De todos modos, eso no le importaba demasiado, puesto que estaba segura de que su magia negra era más potente; lo que en realidad le importaba era entender todo el contenido del pergamino.


—Eres un tonto, Börte. —murmuró la bruja mientras sus ojos entornados observaban a los Druidas.

—¿Qué quieres decir? —rugió, moviéndose en círculo alrededor de ella.

—Antes envaina esas zarpas. —Grimalkina advirtió. Börte obedeció.

—No debiste neutralizar la magia del viejo Druida —Ella frunció el ceño.

—Así no tendrá ningún poder sobre mí —replicó, y su risa resonó en la estancia.

—Con su poder, controlaré toda la magia de los Reinos, y yo te proporcionaré todo aquello que le corresponde a un verdadero noble: vestiduras, joyas, un palacio, esclavos... —

—Una perspectiva embriagadora —dijo Börte con sorna.

—Añade a eso lo que ya te e dado, y creo que juzgarás la recompensa suficientemente atractiva —

—En efecto. Es generosa, sin duda —gruño.


Él respiró profundamente para controlarse. Comenzó a sentir una necesidad que lograba identificar. ¿Sed de sangre? Deseaba desgarrar la yugular y sorber el alma de esta astuta víbora. 


Una voz interrumpió la conversación.


La figura miró a Grimalkina a los ojos y se esforzó por ocultar la sorpresa que sentía. Aquellos ojos la señalaban como una sacerdotisa de Rotghoul, el druida de las Esferas Negras. Un corpulento y rústico cuerpo humano se dejó ver, era Pytar de Skamfar. Grimalkina dio un paso atrás y se transformó en una Zolfwar, víbora voladora cuyas escamas azuladas eran muy venenosas. Ella extrajó gélidas corrientes de vapor por una veintena de grietas. En instantes el aire se tornó frío, muy frío, con una temperatura de treinta y cinco grados. A los Druidas se les formó hielo en las fosas nasales, y las manos, los pies y los brazos comenzaron a entumecerse. 


Con presteza, Börte extendió las garras, el rostro de la criatura era todo hocico, con una enorme boca sonriente llena de arriba abajo de dientes finos como agujas. El licántropo se lanzó en pos de Pytar, al tiempo que empezaba ya a absorber la energía para el conjuro que lo mataría. Pero, éste se transformó en un torbellino: y se apartó a un lado para esquivar la estocada de sus garras he invocó: ¡Utenim adinima veniam! 

Börte sintió un dolor espantoso cuando su mutación mortal luchó por mantener la fuerza y contrarrestar las ráfagas. Al sentir la fortaleza llenó su mente de innumerables conjuros, pero en su afán por destruirlos, su pelaje grisáceo acabó ardiendo en llamas.


—¡Maldita sea! —, gritó, y sus ojos centellearon de ira.


Súbitamente el misterioso personaje se volvió hacia Börte y, un círculo de anillos rúnicos, envolvió la encolerizada bestia, dejando a la presa indefensa. Lo que quedó del pelaje sobre el lomo del licántropo se erizó y mostró sus fauces antes de soltar un rugido. 


—¡Creen realmente que pueden contra mi! —exclamó frunciendo el ceño —, vamos, solo son nigromantes de tercer rango. Aún tienen mucho que aprender sobre magia de alto nivel —. 


Börte carcajeó divertido.


—Pytar de Skamfar... —susurró Überiem al reconocerlo.

Amigo mío, hacia tiempo que no te veia .


Velitius y Abäk se mantuvieron en silencio, de sus bocas no salía un solo gemido, solo observaban con inquietud a la insólita criatura. El antropomorfo de Börte comenzó a alargarse más de forma inesperada, y sus poderosas mandíbulas mordían los aros mágicos. 

—¡Magia inútil! Te puedes crecer todo lo que quieras, pero eso no te hará más fuerte —pronunció Pytar, visiblemente irritado. 

Sus enormes ojos se abrían y cerraban espasmódicamente. Los anillos vibraron y Börte sintió un fuerte apretón alrededor del cuerpo y cuello.

—Luchar es inútil. Sólo conseguirás que los anillos hagan rebanadas de tu cuerpo.  




¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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