Ella lo miró molesta y consternada ante el comportamiento extraño de Velhagen.
El guerrero espoleó al animal para que avanzara; prosiguieron el camino en silencio a travèz de la hilera de cipreses y pinos azotados por el viento. Una repentina brisa del océano atravesó el bosque y diseminó las hojas por el camino. ¿Qué tipo de magia podía ser aquélla? Sus pensamientos cambiaron de rumbo. Cogió las riendas y hundió los talones en los flancos, quiso cerciorarse de que no se habían visto envueltos por otro hechizo. Su mano derecha tanteó la vaina de la espada que llevaba a la cintura. El caballo levantó súbitamente la cabeza e hizo un movimiento nervioso.
Velhagen miró a su alrededor buscando un peligro inesperado.
—Tranquilo — murmuró, al tiempo que apartaba la mano del arma para acariciar el brilloso cuello del animal. Sus labios se torcieron en una mueca sombría. Había ocurrido hacía tantos años, tan lejos de allí… Y sin embargo, por mucho que se empeñara en poner distancia con los fantasmas del pasado, éstos lo acompañaban dondequiera que fuera.
En ese momento aún no le parecía real lo que le había sucedido, era como un sueño. ¿Y ahora qué podía hacer? No sabía qué pensar. ¿Si ir tras ella y capturarla? ¿O seguir en busca de las Rosas de Şharnlin? Él entendía que la vida de Luciferina era brumosa y caótica, plagada de demonios y creencias paganas. «¡Por todos los demonios!», dijo así mismo. A pesar de sentir cierto poder, no dejaba de sentir preocupación. Nuevamente intentó calmarse, sabía que el Zhamaín estaba rastreando sus pasos.
Después de una hora de camino, Velhagen y la princesa intercambiaron una mirada. El camino moría frente al enorme puente colgante. El paso estaba flanqueado con árboles de eucalipto, puestos sobre unas estacas de madera. Sobre ellos ondeaba una banderita negra y púrpura con el emblema de oro de Lakvera.
—¿Qué diablos? —se asombró Velhagen, y cabalgó al paso hasta acercarse.
—Tengo hambre —dijo el gnomo, al meterse a la boca otro tubérculo mordisqueado para matar el hambre.
—Ven, ayúdame a quitar los árboles —respondió en voz alta. El puente, que unía las dos vertientes del precipicio, parecía fuerte, estaba construido de gruesos y viejos pinos.
Obediente se bajó y se estiró. Pero antes se chupó los dedos bañados en jugo de un saltamontes y sacó la lengua para capturar con precisión una gota que amenazaba con escurrirse por la barbilla. Enseguida sintió una sensación rara en el estómago. Miró al otro lado de la senda y decidió ir detrás de los arbustos. Quizá una parada rápida para hacer su necesidad biológica le ayudaría a sentirse más dispuesto para atravesar el puente.
—¡Eso le pasa por tragón! No ha parado de comer saltamontes y tubérculos por el camino —gruñó ella.
—¡Oh, qué graciosa! —exclamó irritado.
—¿Por qué será que las Rosas de Şharnlin sólo crecen en los sitios más húmedos y sombríos? —dijo.
—Deben contener un gran enigma — murmuró la princesa, mientras le ayudaba a quitar a empujones el madero.
Yvonnè no podía asumir tantas cosas de golpe. La joven princesa bullía de impaciencia por que le comentará algo de Luciferina, pero Velhagen no parecía dispuesto a añadir nada más. Tras un momento de silencio, ella consiguió apartar su mirada del apuesto guerrero. Gruñó. No era capaz de ocultar su temor ante aquel puente colgante de madera. En su interior algo comenzaba a atemorizarla.
—¡Eh, ¿por qué te has detenido? —inquirió con una voz engañosamente serena.
Ella percibió tensión en esa voz. Tensión masculina, llena a partes iguales de temor y ansiedad.
—¿Y cómo sé yo que este puente es seguro? No me gusta nada tener que pasar sobre esos viejos palos con los caballos. —renegó, abrumada por el asombro.
—¿Por qué no tomamos otro camino? —preguntó el Gnomo.
—No hay tiempo para mirar hacia atrás —dijo el guerrero, cuyo rostro mostraba una expresión de terrible frustración.
Cuando estaban en medio del estrecho puente, el aire se hizo perceptiblemente más frío. La princesa se estremeció, sintió una punzada de inquietud. Al cabo de unos segundos, un viento fuerte sopló, el puente comenzó a moverse peligrosamente y a oscilar. Los vaivenes y el relinchar del caballo tumbaron a Yvonnè. Ella rodó hacia un lado, cerca de los cascos que pateaban al azar. Velhagen saltó de la silla, corrió hacia ella, y le ayudó a levantarse. Tenía una ceja abierta, fluía un hilillo de sangre que ya le alcanzaba el borde del labio.
—¡Agárrate fuerte y sigue caminando!
