Crónicas de Serendipity

Provincia de Lakvera. Zona Trágica.


Cuando Antártika tenía apenas catorce años, fue elegida para casarse con el único hijo superviviente varón del rey Könjen de Vaille y la reina Sajöria. El principe Gharet ascendió al trono tras la muerte de su padre a los dieciséis años. Un año después, la reina anuló el compromiso, con el pretexto de que la joven había sido prometida a otro. Pero los años pasaron y Gharet descubrió la verdad. Se sintió desolado al ver que Antártika lo había rechazado por el interés hacia el príncipe Nólakwen. Entonces comenzó a hacer largos viajes, sólo para encontrar la paz.


Desde entonces, el joven rey no tardó en cambiar de forma de ser. Ya no era el jovencito enamorado, simpático y tranquilo.  Pasó a ser el rey de la región poblada por los Devilianos entre el mar Caspitas y los ríos de Norsire. Un joven rey con ansias de aventuras y conquistas. En estos viajes de descubrimiento - según él los llamaba - lo acompañaban en ocasiones los Caballeros de la Serpiente Verde, con sus capas flotantes y sus estandartes con una serpiente enroscada en el Anillo Infinito.


Durante años, el joven rey había trabajado el doble para obtener el mismo reconocimiento, que tenían otros caballeros de igual alcurnia y categoría. Eran muchos los que aún le miraban con escepticismo; «no ha nacido para reinar», solían murmurar a sus espaldas cuando creían que no los oía. Sin embargo, Gharet de Vaille llegó a infundir temor y asombro con su valentía y coraje. De carácter extrovertido y de facciones bien formadas, lo hacían estar siempre rodeado de bellas mujeres. Era un joven alto, tenía una mirada luminosa, cara con forma ovalada, mentón marcado, y modales educados aunque no carentes de cierta brusquedad.


Con el paso de los años, las tropas del rey Gharet se convirtieron en las más fatales y ferozes, casi invencibles. Sin embargo, de él se contaba, que una Zahori maléfica había venido a su reino, a ofrecer una extraña y poderosa espada, que contenía el secreto de las rúnicas Atarah colgando de la empuñadura. Así pues, después de aceptar las condiciones del ofrecimiento, su ansia se había visto recompensada con más poder, y más aún.


A lo lejos Björn y Gharet, divisaron una silueta perfilada bajo la furiosa tempestad de nieve; los copos volaban arremolinándose alrededor de ella. Cuando estuvo cerca, el oficial descendió del caballo y se aproximó a ellos.

—Mi señor, ¡espléndidas noticias! —exclamó —.  

—Más vale que sea algo importante —musitó Björn, su prominente mentón compuso una ligera mueca —. ¿Qué ocurre, Bataïr?

—El líder de las Gárkas Blancas lo esperan al norte. 

—¿Dónde?

—En el Monte Helicón. Un monte de alto nivel conocido tambien como Frëayū, ubicado en la Zona Trágica.  

—Estupendo —dijo y profirió un gruñido de placer.

—¿Cuáles son sus órdenes, mi señor? —quiso saber el guardia.

—¡Dile que estamos a tres leguas! ¡Ahora! —ordenó.

Björn miró al oficial mientras éste galopaba a todo lo que daba el caballo, luego a Gharet.

—¡Y tú que dudabas de Alassë! —murmuró.

—Yo creo en lo que mis sentidos ponen en evidencia —replicó con franqueza—.


Björn lo observó con frialdad, luego apartó la mirada y gritó a sus caballeros: ¡En marcha! Sin embargo, lo comprendía. Gran parte de su actitud arrogante se debía a la temprana muerte de su padre. El viejo rey había muerto dejando al joven Gharet como nuevo monarca de sus tierras y sus flotas.


Una explosión de frío atroz descendía desde la estrella de la Prisma Polar. La nieve se acumulaba de tal modo en las copas de los árboles que formaba densas ventiscas, y cuando soplaba el viento se desprendían aludes de las ramas. Cuando de pronto, Björn tiró de las riendas y detuvo bruscamente su caballo; a unos cuantos metros de distancia, yacía un montículo de trozos de cuerpos, rodeando el corcel de un joven caballero partido a la mitad. No era más que un chico de quince años, si es que los había cumplido.


—¡Protección!, ¡espalda con espalda! —grito Björn desconcertado.

—¡Aquí vamos de nuevo! —. Gritó, Gharet.

—No reconozco la insignia grabada en su yelmo. 

—¡Pobre joven! murmuró, en voz bajita.

—¡Es un aprendiz de los Caballeros Omne Templi! —gritó Verlic —. ¿Por qué habrán llegado a esta región? 

—¡Mi señor! —le advirtió un Deviliano—. ¡A su espalda, mi señor!

Una de ellas pasó la cabeza, recubierta de glándulas pegajosas, mostrando sus enormes colmillos, Gharet la esquivó y asestó un golpe con su espada en los enormes tentáculos velludos, y agil, le cerceno la mandibula. 

—No son humanos —gritó Marlow—. ¡Son algún tipo de plantas carnívoras!

Entonces algo le rozó la espalda, como si unas garras le rasparan la piel. —¡No te muevas! —gritó Björn—. ¡Quédate quieto!


Éste espoleó el caballo para que diera la vuelta y galopó hacia él, pero esta vez la planta humanoide se enroscó como un zarcillo sobre su torso, causándole un dolor intenso. El caballo relinchó desesperado y comenzó a caer, pues su pata había sido lacerada y no podía sujetar el peso. Rápido soltó las bridas del corcel, y saltó sobre un buen cúmulo de nieve fresca.


Björn, tambaleándose y con arcadas se levantó, en el instante mismo en que un vástago abominable le caía encima, el ondeó la mano en un movimiento circular, y sin vacilación, hundió la afilada espada en el pecho de la criatura. Éste golpeó con las patas traseras, instintivamente, mientras soltaba un último chillido, el tajo le abrió el abdomen, las resbaladizas vísceras negro verdosas salieron humeantes.


—¿Qué es esto, hechicería negra? preguntó Maltaïr.

—¡Por todos los santos!

—¿Qué más artimañas utilizará la malvada Antártika para detenernos?

—¡Parece que el mismo cielo está en contra de nuestras intenciones!

—Ni el cielo ni el infierno se opondrán a mis designios — replicó Björn—. Acá nos vamos a separar, Gharet —. Sigue al noroeste y guía las tropas hasta el castillo.


Gharet asintió con lentitud.


—¿Y ustedes? —inquirió Maltaïr en voz baja al tiempo que presionaba los costados del corcel con las espuelas.

—Tomaremos un atajo por las montañas Göta Väner. Conozco esas montañas como la palma de mi mano.

—Aún así, me parece arriesgado que vayas solo con tres caballeros —replicó el joven príncipe —.

—No me lleves la contraria, ¡todo saldrá bien! —respondió casi con júbilo, mientras pensaba en los vientos y en el camino salvaje.

—Si tú lo dices —respondió —, lo creeré… —.


Gharet dio la vuelta a su caballo y salió cabalgando a toda prisa con sus Caballeros Verdes.


El joven príncipe se preguntó cuánto tardarían en llegar. La ascensión podía resultar extremadamente ardua. Le preocupaba cómo iba a arreglárselas Björn. No se trataba de las heridas, ya que su cábala había hecho un buen trabajo, sino que últimamente estaba agotado. Un escalofrío le recorrió el espinazo. Mirando a Björn, se preguntó, con qué dificultades podrían toparse en esas peligrosas montañas. 




¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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