Crónicas de Serendipity

Bataïr se acercó a un caballo que aún conservaba su imponente fortaleza. Éste, reflejaba la increíble lealtad a su jinete, que lo acompañaba hasta en sus últimos momentos. Lo agarró por la brida, chasqueó la lengua y se encaminó hacia Björn. —¿Te encuentras bien, mi señor? —Bataïr se preocupaba por él, al que le unía un poderoso lazo afectivo. De niño, tras haberse quedado huérfano y sin otros parientes que se hiciesen cargo del crio, fue acogido por los Caballeros del Azar. —Dije no preguntas —farfulló—. Entonces Björn montó de prisa el corcel negro, le hizo dar la vuelta alzó una mano y dijo: —¡Vamos!


Los Caballeros del Azar galoparon en silencio, sólo turbados por el golpeteo de los cascos de los alazanes cubiertos de cuero, malla y metal, que pisoteaban nieve y lodo. Por dos veces vieron la Prisma Polar centellear sobre ellos, y las sombras de altos cipreses, observaban en silencio sus pasos. Empapado hasta los huesos pese a su gran manto de oso, sentía hasta los tuétanos su lívido poder. «Me estoy poniendo viejo», pensó. Como solía decir su fiel amigo Wallhan, «Teme a la vejez, pues nunca viene sola». Era un tipo extraño, salvaje, loco e impredecible. 


El reino de Serendipity era flagelado en todas partes por grandiosos y terribles peligros, criaturas Nigromántis, que dormitaban en las entrañas de las robustas murallas del Castillo Howlester, esperando la orden de Antártika. Entretanto, sucubus sobrenaturales, acechaban el territorio de los reinos Serendipitianos. Desde las montañas y praderas hasta las pequeñas ciudades del Imperio, sus fuerzas eran terribles y oscuras, consagradas a los más abominables poderes. 


El tiempo fue pasando entre el inaguantable frío y los esporádicos ataques de zorros y leopardos, hasta que finalmente las montañas Göta Väner estaban al alcance de su vista. Varias horas más tarde, llegaron en un atardecer de fuertes ventiscas. Björn estaba agotado, y decidió que tanto ellos como los caballos tenían que descansar. Durante los últimos días apenas habían dormido. Habían comido solo carne seca, pan y agua. Desmontaron sus caballos y descansaron bajo el saliente de unas rocas. El aire que se respiraban era húmedo, pesado y frío. 


Las extremidades de Björn temblaban, debilitadas por las energías perdidas que habían crepitado en torno a su salud. Con mano vacilante, abrió un bolsillo de su cinturón y sacó un pequeño frasco de vidrio que contenía un amargo líquido. Al instante, el trago del narcótico recorrió las agotadas venas, calmando los temblores musculares.


—¡Por fin!, ¡Dios es grande y misericordioso! Estamos muy cerca ya —dijo, volviéndose hacia el hombre que tenía más cerca.

—Nunca pensé que volvería a ver esas montañas — dijo Bataïr en voz muy queda —.

—¡Mira! —exclamó irritado, señalando un punto en el horizonte.


El escudero miró.


En lo más alto, por encima de las crestas de las colinas, volaban dos Buitres Carroñeros en círculos con las alas extendidas, vigilantes, muy atentas. Björn se santiguó y los demás caballeros se aferraron a sus talismanes de metal, musitando oraciones.


—¿Atacamos? —preguntó Verlic.

—¡No! —lo detuvo. Cuando Björn se volvió para mirarlo, añadió: si tuvieran la intención de atacar, ya lo habrían hecho.

—No podemos permitir que este desastre tenga lugar. 

—Tenemos que romper la cadena que une a los monstruos con nuestro mundo.

—Maldición, ¿Cuál es el plan? —inquierió Namur, ansioso por ponerlo en marcha.

—¿Plan? Mi plan es muy simple, pero lo intentaré — explicó —. Tenemos que ayudar a Usküdar y los gemelos. Matar al dragón Kalfor y conseguir el contrahechizo no va hacer nada fácil .

—Si la Triada Kildare estuviera aquí —dijo Marlow frunciendo el ceño.

