Crónicas de Serendipity

Castillo Howlester Aerigrán.

Era de hielo.


Un enjambre de cuervos alzó el vuelo, cuando la bruja Bocuk apareció en la estancia del castillo. Un fuerte olor nauseante se esparció por las salas y corredores. Antártika se despertó agitada. Al abrir los ojos, se encontró con el repulsivo rostro de Bocuk, la miró con desprecio, aunque, de hecho, sabía que no podía hacer nada. 

—¿Qué haces aquí? —pregunto—. Ella le miró a los ojos y como sucedía siempre que lo hacía, sintió que era capaz de leer cada uno de sus pensamientos.

—¿Qué te pasa? —replicó—Puedo oler tu miedo, jovencita —.

—Tuve una horrible pesadilla de bestias aladas y venenosas — dijo con el ceño fruncido.


Se sintió inquieta y físicamente agotada, como si se hubiera pasado la noche luchando contra un batallón. Puso a un lado su espada y la Prisma Polar y se levantó de la cama de hielo en forma de un Íncubo.

—¡Antártika! ¡Estás sangrando! —exclamó la bruja de repente—.

Ella bajó la vista. Unas gruesas gotas de sangre le caían de la nariz y recorrían el mentón. 

—Nada serio. Sólo requiere un poco de magia —agregó con con un gesto burlón —. Friccióno las palmas de las manos y las paso por su rostro.

—¡Anda con cuidado! —gritó la bruja a su espalda—.  ¡Mucho me temo que si no usas la cantidad de energía equilibrada, te vas a quedar carbonizada como aquel maldito druida soplón! —.


Una tempestad recorrió su interior. Conocía aquella sensación de que cuando se enfurecia, su torrente de magia se hacía presente; era una furia de energía atrapada en el pecho. Se retorció las manos tratando de dominar aquellas corrientes descontroladas.

—¿Estás segura de que estas manipulando bien los símbolos del Shax y Sabnock?

—¡Sí! ¡Sí! ¡Mil veces sí! —exclamó ella con tono brusco —. ¡Confía en mí! —.

—Cálmate —intervino Bocuk, acercándose a ella y pasándole un brazo sobre los hombros—.

—Cuéntame tu sueño.


Antártika titubeo, como si de repente no quisiera.


—Vamos —insistió Bocuk.

—Te vi en lo alto del castillo Zíðrens en la región del valle Vegétorix, —dijo, bajando la voz—. Una bestia alada daba vueltas por las almenas de la fortaleza.

—¿No era la Drakona Blanca de los Zíðrens? —preguntó —.

—No, no era una dragona. —Intentó describir su forma pero desistió—. 

—Vamos continua... —

—Una terrible bestia, de unos seis metros de largo, se detuvo a poca distancia de nosotros. Me quedé petrificada, frente a él, y pude ver cuando abrió sus fauces, bramó y rugió amenazante. Su aspecto era aterrador, la dentadura era como los de un tiburón y supuraba un hedor insoportable. Pero esto no es lo más importante del sueño. 


—¿Entonces... ? —.


Antártika se volvió hacia ella.


—Es que... yo estaba a tu lado. Cuando la bestia se abalanzó sobre nosotras, yo conjuraba y abatía la Prisma Polar para protección. Pero unos nubarrones negros se ciernieron y bandadas de demonios alados de formas retorcidas comenzaron a desmembrarnos, ¡la Prisma Polar habia perdido su poder! —concluyó —.


Antártika sintió una sensación nauseabunda, como una fría serpiente retorciéndose en las entrañas. La tez arrugada de Bocuk se tiñó de un tono grisáceo y verdoso. ¿Sería un aviso premonitorio? Frunció el entrecejo. Sintió cómo cada uno de sus sentidos pulsaban, alerta.  No obstante, acabó por convencerse de que no había otra hechicera más poderosa que ella.


—Vamos, vamos, Antártika. —Al pronunciar su nombre, lo hizo con cierto énfasis—. Ya sabrás que no soy una simple bruja.  Soy una Chakar de Nivel Superior. 

—¡Esto es diferente!… —

—No pasa nada, querida —respondió la bruja—.

Antártika clavó sus ojos en Bocuk y añadió: —¡Te digo que esta magia es diferente!… ¿Qué pasaría si los tres clanes se unieran? —.

—¿Dónde tienes la cabeza, pequeña? —. Durante trescientos años he protegido la Prisma Polar y con ella, he mantenido alejados a los Ólafsson, cazadores de brujas. ¡Debes de confiar en mí! —afirmó con rostro serio y expresión severa—.


La bruja se sosegó, pues ese sueño la había perturbado profundamente.


