Crónicas de Serendipity


Siguieron adelante, y a medida que se acercaban cada vez más a la ciudad, la cólera de Björn se transformó en incertidumbre, más no había tenido mucho donde elegir. Se sentía ya harto del frío, harto de la nieve y del hielo, pero ¿qué otra elección tenía? 


Aquella noche había resultado más dura de lo esperado. Al frío intenso se unía una humedad que calaba las ropas, y los soldados habían tenido que atender por ellos mismos sus miembros entumecidos. Los caballos se encabritaban e intentaban retroceder. No sólo se encontraban exhaustos, sino también atemorizados y doloridos; tres de ellos mostraban leves heridas en las patas traseras. Björn Alzó la cabeza y arreglo su capucha de piel de lobo para protegerse mejor.


Hizo avanzar al caballo lentamente hacia el oeste e indicó con señas a los hombres que lo siguieran. Ahora el terreno ya no era tan plano, y sobre un valle situado a menos de cien metros se veían las ruinas de lo que parecía ser un antiguo monasterio.

—No nos queda otro remedio que pasar aquí la noche. Haremos fuego y nos quedaremos junto a él —.

La oscuridad dominaba todo el lugar, sombras de un lugar que antaño tenía vida ahora era solo madera y roca. Desde allí podrían defenderse mejor de sus atacantes, fueran quienes fuesen, estarían en desventaja. 


Una vez en los escombros de la abadía, la reducida tropa de Björn se dispuso a descansar. Los guardias encendieron una fogata y se sentaron alrededor en grupos. Björn y Gharet eligieron uno de aquellos grupos y se acercaron. Algunas miradas se centraron en ellos, dos soldados se dispusieron a incorporarse de inmediato. Con un ademán, el joven Gharet pidió que siguieran sentados. Ellos se acomodaron para calentar sus manos cerca de las llamas. Las muertes de los engendros habían calmado momentáneamente la cólera de Björn, pero notaba que ésta aún bullía en lo más profundo de su corazón. Sin embargo, tenía que ser paciente.


—Maldito frío — dijo—. Cala los huesos.

Varias cabezas asintieron con desgana entre murmullos.


Guardaron silencio largo rato. Luego Gharet dijo:

—¿Estás fatigado, Björn?

El se quedó mirando.

—No. Preocupado sí. ¿Será posible que nos extraviemos y no lleguemos nunca a Aerigrán? Mi abuelo solía llevarme a pescar y a cazar alces hace años por estas rutas. Yo era muy chico, ya no recuerdo muy bien. 

—No temas —replicó secamente —. Mis guías son muy buenos y conocen cada palmo del camino.


Tras varios meses de camino, era normal que empezara a intranquilizarse. Björn se sentía responsable de sus soldados, intentaba dar una apariencia de normalidad, pero sus gestos evidenciaban preocupación. Había perdido más de doscientos soldados solo esa tarde. Pese a que la tropa de Gharet era grande y habían tenido la suerte de encontrarse con ellos, la incertidumbre siempre le provocaba desazón. Una cosa tenía que tener presente: el joven era un buen guerrero. Su táctica de ataque era una forma muy bien ejecutada, rodeaban y dejaban a merced de sus caballeros montados y arqueros a sus enemigos. Además, era poseedor de una de las seis espadas maestras del Crepúsculo, símbolo de poder. Estaba claro que ante tal potestad, era imposible vencer a su poseedor.


La noche seguía su curso, aquellos soldados charlaban, y las bestias nocturnas iniciaban su ronda silenciosa sin que ninguno de los presentes pudiera reparar en ellas. 


—Todavía no puedo creer que Antártika haya llegado tan lejos —se lamentó Björn apenado. —¡Maldita mujer!

—No te preocupes —trató de consolarlo, colocándole una mano tras la espalda—. Estoy convencido de que pronto se acabará esta pesadilla.

Todos sabían lo que había sucedido. Todos habían visto el caos de Antártika, a los Escorpiones y las Arpias Abominables, precipitarse desde las alturas matando a soldados Serendipitianos y parte de sus súbditos, luego, sin misericordia ni tregua, había congelado al rey, su familia y al príncipe Nólakwen, hijo de la elfa Alassë. Los que pudieron sobrevivir se dividieron en varios grupos y se desplazaron hacia las montañas. 

«¿Es mi hermano el responsable de esta hecatombe?», pensó. Escrutó su entorno y cerró los ojos, ansiando que el frío congelará el irresistible dolor de su corazón.


Tras un prolongado intervalo de silencio.


—¡Que la reina élfica Alassë y los resplandecientes Zíðrens de Júniper acaben con estos demonios! —susurró en voz muy baja, elevando sus manos a la altura del rostro —.

—¿Alassë? —dijo Gharet y se echó a reír.

—Con su poder, controlaremos toda la magia de los enemigos —. 

—¡Piensa un momento! Si la elfa tiene semejante poder, ya habría liberado a su hijo —, está mintiendo, por supuesto —. dijo con toda la suspicacia que fue capaz. 

—Ella hizo un juramento después de que Fendley le ayudará a luchar contra la legión de las Auras Tenebrōsīs, y le permitiera vivir en una de sus comarcas. Ella quedó tan agradecida que ofreció a mi hermano un sagrado juramento de "unión". Los Zíðrens son poderosos seres de luz, por lo tanto confiamos en ellos.


La ironía era un rasgo característico de su alma. Esbozó una débil sonrisa y dijo:

—Así que tu hermano tiene amigos fieles  —dijo Gharet —. Pensé que su única habilidad era acostarse con cuanta cortesana llegara a su corte. 


Él no respondió inmediatamente, sino que fijó la mirada en su espada y añadió con voz tranquila: 

—¿Por qué has de ser tan antipático? 

—Yo también me he hecho esa pregunta añadió.

—¿Por qué hablar de estas cosas? Por el momento debo pensar en otros asuntos —. Espetó con seriedad.

—Tienes razón —replicó el joven príncipe—.


Björn sabía que era preferible agarrarse a la sombra de la esperanza y no encontrarse embargado por la desesperación. Sólo confiaba en que Gharet estuviese diciendo la verdad y no lo fuera a traicionar. Recordó la profecía del viejo Druida Überiem, que su hermano moriría en manos de su hija ilegítima, algo que le entristecía profundamente. En ese momento elevó una plegaria, como hacía a menudo, para que le diera vida hasta ver rescatada a la princesa Yvonnè, y que gobernará a su país al lado del Conde Mariscal, