Bataïr se acercó a un caballo que aún conservaba su imponente fortaleza. Éste, reflejaba la increíble lealtad a su jinete, que lo acompañaba hasta en sus últimos momentos. Lo agarró por la brida, chasqueó la lengua y se encaminó hacia Björn.
—¿Te encuentras bien, mi señor? —Bataïr se preocupaba por él, al que le unía un poderoso lazo afectivo. De niño, tras haberse quedado huérfano y sin otros parientes que se hiciesen cargo del crio, fue acogido por los Caballeros del Azar.
—Dije no preguntas —farfulló—.
Entonces Björn montó de prisa el corcel negro, y le hizo dar la vuelta. —¡Adelante! —ordenó quedamente.
Los Caballeros del Azar y sus soldados galoparon en silencio, sólo turbados por el golpeteo de los cascos de los alazanes cubiertos de cuero, malla y metal, que pisoteaban nieve y lodo. Por dos veces vieron la Prisma Polar centellear sobre ellos, y las sombras de altos cipreses, observaban en silencio sus pasos. Empapado hasta los huesos pese a su gran manto de oso, sentía hasta los tuétanos su lívido poder. «Me estoy poniendo viejo», pensó. Como solía decir su fiel amigo Wallhan, «Teme a la vejez, pues nunca viene sola». Era un tipo extraño, salvaje, loco e impredecible.
En el camino habían comido cerdo salado he hidromiel, pero ahora, el cansancio los sumían cada vez más en el letargo. Adoloridos de la dureza de las monturas, de los brincos de los caballos y del creciente tedio de un viaje que, en el mejor de los casos, duraría tres semanas. El viento parecía un ser vivo y furioso allá fuera, haciendo rechinar y crujir los árboles, rugiendo igual que una fiera salvaje, luego calmándose hasta quedar convertido en un interminable lamento angustioso. Hubieran tenido que atravesar aquel lugar de día. Ahora cruzaban los dedos contra el infortunio, temiendo sufrir algún percance mientras atravesaran los páramos.
Durante el resto del viaje ninguno dijo nada más, era habitual para ellos estar varios horas cabalgando sin hablar. Cada uno hacía su función y se aseguraba de estar atento al menor ruido, que en la quietud de la noche acrecentaban sus temores. El tiempo fue pasando entre el inaguantable frío y los esporádicos ataques de lobos y zorros, hasta que finalmente las montañas Göta Väner estaban al alcance de su vista. Björn estaba agotado, y decidió que tenían que descansar. Durante los últimos días apenas habían dormido. Desmontaron y acamparon al pie de una formación de piedras porque Björn decidió que sería mejor no fatigar demasiado a los caballos. El aire que se respiraba era húmedo, pesado y frío.
Las extremidades de Björn se debilitaban por las energías perdidas que habían crepitado en torno a su salud. Con mano vacilante, abrió un bolsillo de su cinturón y sacó un pequeño frasco de vidrio que contenía un amargo líquido. Al instante, el trago del narcótico recorrió las agotadas venas, calmando los dolores musculares. Björn guardó silencio durante un momento y Marlow pudo sentirle luchando consigo mismo, intentando decidir cual seria la mejor táctica para avanzar más rápidamente.
Se incorporó y, advirtiendo el entumecimiento de los pies por el frío, profirió una maldición. Estaba exhausto, pero un sueño plagado de pesadillas no iba a remediar aquella profunda fatiga. Björn era un hombre que razonaba con fría lógica, y ya se había formado una idea de cómo sería la batalla de Hordas bestiales. No le cabía duda alguna al respecto. La última batalla se avecinaba realmente.
–¿Qué te preocupa? – preguntó Marlow.
–Estoy cansado, supongo –respondió, tratando de simular indiferencia.
–Hay algo más, sin embargo, ¿no es cierto? –.
El caballero asintió.
–¡Por los Dioses del cielo! He tenido una vision. Vi un rostro en el agua oscura y me dijo: Van a morir de forma violenta. En la oscuridad en la que estaba sumergido intentaba definir, ese rostro mostrando sus pestilentes dientes; luego añadio: Pero quizá puedas descifrar como salvarse –.
El no pudo evitar que la tensión se relajara y aflojase sus músculos.
–Vamos, sosiégate. Si son las visiones lo que te preocupa, tranquilízate —dijo en voz baja.
–¡Tonterías, Björn! – añadió Marlow.
–¡Ya basta! Cambia esa sombría expresión, hombre —, continuó Verlic, enfáticamente.
