ʀɛȶօ ʟɨȶɛʀʊք

Con el ipad en mano, y la mochila en el brazo, atravesó el vestíbulo de la casa, ya en la entrada de su dormitorio, escucho la puerta de la oficina de su madre que se abría y su voz le llamaba. 

—Ziyi Xu, ven acá, quiero hablar contigo. 

Ella se sentó en el suelo frente a su mamá, que le miraba seriamente apoyada en el escritorio. 

—¿Fuiste al club de Mr. Yang? –preguntó con incredulidad.

—No. No lo hice. 

—Deberías estar entrenando duro. Te falta perfeccionar el quinto y octavo golpe en la danza de la espada Esotérica. 

—Yo renuncié al Club Dorado Zen.

—Escucha —empezó la madre, sin tomar en cuenta lo dicho —, el sábado serán los últimos entrenamientos. Quiero que lleves mi espada para la práctica. 

—Lo siento, mamá. Pero no iré. 

—No lo entiendo. Tu padre te adiestró desde niña en las artes marciales. Eres la única que continuará...

—Ya no me gustan las artes marciales. —replicó, interrumpiendo la conversación. 

―Eres mi hija y harás lo que yo digo. 

—Estoy en el colegio ahora, mamá.

—Entonces, ¿qué pasará con nuestro ilustre patrimonio? —preguntó intrigada mirándole directamente. 

—No es mi responsabilidad. 

—¿Realmente vas a decepcionarme así?

—No puedo evitarlo, lo siento, mamá. 

Ella se levantó, hizo una reverencia, y luego salió corriendo de la oficina. No tenía la más mínima intención de seguir discutiendo. Rápidamente se cambió el uniforme como pudo, tropezando en su prisa por escapar, y salió a la calle para respirar aire fresco. Caminando sintió que se esfumaba el áspero coraje de que iba llena. 

Cuando sonó el móvil y vio el texto de Jiang Zhu en la pantalla, dejó escapar un suspiro de alivio. Hablar con su mejor amigo siempre la hacía sentir mejor. Ella quedó en encontrarse con él en la cafetería del barrio.

Ziyi Xu cerró los ojos mientras tomaba el primer sorbo de café. Estaba lo suficientemente tranquila para forzar una sonrisa. Él la veía con ternura, como si aún fuera esa niña pequeña con la que solía jugar cuando estaban en la primaria, ¡que buenos tiempos!; se sonrió con dulzura. 

—¿Qué pasa sucede algo? —preguntó. —la conocía demasiado bien, algo andaba mal. 

—Nada.

—Vamos, estás muy seria. — dijo, y se llevó el vaso de café a los labios. 

—¡Odio las artes marciales! 

—¡Otra vez con lo mismo! ¿Quieres que te patee el trasero? —espetó sin titubear. 

—No me hagas repetírtelo, parece que nunca entendieras nada ¿Quién hubiera imaginado que fueras tan tonto? —Jiang viró levemente los ojos mientras la veía desconcertado. 

—No quiero ser la típica chica del Kung Fu. Quiero sentirme normal y libre por primera vez en mi vida. Tener amigas caóticas, divertidas, e ir con ellas a los conciertos de Girls Generation. 

—Pero, piénsalo un poco, al menos. 

—Para ti es fácil decir eso.

Furiosa estaba Ziyi Xu, pero ella permanecía centrada en el tema. 

De repente, una sigilosa kunoichi apareció de la nada, lanzando dos dardos tranquilizantes, los cuales sin la intervención de Jiang, se hubieran clavado en el hombro de Ziyi. La figura negra deslizándose cual pantera voló por el aire y aterrizó con patadas sobre el estómago de Ziyi, lanzándola a unos metros. La chica kung fu se levantó rápidamente y le descargó una serie de golpes a Ojo de Dragón, mientras tanto Jiang aprovechó para lanzar el remolino Sutra de triple cuchilla, el cual, esquivó con maestría. 

¿Hum...? ¡¿Remolino Sutra?! musitó la kunoichi, mientras lanzaba una bomba de humo, y luego desapareció tan rápido que ni los ojos de ellos pudieron verla. 

—¿La reconociste? Pertenece a la Secta de Xiǎojie. 

—Vaya, pensé que las kunoichi ya no existirían.

—Todavía existe un clan en el lejano barrio Taitō en Tokio. Ellas no van a descansar hasta que le entregues la espada. 

—¿Eh? ¿Qué demonios? 

—Tu deber es proteger la Esotérica. Es tu misión. —añadió, mientras recogía la sandalia que había perdido en la pelea.

No, no era fácil.  Pero Jiang tenía razón, y aunque no lo aceptara, sabía que tenía el deber de continuar con el ilustre patrimonio familiar, o sus ancestros la perseguirían por toda la eternidad. Ahora entendía muy bien que sus decisiones actuales, le traerian mas prejuicios que beneficios. Esa tarde, Ziyi Xu se presentó justo a tiempo de que comenzara la cena. Su estilizado cuerpo lucía el tradicional Qipao rojo. Todos sus familiares admiraron la hermosa postura de la que, según ellos, era la reencarnación de la guerrera Mu Guiying.

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