—¡Demonios! —gruñó Verlic —. No tenemos druidas ni magos. Ahora no somos más que unos insectos insignificantes tratando de enfrentarnos a Antartika. La misma que, ironías del destino, había sido siempre la más protegida por el rey Nólar Fendley.

—Nos queda Alassë —lo interrumpió Björn—.

—¿La elfa Lazulum? – preguntó Bataïr.

—Sí, y déjame decirte, que Alassë no es una elfa común y corriente. Ella pertenece a la colonia de los elfos Zíðrens, provenientes del astro Júniper. La bruja Bocuk y la legión de las Auras Tenebrōsīs las considera sus principales rivales y está obsesionada con la idea de acabar con ellas. 

—Escuche rumores que el príncipe Nólakwen es semielfo, y que también tiene poderes, ¿será cierto?   

—Muy cierto. Pero el príncipe no sabe cómo usarlos. 

—¡Maldita sea! —No me gusta sentirme vulnerable — rezongó, Verlic —. Meneando la cabeza tratando de quitarse aquella idea espantosa de encima.


Björn se inclinó, recogió una botiplora de piel y bebió un trago de agua.

—¿Quieres?

Verlic negó con la cabeza. Aspiró y, luego, se volvió hacia él, que le observaba con aire pensativo.

—¿Qué sabes de la dragona Frëayū? —le preguntó.

—¡Ah, la reina Bötune! —Björn se animó al instante—.

A lo largo de todo el camino, el gobernador había tenido la impresión de que Verlic buscaba una ocasión para abordarlo.


—Cuenta la leyenda, que un joven druida, llamado Kalfor enamoró a Bötune, la reina de los elfos Blancos. Pero el joven era arrogante y ambicioso. A pesar de que vestía la túnica roja y su bonete púrpura, su corazón y su alma se inclinaban hacia la oscuridad. Su verdadera intención era absorber, todo el poder que la joven reina poseía. Bötune había acumulado tanta sabiduría y destreza en la magia, que podía acabar con cualquier sortilegio Nigromántis. Así que, el astuto druida le propuso que le traspasara toda su magia hasta que el hijo de ambos naciera. Por supuesto su intención era quedarse con todo su poder. Así que el tiempo pasó, y de pronto algo extraño sucedió en el reino Alvíneo; de la nada empezaron a disminuir el número de elfos, desaparecian sin dejar rastro. También cuenta la leyenda que, estos elfos de piel nívea y cabello perlino, habían introducido la magia Böov y fueron los primeros en practicarla. 


Cuando Björn pauso, se produjo un silencio de asombro y, a continuación, un furioso estruendo se escuchó.  El peso de la nieve acumulada en las ramas de un árbol, hizo que sucumbieran sobre el suelo. 


—Será mejor ponernos en marcha. En otra oportunidad me cuentas el resto. —dijo Verlic. 

—Has dicho bien. Tenemos una misión sagrada —repuso.

—¡Vamos, vamos, Björn! —le cortó Marlow—. Tú eres el único de nosotros con experiencia en este tipo de batallas Nigromántis —.

«Y, si sucede algo, tienen a alguien a quien echar la culpa», —pensó Björn sonriendo.

—¿Ah, sí? —replicó —¡Eso ya lo veremos! —.

—¡Basta de parloteo! —logró decir por fin Bataïr.

—Tienes razón. Debemos marcharnos.


Los Azares subieron sobre sus caballos, y se alejaron en dirección a Göta Väner. 


Habían pasado más de dos años desde que Antartika y sus huestes habían tomado Serendipity. Los campesinos y los nobles se habian refugiado en las profundidades de la serranías. Y una vez más la Triada Kildare se enfrentaba a nuevos enemigos en las enormes y profundas Cavernas de Osbrück. Usküdar al que llamaban el Elfo Mandrágora —tan honesto como valiente—, avanzaba con Garth y Zarth en busca de las lagrimas de la Dragona Frëayū. La sustancia mágica cristalina de sus ojos, era altamente poderosa y mágica, podía romper cualquier tipo de hechizo malévolo, y utilizarse para diversos propósitos. Pero para conseguirla tenía que derrotar a Kalfor, el Dragón que custodiaba la cámara oculta de Frëayū.




¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
♥♥♥

Comments