Crónicas de Serendipity

Una llamarada proporcionaba calor y algo de fragante humo por los pasillos del Círculo de Piedra. Börte se sentaba junto a una mesa de piedra. Su rostro tenía una expresión amarga que hubiera incomodado incluso a rudos guerreros. Se acercó a toda prisa al centro del Círculo rocoso de la estancia y depositó una runa con cuidado en un hueco de su superficie. A continuación se apartó y empezó a conjurar un largo hechizo en dirección a la roca. Su voz y sus tonos eran claros, pero Velitius no consiguió entender ni una palabra de aquel encantamiento.

—Oye, Börte, ¿qué haces?

—¡Úlfa bölvun! — La voz del guerrero retumbó en la cueva e hizo que las paredes vibraran. A través de las grietas del techo se filtró una lluvia de arena que espolvoreó a la Triada Kildare en el centro de la estancia. Velitius retrocedió unos pasos.

Súbitamente, Börte dio unos pasos atrás y comenzó a aullar, un aullido penetrante, desgarrador, largo y doliente. Era alto. Sobrepasaría ligeramente los dos metros. Pero esa estatura no parecía tanta, a causa de la proporción asombrosa de su figura. Sus anchas espaldas, sus largas piernas, indudablemente musculosas como sus brazos, le hacían parecer un titán. Los Druidas notaron que su boca se alargaba, transformándose en un hocico provisto de filosos dientes; no era humano ni animal, sino una bestia y con capacidad de hablar.

—Un conjuro sorprendente -repuso Überiems —. Muy efectivo. ¿No piensas tú lo mismo, Abäk?

—¿Cómo es posible? Acaso es ... ? 

—¡Un Raikin Khepri! —entonó Velitius. — Solo la hechicera Grimalkina tiene el poder de ese conjuro.

—¡Estás completamente desquiciado! — grito Abäk.

Él dio grandes zancadas hacia adelante y emitió un fuerte gruñido. —Es agradable tener esta forma, —dijo flexionando y admirando sus largas zarpas negras. —Con estas manos, destriparé al maldito elfo.

—¡Medita sobre eso, no estás siendo justo con Usküdar!

—¡Soy más que un simple guerrero! Ustedes han tenido preferencia por el Mandrágora, se olvidan que siempre he defendido el reino de Serendipity en las peores batallas —.

—¿Estás hablando en serio? ¡Debemos primero ocuparnos de Antártika!

—¿Qué has hecho, pequeño testarudo?  —objetó Abäk, furioso.

 

Börte respondió con un fuerte bramido, que abrió grietas en las paredes, y de donde salieron varios súcubos amorfos. Una luz negra se extendió como la tinta, alzándose hacia un lado y después hacia el otro.

— Börte... —comenzó Überiems —, escucha...

—No, escucha tú —. Su rugido retumbó a lo largo de la caverna. El Druida mayor vio el destello en el iris de sus ojos.

—Vamos, entrégame La Escarlata de Fuego. —dijo con total determinación.

La confusión se hizo todavía más notable en el rostro de Überiems.

—Deberías saber que la magia Escarlata está designada sólo para Druidas registrados en la magia Dál Riata.

—Sí, lo sé. —contestó, sin dar la menor importancia. 

Le observó unos segundos mostrándole sus colmillos y le dio un empellón. Se acercó a la abertura de la pared que Velitius trataba de cubrir, y solo encontró las esferas Säckler, que contenian unos caracteres que desconocía pero que recordaba haber visto en ... el Báculo Rúnico de Überiems.

—¿Entrégame la Escarlata? —ordenó, lanzando un bufido.

La expresión del Druida era rebelde, y no contestó; tan solo comenzó a murmurar un antiguo hechizo en un idioma desconocido. Pero Börte apagó las llamas que temblaban en su túnica.

Una sombra de preocupación asomó a los ojos de Überiems.

—¡Qué esperan! Busquen el maldito pergamino! —ordenó con voz más enérgica —.

Obedientes, dos engendros posaron sus cuatro garfios sobre el suelo y dieron un paso hacia delante, chasqueando los colmillos afilados y nauseabundos.

Entonces Abäk sin mucho esfuerzo y con extraordinaria rapidez, se quitó la capa y la arrojó sobre las bestias, para luego arrastrarlas hacia las sombras.

—¡Maldita sea! — rugió Börte —, ¡Se irán todos directo al infierno...!

Justo en ese momento, la tierra tembló bajo sus pies y les vibraron los oídos con el estruendo que siguió. Se apoyaron el uno en el otro para mantener el equilibrio. Las paredes de la gruta se estremecieron como si las azotara un terremoto, dejando al descubierto el manuscrito.

—¡Por fin, está en mi poder! —. Börte abrió con cuidado el manuscrito que parecía que iba a hacerse pedazos y pasó sus páginas, deteniéndose para leer un trozo aquí y otro allá. De pronto, levantó los ojos de color azul eléctrico y miró con fijeza a Überiems.

—¿Sabes lo que esto significa para mí?

—Sí. Será tu destrucción —se limitó a decir Velitius.

De improviso, Überiems produjo una columna de luz roja. Sobre ella flotaba la runa Mannaz, la más poderosa, que se quebró en miles de fragmentos, bañándolos con su brillo incandescente. Las criaturas formularon un terrible alarido, y sus cuerpos se desplomaron sobre las rocas. Pero su llanto no fue duradero ya que mientras permanecían inmóviles, Börte echó mano a un hechizo piromántico arcano y los liberó del encantamiento.

—¡No creerás que tengo miedo! — espetó Überiems y volvió a atacar invocando su poder en el que reunió todas sus fuerzas.

—¡Sarcophilus poculum! —Una tormenta de relámpagos impactó a la bestia, pero éste solo se limitó a contrarrestar la descarga que, sin embargo, no le produjo ningún efecto. Avanzó aún más colocándose a muy poca distancia del atemorizado anciano que ya jadeaba agotado en busca de oxígeno.

—¡No será tan facíl derrotarme! —espetó el anciano, escudándose tras un velo de resplandor púrpura.

Mientras tanto Abäk y Velitius observaron que las súcubos una vez arremetian contra ellos, cambiaban de color, dejando vulnerable su aura demoniaca. —¡Borealis! —invocaron al unísono con las palmas de sus manos, un enorme destello de radiación cósmica los cubrió, dejando a su paso un charco gris de pasta gelatinosa.

En ese breve lapso de tiempo Überiems cantó: —¡Regnantis ullus divinum!

Un centenar de escarabajos plateados aparecieron volando alocadamente sobre la bestia, pero en segundos los desintegró. Börte reapareció detrás de Überiems, su garra afilada pinchó el cuello con el líquido Inférnum. Las runas en la envejecida túnica del anciano comenzaron a brillar con más intensidad, mientras luchaba contra el poderoso veneno, pero cuanto más utilizaba sus fuerzas arcanas, más débil se ponía. Las rodillas del druida se doblaron, y la magia se apagó.

—¡Has ido demasiado lejos, Börte! —exclamó Abäk.

—¿De veras? —dijo—. Bien, tal vez deberíamos dar por concluida esta reunión.

La bestia rugió salvajemente y saltó hacia él con intención de desgarrarle el cuello.

—No te atrevas o te aseguro que moriremos todos juntos —.

Fue en aquellos momentos cuando una figura apareció en la caverna.

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