Crónicas de Serendipity

—¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco? —dijo la guerrera en medio susurro, pero él, con un rápido gesto de la mano, le indicó que se callara. 

—¡Te entregaré al Zhamaín de mi clan! 


La rapidez y la furia de la hechicera impidieron que el guerrero sacara su espada a tiempo y contrarrestara la bola de energía que golpeó su pecho. Velhagen pensó que aquel control de la magia era sorprendente, sobre todo procediendo de una mujer. Echó mano de la espada para apoyarse y ponerse de pie. Velhagen le lanzó círculos de Fraxinus Luminis. Luciferina se paralizó de inmediato, tratando de mover la boca como si estuviera a punto de gritar y se desplomó sobre la tierra. Ella trató de erguir la cabeza y lo miró con los ojos cargados de odio. —¡Velhagen, eres un imbécil! —grito.


Él la miró sin sentirse intimidado, solo compungido.


¿Quién tendrá la suficiente fuerza para apagar de un solo soplo un corazón enamorado? Él se quedó mirándola como atrapado en las hebras de un repentino hechizo. La imagen de su hermosura provocó el recordar su juventud, el recordar aquellos devaneos en su relación. Cuando estaba a algunos pasos de ella, súbitamente, la hechicera tomó el aspecto de un murciélago y voló por sobre ellos perdiéndose en el bosque. Por mucho que ella quería luchar, no debía ignorar el precio que tendría un enfrentamiento directo con él. La boca del Bärbare se torció en una sonrisa, mitad de alivio, mitad de triunfo, y se giró hacia Hurón para eliminar la hechicería de Magia Púrpura. 


—Noctum Pactum— dijo. El conjuro actuó con rapidez y el animalejo dejó de chillar a su alrededor. El Gnomo se incorporó frotándose los ojos muy agradecido.

—¡Grandísimo bobo! —le reprochó Yvonnè —. ¿Por qué tuviste que entrometerte? 

—¿Qué? ¿Por qué dices eso? —inquirió el guerrero, malhumorado.

—Un poco estúpido de no utilizar esos poderes que posees en tu espada para congelar a la bruja y atraparla. —dijo secamente la princesa.


Velhagen sabía que ella estaba en lo cierto; frunció el ceño, preso de sentimientos contradictorios. Sus recuerdos lo traicionaban, sobre todo, aquellos encuentros apasionados. Detrás de la bruja y Velhagen existía una historia llena de vivencias, de noches de placer, de promesas que le hicieron creer que el amor era posible entre ambos y, que los sentimientos un día serían auténticos.


La influencia de Luciferina era realmente atrapante. Una fuerza a la que el guerrero no resistía a oponerse. Súbitamente sintió arder en deseos de poseer y estrechar aquel cuerpo entre sus brazos. A pesar de todo no quería hacerle daño. Por un instante se quedó pensativo. Se apartó aquellos recuerdos amargos de la mente. No podía sentir pesar toda su vida. Aquello no serviría para cambiar las cosas. ¿Cómo no pudo alertarse de sus verdaderas intenciones?


De pronto, Yvonnè preguntó:

—¿Quieres contarme la historia de esa mujer?

—Creía haberlo hecho ya.

—Tocamos un poco de todo, nada explicito. 

—¡Mujeres! —murmuró, frustrado. 

Yvonnè seguía hablando, pero apenas le prestaba atención. «Es extraño», pensó. Ella suspiró y les dio la espalda. Pero había algo más en todo aquello. De hecho, la verdadera razón andaba ahora por el camino. 


La princesa observó la expresión de sus ojos verdes; el guerrero parecía exasperado y, a la vez, triste. Había visto aquélla misma expresión muchas veces. En el transcurso de esos años había madurado hasta convertirse en un apuesto joven de mirada intensa y penetrante, cabello alborotado pelirrojo que ocasionalmente debía apartarse de los ojos. 


Mientras montaban los caballos, Velhagen musitó:

—Yvonnè, Eres incorregible. 

Ella lo miró molesta, pero entonces se dio cuenta de la sonrisa divertida en él. Su padre siempre decía lo mismo cuando a ella le daban rabietas. Consternada ante el comportamiento extraño y la magia que había presenciado, espoleó al animal para que avanzara; prosiguieron el camino, en silencio a través de la hilera de cipreses y pinos azotados por el viento.

—Sabes, tengo algo que confesar...  —empezó a decir.


Una repentina brisa del océano atravesó el bosque y diseminó las hojas por el camino. ¿Qué tipo de magia podía ser aquélla? Sus pensamientos cambiaron de rumbo. Cogió las riendas y hundió los talones en los flancos, quiso cerciorarse de que no se habían visto envueltos por un hechizo.  Enderezó la espalda, y su mano derecha tanteó la vaina de la espada que llevaba a la cintura. El caballo levantó súbitamente la cabeza e hizo un movimiento nervioso.


Velhagen miró a su alrededor buscando un peligro inesperado. 

—Tranquilo — murmuró, al tiempo que apartaba la mano del arma para acariciar el brilloso cuello del animal. Sus labios se torcieron en una mueca sombría. Había ocurrido hacía tantos años, tan lejos de allí… Y sin embargo, por mucho que se empeñara en poner distancia con los fantasmas del pasado, éstos lo acompañaban dondequiera que fuera.


En ese momento aún no le parecía real lo que le había sucedido, era como un sueño. ¿Y ahora qué podía hacer? No sabía qué pensar. ¿Si ir tras ella y capturarla? ¿O seguir en busca de las Rosas de Şharnlin? Él entendía que la vida de Luciferina era brumosa y caótica, plagada de demonios y creencias paganas. «¡Por todos los demonios!», dijo así mismo.  A pesar de sentir cierto poder, no dejaba de sentir temor y preocupación. Nuevamente intentó calmarse, sabía que el Zhamaín estaba rastreando sus pasos.


El Bärbare reflexionó sobre lo que debía hacer. 

—Bien amigos, es hora de cambiar de rumbo —dijo el guerrero —. Nos desviaremos al noroeste y cruzaremos este terreno bajo. No deberíamos tardar mucho en recorrerla. Y así sucesivamente hasta la ciénaga. ¡Sencillo!


—¿Se suspende la búsqueda de las flores? —preguntó con la alegría infantil de una niña. 

—¡Claro que no, tontita! Debo cumplir mi promesa. 

—¿Tú qué dices, pequeño? —dijo la princesa, con sobriedad.

—¡No!, es muy arriesgado. Para llegar allí, tenemos que cruzar el Puente Maldito —señaló. 

Hubo silencio por un instante. Velhagen se rompió a reír y dijo:

—Muy bien, For´núfar. ¡Magnífica respuesta!

—¿Entonces no vas a honrarnos con tu presencia? —preguntó ella, con tono de sarcasmo.

—No, no y no, no voy. —contestó, sacudiendo la cabeza.

—Bien. Suerte. ¡Las brujas están por ahí, escondidas!

—Espera... ahora que lo pienso... —gruñó —.El jovencito bajó la cabeza. Parecía reacio a aceptar la invitación, en sus grandes ojos oscuros brillaba el temor.


—Hijo del Gnomo Verdularium, no temas ¡Eres un Gnomo Verde! —ordenó tratando de contenerle la ansiedad.


Se pusieron en marcha de nuevo sin decir palabra. En dirección al noroeste, por el sendero. El camino moría frente al enorme puente colgante. El paso estaba flanqueado con árboles de eucalipto, puestos sobre unas estacas de madera. Sobre ellos ondeaba una banderita negra y púrpura con el emblema de oro de Lakvera.



¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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