Crónicas de Serendipity

Provincia de Lakvera. Zona Trágica.

Se vive para matar y se mata para vivir.


El cielo arrojaba sobre ellos la terrible ventisca. Björn montaba su elegante caballo blanco en la cima de la colina, con el grupo de sus caballeros y soldados. Su cota de malla tintineaban en aquel silencio brumoso, el aire impregnó de frialdad sus pulmones. Poco faltaba para que comenzaran a caer las sombras, pero ya habían llegado muy lejos.


Ágiles como leopardos, los Movichines se abrieron paso entre las laderas rocosas, hasta llegar a la ruta del Valle Frëayū. El viento chillaba y la nieve caía de tal forma que les arañaba la cara. Evitaron viajar por los territorios del Este. Si se internaban demasiado, se toparían con los implacables Vulpes de Uthar, criaturas de formas repugnantes. Después, siguieron el sendero durante dos horas, hasta llegar a a un pequeño riachuelo, donde quebraron las láminas de hielo para que los caballos pudieran beber agua y descansar.


Mientras tanto, Björn no paró de aguzar el oído. No podía creer que aquel lugar estuviese tan desierto como a simple vista, parecía muy raro. Además, allí se distinguía que no había señales de vida y movimiento. ¿Dónde estarían los miembros de la tribu Loch? Más tarde, aquel mismo día, muy al oeste, el caballero y sus soldados llegaron a un boscaje a la caída del anochecer. Se detuvo súbitamente. ¿Había oído pisadas? Volvió la cabeza a la izquierda y a la derecha. «Esto luce mal » —pensó—.


—¿Avanzamos, mi señor? ¿O preferís que envíe a alguien para cerciorarnos...?

—No — Björn ni siquiera dejó acabar al soldado —. No he venido en persona para enviar intermediarios. Iremos todos —.

Avanzaron más lentamente de como lo venían haciendo, no por temor, sino por utilizar el factor sorpresa ante un posible ataque. 

—Mira a tu derecha —susurró — ¿No te parecen extrañas esas huellas negras sobre la nieve? —.

—¡Rattus híbridas! —rugió el comandante.


Entonces, una asquerosa Rattus, que hasta ese momento había pasado desapercibida en la oscuridad, avanzó rápidamente y se abatió sobre la espalda de Wallhan. Éste gritó cuando la bestia le lanzó una dentellada y arrancó un trozo de carne de la espalda. Pataleó y se contorsionó, al tiempo que trataba de golpear hacia atrás con su espada. Pero los ojos luminosos brillaban encima de sus hombros y la criatura infernal lo iba envolviendo a la vez que lo hacía pedazos.

—¡Wallhan! —gritó Björn no tuvo tiempo de ponderar un hechizo.

El general se quedó perplejo. ¿Qué había pasado? El aire no había cambiado de dirección, era imposible que los caballos no detectaran el peligro. Maldijo entre dientes para sí mismo. Miró alrededor suyo para ver si había alguien más. Nada.


Súbitamente Björn sintió un fuerte arañazo golpetear su armadura, dio un traspié y cayó, pero se incorporó de nuevo casi de inmediato, activó la piedra Zulum que tenía en la empuñadura de su espada y gritó:

—¡Kúgun blása! ¡Kúgun blása! —. 

El guerrero, enfurecido, se lanzó al ataque sobre la grotesca criatura; e hizo que su arma cortara la cabeza de un solo tajo. El embate poseía la fuerza sobrenatural de los Zíðrens, que ejecutaba cortes místicos y divinos para sellar la sangre de los demonios. Las deformes Rattus de pelaje rojizo salieron de las madrigueras y atacaron a los soldados. Sus cabezas humanas estaban coronadas por una calva; su piel era dura y arrugada. Las babeantes bocas abiertas dejaban a la vista puntiagudos colmillos. 


El veterano caballero ya se había abierto paso blandiendo la espada, cuya larga hoja descabezaba feroces Rattus, para ganar espacio para los hombres que lo seguían. En dirección contraria, estaban acabando con sus guerreros. Sus espadas apenas hacían mella en aquel exoesqueleto, sólo un golpe afortunado en las articulaciones o una cortada en el cuello les causaban daño. Los cuerpos mutilados de sus guerreros comenzaron a quedar esparcidos sobre la nieve manchada de sangre.