—¡Por fin!, ¡Dios es grande y misericordioso, mi señor! Ya estamos muy cerca —dijo Bataïr, volviéndose hacia él.
—Nunca pensé que volvería a ver esas montañas — dijo Marlow en voz muy queda .
—¡Mira! ¡Mira! —exclamó, señalando un punto en el horizonte.
Björn levantó la vista.
En lo más alto, por encima de las crestas de las colinas, volaban dos Buitres Carroñeros en círculos con las alas extendidas, vigilantes, muy atentas. Björn se santiguó y los demás caballeros se aferraron a sus talismanes de metal, musitando oraciones.
—¿Nos atacarán? —preguntó Verlic.
—No creo—. Cuando Björn se volvió para mirarlo, añadió: si tuvieran la intención de atacar, ya lo habrían hecho.
—Tenemos que romper la cadena que une a los monstruos con nuestro mundo.
—Si la Triada Kildare estuviera aquí —dijo Marlow frunciendo el ceño.
—¡Demonios! —gruñó Verlic —. No tenemos Druidas. Me siento como un insecto insignificante tratando de enfrentarme a Antartika.
—Nos queda Alassë —lo interrumpió Björn.
—¿La elfa Lazulum? – preguntó Verlic.
—Debemos confiar en Alassë. Ella pertenece a la colonia de los elfos Zíðrens, provenientes del astro Júniper. La bruja Bocuk y la legión de las Auras Tenebrōsīs las considera sus principales rivales y está obsesionada con la idea de acabar con ellas.
—Escuche rumores que el príncipe Nólakwen es semielfo, y que también tiene poderes, ¿será cierto?
—Muy cierto. Pero el príncipe aún no sabe cómo usarlos.
—¡Maldita sea! —No me gusta sentirme vulnerable — rezongó, Verlic —. Meneando la cabeza tratando de quitarse aquella idea espantosa de encima.
Björn se inclinó, recogió una botiplora de piel y bebió un trago de agua.
—¿Quieres?—.
Verlic negó con la cabeza. Aspiró y, luego, se volvió hacia él, que le observaba con aire pensativo.
—¿Qué sabes de la dragona Frëayū? —le preguntó.
—¡Ah, la reina Bötune! —Björn se animó al instante.
Cuenta la leyenda, que un joven druida, llamado Kalfor enamoró a Bötune, la reina de los elfos Blancos. Pero el joven era arrogante y ambicioso. A pesar de que vestía la túnica roja y su bonete púrpura, su corazón y su alma se inclinaban hacia la oscuridad. Su verdadera intención era absorber, todo el poder que la joven reina poseía. Bötune había acumulado tanta sabiduría y destreza en la magia, que podía acabar con cualquier sortilegio Nigromántis. Así que, el astuto druida le propuso que le traspasara toda su magia hasta que el hijo de ambos naciera. Por supuesto su intención era quedarse con todo su poder. Así que el tiempo pasó, y de pronto algo extraño sucedió en el reino Alvíneo; de la nada empezaron a disminuir el número de elfos, desaparecian sin dejar rastro. También cuenta la leyenda que, estos elfos de piel nívea y cabello perlino, habían introducido la magia Böov y fueron los primeros en practicarla...
Un furioso estruendo se escuchó, el peso de la nieve acumulada en las ramas de los árboles, hizo que sucumbieran sobre el suelo. Todos se levantarón de un salto y sacarón las espadas que colgaban de sus cinturas.
—¡Por los Dioses, pensé que me daría un infarto! —exclamó Bataïr.
—Será mejor ponernos en marcha. En otra oportunidad me cuentas el resto. —agregó Verlic.
—Has dicho bien. Tenemos una misión que cumplir—repusó.
—¡Vamos, Björn! —le cortó Marlow—. Tú eres el único de nosotros con experiencia en este tipo de batallas Nigromántis.
—Y, si sucede algo, tienen a quien echar la culpa ¿eh? —replicó Björn sonriendo.
—¡Basta de parloteo! —.
—Tienes razón. Debemos tratar de descansar un poco.
Bajo el favor de Dios cabalga ahora sir Björn, recorriendo los reinos de Serendipity sin un pensamiento que le distraiga. Durante las largas noches, suele descansar a solas y en comleto aislamiento.
«Te suplico, Señor: rezo el padrenuestro, el avemaría y el credo, humildemente te pido, qué Cristo ampare mi causa, y su Cruz me guíe». Luego se santiguó y se quedó dormido hasta el día siguiente.
¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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