Crónicas de Serendipity

—¿Qué diablos? —se asombró Velhagen, y cabalgó al paso hasta acercarse.

—¿Proseguimos? —preguntó For´núfar, sin sacarse de la boca el tubérculo que mordisqueaba para matar el hambre.

—Ven, ayúdame a quitar los árboles respondió en voz alta. El puente, que unía las dos vertientes del precipicio, parecía fuerte, estaba construido de gruesos y viejos pinos.


El Gnomo se bajó y se estiró. Tenía una sensación rara en el estómago. Miró al otro lado de la senda y decidió ir detrás de los arbustos. Quizá una parada rápida para hacer sus necesidades le ayudaría a sentirse más dispuesto para atravesar el puente.

—¡Eso le pasa por tragón! No ha parado de comer saltamontes y tubérculos por el camino —gruñó ella. 

—¡Oh, qué graciosa! exclamó coléricamente.

—¿Por qué será que las Rosas de Şharnlin sólo crecen en los sitios más húmedos y sombríos?  —preguntó. 

—Deben contener un gran enigma — murmuró la princesa, mientras le ayudaba a quitar a empujones el madero. 

Yvonnè no podía asumir tantas cosas de golpe. La joven princesa bullía de impaciencia, pero Velhagen no parecía dispuesto a añadir nada más. Tras un momento de silencio, ella consiguió apartar su mirada del apuesto guerrero. 

Gruñó. No era capaz de ocultar su temor ante aquel puente colgante de madera. En su interior algo comenzaba a atemorizarla. 


—¡Eh, ¿por qué te has parado? —inquirió con una voz engañosamente serena.

Ella percibió tensión en esa voz. Tensión masculina, llena a partes iguales de temor y ansiedad. 

—¿Y cómo sé yo que este puente es seguro? No me gusta nada tener que pasar sobre esos viejos palos con los caballos. —renegó, abrumada por el asombro. 

—¿Por qué no tomamos otro camino? —preguntó el Gnomo, y cabalgó más cerca a ellos.

—Por este puente es más corto, —¡alabado sea! —dijo el guerrero, cuyo rostro mostraba una expresión de terrible frustración.


Cuando estaban en medio del estrecho puente, el aire se hizo perceptiblemente más frío. La princesa se estremeció, sintió una punzada de inquietud, una vibración en sus huesos. Al cabo de unos segundos, un viento fuerte sopló, el puente comenzó a moverse peligrosamente y a oscilar. Los vaivenes y el relinchar del caballo tumbaron a Yvonnè. Ella rodó hacia un lado, cerca de los cascos que golpeteaban a ciegas. Velhagen saltó de la silla, corrió hacia ella, y le ayudó a levantarse. Tenía una ceja abierta, fluía un hilillo de sangre que ya le alcanzaba el borde del labio.


—¡Agárrate fuerte y sigue caminando!

—¡Velhagen! ¡Cuidado! —

Una enorme roca del risco, que resbalaba con estruendo y ruido, se deslizó, voló directamente hacia ellos. El guerrero se dejó caer, cubrió con su cuerpo a la princesa y gritó:

—Strullizkum Irilkat! — exclamó levantando la espada.  


Ésta reaccionó. De repente, las gemas escarlatas duplicaron su tamaño mientras las runas y las líneas grabadas en la empuñadura resplandecían como las brasas. La roca estalló en segundos, se desgajó en millones de pedazos que cayeron sobre ellos, aguijoneando como si fueran avispas.


—¿Vamos a morir aquí? —inquirió tras unos segundos de reflexión—. Porque, si es así, es un placer fallecer a tu lado —dijo ella, 

—¡Deja ya de decir tonterías! — rezongó el guerrero, aturdido por tan vehemente paráfrasis.

—¡Dejen de parlotear! —les gritó For´núfar. Agitando su medallón, montado sobre el caballo que no cesaba de balancearse, mientras convertía en polvo las piedras que seguían desgajándose de la montaña.  

—¡A correr! — les gritó el pequeño. 