—¡Velhagen! ¡Cuidado! —
Una enorme roca del risco, que resbalaba con estruendo y ruido, se deslizó, voló directamente hacia ellos. El guerrero se dejó caer, cubrió con su cuerpo a la princesa y gritó levantando la espada:
—Strullizkum Irilkat! —
Ésta reaccionó. De repente, las gemas escarlatas y las líneas grabadas en la empuñadura resplandecían como las brasas. La roca estalló en segundos, se desgajó en millones de pedazos que cayeron sobre ellos, aguijoneando como si fueran avispas.
—¿Vamos a morir aquí? —inquirió tras unos segundos de reflexión—. Porque, si es así, es un placer fallecer a tu lado —dijo ella,
—¡Deja ya de decir tonterías! — rezongó el guerrero, aturdido por tan vehemente paráfrasis.
—¡Dejen de parlotear! —les gritó For´núfar, mientras jalaba ligeramente la rienda de su caballo hacia adelante. Oscilando su palito de brezo, pulverizaba las piedras que seguían desgajándose de la montaña.
—¡A correr! — les gritó el pequeño.
El joven guerrero agarró las riendas de los caballos y corrió junto a la princesa hasta llegar al otro lado. Los dos quedaron tumbados, aturdidos de momento. Luego hubo un estruendo. Las vigas y las tablas estallaron en pedazos, provocados por las rocas que caían. El caballo de For´núfar resbaló y se fue al abismo. Él como pudo se alcanzó a agarrar de las cuerdas y tablones rotos, que colgaban al aire libre; quedando suspendido.
—¡For´núfar! —gritó la princesa.
—¡Voy a socorrerte, For´núfar! ¡Resiste! —Le animó.
—!No hagas nada, quédate ahí! —vociferó el Gnomo.
Cegado por el polvo, tosiendo y sin temor, intentó como pudo, tocar el broche de su casaca e invoco la magia de su diosa Valquiria Nocturnum, su diosa arcana. En aquel mismo instante, activó una luz platinada que comenzó a oscilar, luego se enrollo alrededor de su cintura y lo llevó a tierra firme. Maldiciendo, el chico corrió a la orilla del acantilado y entre lágrimas grito al vacío —!Adiós Zafiro! Te voy a extrañar mucho —.
Velhagen se acercó y le dio una palmada en el hombro.
—Pongámonos en marcha — le murmuró suavemente.
—Deberíamos alejarnos de este horrible paraje —insistió Yvonnè, descorazonada.
—¿Desde cuándo renuncia un Bärbare a vivir una nueva aventura? —le respondió.
—Hijo del Gnomo Verdularium, no temas ¡Eres un Gnomo Verde! —dijo, tratando de contenerle la ansiedad. —
—Yo tengo mucha hambre. — anunció For´núfar.
—¿Bromeas? — masculló ella.
—¡No, para nada! —. Siento mucha tristeza y eso me despierta el apetito.
Velhagen soltó una carcajada.
Con un simple gesto el guerrero, indicó a Yvonnè y For´núfar que lo siguieran. Caminaron en silencio por un sendero que bordeaba un hermoso arroyo. Allí se detuvieron por un breve momento para que los caballos tomarán agua. Recuperada la ruta, tardaron relativamente poco en llegar a la sombría ciénaga, llena de matorrales húmedos, cubiertos de malezas.
Él se volvió hacia la joven y sonrió.
—¿Te convences ahora? —dijo, con un resoplido que se mezcló con el aullido del viento.
—¡Estupendo! —exclamó —. Estaba realmente emocionada ya que nunca había estado en un pantano de verdad—. ¡Vamos!
—Vamos allá —dijo Velhagen, señalando la ciénega.
—Esto no presagia nada bueno —refunfuñó For´núfar.
Llegaron a la ciénaga que se oscurecía tras largas sombras, una luz mortecina se filtraba a través de las ramas, que se derramaban en sus aguas verdes, oscuras e inmóviles. Hierbas ásperas y hojas de helechos les golpeaban los pies.
—¡Qué asco! Cuantos bichos hay por aquí —se quejó Yvonnè al pasar por encima de un tronco caído, y se quitó un insecto del hombro.
—¡No... no... no! Vayan ustedes, estas son arenas movedizas —se quejó ella.
—No son arenas movedizas —murmuró el Gnomo enfadado —, es una ciénaga —.
—¡Qué aspecto más desagradable! —exclamó.
Unos fuertes graznidos les hicieron levantar la mirada: dos pequeños halcones miraban vigilantes desde la rama baja de un ciprés.
—Pero, ¿dónde estarán las flores? —preguntó ella.
—Se que están por acá! —exclamó el Gnomo, chapoteando entre la tierra pantanosa.
—¡No, For´núfar, espera! —gritó el guerrero.
—¡Una serpiente! —gritó la princesa—, ¡Una serpiente ha pasado por tus pies!
—¡Demonios! —gruñó, irritado y asustado al mismo tiempo. La he notado, podía haberme matado.
—Ahí están, escondidas por los troncos delgados, rodeados de raíces oscuras —apuntó Velhagen.
Corrieron hacia el otro lado de la charca, las sandalias se hundían en la tierra pantanosa. Había un grupo de falsos arbustos que no se enraizaban en la tierra como los demás y que al abrirse ofrecieron un paso directo a las exóticas y místicas Rosas de Şharnlin.
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