ʀɛȶօ ʟɨȶɛʀʊք

Me desperté temprano por la mañana, sobresaltada. Me levanté lentamente y vi una sombra que se movía por mi habitación. Luego, escuché un leve sonido por el tejado, me subí al alféizar y trepé hasta arriba. Al llegar al borde, la silueta dio un salto hasta un árbol cercano y descendió con gran agilidad continuando con la huida. Aunque la figura era muy ágil, yo era más rápida y comencé a darle alcance.


Entramos por un gran pasillo adornado con multitud de katanas y armas blancas, también algún escudo y varios arcos de madera. El tatami antiderrapante y suave era perfecto para los combates y, aunque todo estaba bastante lleno de polvo, el Dojang estaba perfectamente conservado.


¡Détente! le grité.


Repentinamente di un salto hacia atrás, al tiempo que mi perseguida se ponía a la defensiva ondeando su bastón largo.


Te golpearé hasta sangrar. — espetó y se echó a reír.

Ojalá no tengas que arrepentirte de esto, Fokada.  


Pensé que todo era una broma. Una sonrisa siniestra que nunca antes le había visto, adorno sus ojos amarillos, sin pupilas. En sus manos, brilló el bastón de metal. Ella lanzó la advertencia con un kihap, y ante la señal grite otro similar y más fuerte, seguido de un súbito ataque en forma de estocada con un golpe derecho al pecho, pero ella logró evadirse con un golpe más cercano y ágil. En ese momento recordé que Fokada, era especialista a largo alcance, poseía un buen nivel de entrenamiento en el bōjutsu.


El fuerte golpe cortó mi respiración cuando fue arrojado contra mi estómago. Colapsé hacia el piso, gimiendo de dolor, maldiciéndome por el error de la movida. En el trasfondo, pude escuchar su voz, riéndose a las carcajadas.


Descubrí la debilidad de Fokada al instante y me mantuve lejos del alcance de su técnica, fui tomando en cuenta los puntos débiles, así como la manera de contrarrestarlos. Estaba tan agresiva y confidente, que descuidó su deslizamiento correcto, y aproveche para atacar, dando el efecto látigo al bastón, seguido de un golpe diagonal, ejecutado con el pie izquierdo en barrida.


Los metálicos bōs surcaban una y otra vez el aire, sin darnos la más mínima tregua, buscando con ahínco la derrota y la humillación. No era tarea fácil; ambas éramos hábiles, diestras y dotadas de una gran inteligencia; ésos eran nuestros méritos, además de un corazón noble. Pero una de nosotras había perdido esta última cualidad.


¡En medio de mi admiración, definitivamente golpeare sin piedad tu arrogancia! —le grite.


Seguido, pese a la velocidad de ataque de mi rival, no dude en dar un salto con vuelta en el aire, sin abandonar la defensa, y le descargué varios golpes imbloqueables y fuertes en las costillas, suficientes para cortar la piel. Un grito escapó de su boca, su cuerpo adolorido, como en un último intento de defensa, trató de levantarse pero se balanceo y cayó de nuevo.


Hubo un silencio.


La observé, yaciendo en el tatami, inmóvil, con su impecable kimono de color blanco salpicado por la sangre de las heridas, los ojos muy abiertos, observando... agarrada del largo bō de metal. Luego me incliné como muestra de respeto y salí por el largo pasillo.


“No hay pasión tan fuertemente arraigada en el corazón humano como la envidia.” Richard Brinsley Sheridan.



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