Un tenso silencio se hizo presente antes de que Antártika se volteara hacia los ventanales y, tras inspirar aire para calmarse, alzó los ojos hacia las montañas que se extendían al sudoeste. Las Montañas se alzaban sobre las praderas de Ruijter, imponentes y blancas entre los reinos de Serendipity. Recordó que el príncipe Nólakwen y ella habían recorrido estas tierras a lomos de corceles que habían criado desde potrillos y que se habían convertido en sus principales compañeros desde que galopaban juntos. Sintió una extraña sensación de pérdida, como si de algún modo él hubiera deshonrado la promesa, como si su traición hubiera sido un acto de cobardía.


—He estado practicando el Triángulo Invertido toda la semana —dijo aguantando la severa mirada de la bruja.

—Sí, ya sé que has estado practicando, pero aún te falta perfeccionar el conjuro, y así es arriesgado, sobre todo con el uso de los símbolos —sentenció—.

—Sí, es bastante difícil —expresó apenada—.

—Vamos a intentar hacer de nuevo el tercer nivel de la magia la Muerte Helada. Es una nigromancia un poco compleja, pero, si se domina, es una de las más efectivas —.


La bruja elevó una mano, con el puño cerrado y el dedo índice apuntando al aire. Luego extendió los brazos a la altura de los hombros, y formó un patrón con los dedos de su mano izquierda: los dedos pulgar, meñique y anular apuntaban hacia el hueco de la palma, el índice y medio formaron la antigua señal Glück.


—Calidium Dalinnus! —invocó —, Fortissimi omnium maleficarum ¡Praecipio tibi ut ad me venias! —.


Soplo sus largos y huesudos dedos.


Seguido apareció una bola de luz translúcida que se posó en el suelo. Una bestia enorme de hielo, boca espumante y ojos luminosos se materializó frente a ellas. 

—Ahi tienes! —¿Qué te parecería un ejército de Bestias Gélidas? — Es una manada que consiguió atravesar el portal justo antes de que el alquimista Emetèrico lo sellara por completo —.


Antártika quedó pasmada por la aparición.


—Muchas rarezas he visto —respondió —, pero nunca tal maravilla. Mi poder será infinito.

—¡Ahora ya sabes, mujer, es tu turno! —. Concluyó con voz grave.


La aprendiz de magia negra, intimidada por el tono de su voz, siguió las instrucciones de la bruja.


—Calidium Dalianus! Fortissimi omnium malefic... —conjuraba, mientras se le hacía complicado formar las señales con sus dedos. Así que, en una torpe maniobra soltó el hechizo incompleto. Un relámpago iluminó la estancia y el rostro de los demonios que se abalanzaron hacia ella, los cuales emergieron por un agujero casi vertical. Sus dedos se enroscaron, sus manos temblaban sin control. La bruja sabía que tenía que actuar más veloz que los sucubus de energía, arremolinándose a su alrededor. Antes de que Antártika pudiera cometer otro error, con la punta del báculo trazó un limpio y rápido círculo en el piso, contrario al de las agujas del reloj, y golpeó con tal ímpetu que las frías losas del suelo se resquebrajaron. Tomo una profunda bocanada de aire alzó los brazos y gritó:


—¡Desine tempus! ¡Ille imperavit ut ab eo discederent! —. Luego, comenzó a elevarse poco a poco y quedó rígida, los ojos cerrados y los labios entreabiertos, hasta que se sacudió violentamente y comenzó a murmurar un cántico de palabras ininteligibles. Allí, en el suelo, un círculo emitía un brillo intermitente hasta disiparse. 

—¡Maldita sea! —estalló—.

Antártika no temblaba. Era como ella. No tenía miedo de nada. Sólo estaba inquieta, preocupada y horrorizada, sintiéndose mal por haber fallado el conjuro. —¡Gracias! — musitó entre dientes —. 

—No quiero perder a mi aprendiz —dijo Bocuk —. Estaba rígida y furiosa.

—No me perderás, te lo prometo —respondió.

—No hagas promesas que no estés segura que puedes cumplir —le recomendó.


Antártika tenía motivos para sentirse intranquila. En las últimas semanas, había notado que la Prisma Polar requería más magia de la normal para que todo siguiese funcionando en perfecto orden. Durante el último año y medio había gastado una gran cantidad de energía en la Tormenta Invernal. El aire gélido que circulaba por todos los lugares del interior del castillo tenía menos fortaleza. Los tétricos corredores eran los únicos invadidos, por la escarcha y cencellada, también la morada de sabandijas en los pasadizos secretos, que al paso de los ogroides huían con agudo chillido y el ruido de sus pezuñas, De vez en cuando se tropezaban con restos carroñosos de animales y humanos congelados.


Sea como fuere tenía que desentrañar el código estricto, que hasta ahora sólo Bocuk conocía. 

De lo contrario su venganza se tornaría en obscuras aguas del caos.



¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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