El joven guerrero agarró las riendas de los caballos y corrió junto a la princesa hasta llegar al otro lado. Los dos quedaron tumbados, aturdidos de momento. 

Luego hubo un estruendo. Los árboles y las tablas estallaron en pedazos, provocados por las rocas que caían. El caballo de For´núfar resbaló y se fue al abismo. Él como pudo se alcanzó a agarrar de las cuerdas y tablones rotos, que colgaban al aire libre; quedando suspendido. 

—¡For´núfar! —gritó la princesa. 

—¡Voy a socorrerte, For´núfar! ¡Resiste! —Le animó. 

—!No hagas nada, quédate ahí! —vociferó el Gnomo. 


Cegado por el polvo, tosiendo y sin temor, intentó como pudo, tocar su medallón e invoco a Oayarik, su diosa arcana. En aquel mismo instante, activó una luz esmeralda que comenzó a oscilar, luego se enrollo alrededor de su cintura y lo llevó a tierra firme. Maldiciendo, el chico corrió a la orilla del acantilado y entre lágrimas grito al vacío —!Adiós Zafiro! Te voy a extrañar mucho —.


Velhagen se acercó y le dio una palmada en el hombro.

—Pongámonos en marcha — le murmuró suavemente.


—¿Por qué no nos alejamos de este horrible paraje? —insistió Yvonnè, descorazonada.

—¿Desde cuándo renuncia un Bärbare a vivir una nueva aventura? —le respondió.

—Yo tengo mucha hambre. — anunció For´núfar.

—¿Bromeas? — masculló ella.

—¡No, para nada! —. Siento mucha tristeza y eso me despierta el apetito. 


Velhagen soltó una carcajada.


Con un simple gesto el guerrero, indicó a Yvonnè y For´núfar que lo siguieran. Caminaron en silencio por un sendero que bordeaba un hermoso arroyo. Allí se detuvieron por un breve momento para que los caballos tomarán agua. Recuperada la ruta, tardaron relativamente poco en llegar al sombría ciénaga, llena de matorrales húmedos, cubiertos de malezas. 


Él se volvió hacia la joven y sonrió.


—¿Te convences ahora? —dijo, con un resoplido que se mezcló con el aullido del viento.

—¡Estupendo! —exclamó . Estaba realmente emocionada ya que nunca había estado en un pantano de verdad—. ¡Vamos!

—Vamos allá —dijo Velhagen, señalando la ciénega. 

—Esto no presagia nada bueno —refunfuñó For´núfar.


Siguió su mirada. El final de la ciénaga se oscurecía tras largas sombras, una luz mortecina se filtraba a través de los árboles, que se derramaba en sus aguas verdes, oscuras e inmóviles. Hierbas ásperas y hojas de helechos les golpeaban las piernas desnudas. ——¡Qué asco! Cuantos bichos hay por aquí —se quejó Yvonnè al pasar por encima de un tronco caído, y se quitó un insecto del hombro.


—¡Carajo, estas son arenas movedizas! —se quejó el Gnomo enfadado.

—No son arenas movedizas, tonto —murmuró él —. Es una ciénaga.

—¡Qué aspecto más desagradable! —exclamó.


Unos fuertes graznidos les hicieron levantar la mirada: dos pequeños halcones miraban vigilantes desde la rama baja de un ciprés.

—Pero, ¿dónde estarán las flores? —preguntó ella.

—Se que están por acá! —exclamó el Gnomo,  chapoteando entre la tierra pantanosa. 

—¡No, For´núfar, espera! —gritó el guerrero. 

—¡Una serpiente! —gritó la princesa—, ¡Una serpiente ha pasado por tus pies! 

—¡Demonios! —gruñó, irritado y asustado al mismo tiempo. La he notado, podía haberme matado.

 —Ahí están, escondidas por los troncos delgados, rodeados de raíces oscuras —apuntó Velhagen.


Corrieron hacia el otro lado de la charca, las sandalias se hundían en la tierra pantanosa. Había un grupo de falsos arbustos que no se enraizaban en la tierra como los demás y que al abrirse ofrecieron un paso directo a las exóticas y místicas Rosas de Şharnlin.


¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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