Atrapados entre la espada y la pared, el general flexionó el brazo derecho y lanzó el Kúgun blása con todo el poder. Una lluvia de filosas estrellas de fuego surcaron el aire en un hermoso vuelo letal. Las oscuras alimañas cayeron fulminadas; aunque quedaban todavía algunas desgarrando a los soldados. Björn dio un giro y resonó la misma orden, una segunda descarga aterrizó pocos segundos después de la primera, pero no consiguió grandes avances. Sus risotadas resonaban entre las rocas y arbustos mientras lanzaban los pedazos de cuerpos por doquier. 


El general frunció el ceño y gritó:

—¡A vencer o morir! —, mientras tanto apretaba fuertemente las riendas de su caballo. El animal saltaba, encorvándose, manifestando un evidente temor —. Sus palabras tronaron a través del llano. Pese a que las probabilidades de supervivencia eran realmente bajas en aquella batalla encarnizada, los Movichines seguían guerreando hasta la muerte.


La lucha fue una horrible masacre, pues los engendros eran más veloces como un rayo, muy fuertes y voraces. Además eran difíciles de matar, ellos sabían cómo evitar el filo de una espada Movichin. Justo cuando ya estaban quedando con pocos soldados, apareció una tropa de Devilianos detrás de una colina, liderados por Gharet a su derecha. Era un joven principe, muy astuto y ambicioso, que logró ganarse la confianza de Björn, cuando pelearon en otras temibles batallas. El joven había derrotado a criaturas malignas y hechiceros poderosos. Sabía exactamente lo que tenía que hacer.


El principe Gharet blandió el arma y el filo de la Espada Ardiente estalló en llamas y, con la misma facilidad, los cuerpos amorfos cayeron carbonizados por el abrasador filo de la hoja Negerin.

—¡Gharet! Alabado sea el Señor… —dijo Björn con voz ronca. 

—Son Devilianos… ¡Devilianos! ¡Han venido a ayudarnos!

El hedor de las bestias quemadas emponzoñaba el aire. No muy lejos de allí, un resplandor señalaba algo en la maleza. El se adelantó, buscando con ojos ansiosos.

Era el almófar de Wallhan que resplandecía. Se acercó al caballo muerto, y vio que los dedos del caballero se movían. Estaba mortalmente herido. Consiguió liberar aquel cuerpo destrozado, que no sostenía el menor signo de vida, pero el pecho roto subía y bajaba lentamente. Su mano fue capaz de solo agarrar el mango de su espada y atravesar el corazón de su mejor amigo.  


 Salió apesadumbrado, los ojos rojos y muy atentos. 

—¡Pongámonos en marcha! —dijo sin miramientos. 

—¿A dónde vamos? —

—Si quieres sobrevivir, debemos seguir el plan que he trazado —respondió Gharet.

No hubo más conversación ni explicaciones, y partieron galopando entre la ventisca, en dirección a Aerigrán, la capital de Serendipity.


La ciudad parecía hallarse muy lejos del otro lado de la llanura; más lejos de lo que parecía desde lo alto de la cima. El corazón de Björn latía aceleradamente, produciéndole una intensa sensación de ahogo. Con la mente aún confusa por la horrorosa hechicería que acababa de presenciar, esperaba oír el crujido de los matorrales y ver salir más de aquellas alimañas. 



¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
♥♥♥

Comments

  1. Nos dejas con más ganas de aventuras, esta parece que hay mucha espada de por medio. Y hasta el hechizo de alguna bruja del castillo anda revuelto entre las paredes .
    Gracias, Yessy , por dejarnos tus aventuras..Un besote cielo.

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  2. De aventuras es el libro que terminé, parece que sigo entre sus páginas. Abrazos

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  3. Hola Yessy cómo estás?? Deseo todo vaya bien contigo, gracias por seguir compartiendo esta historia con un mundo mágico de fantasía , admiro tu ingenio y creatividad , abrazo fuerte

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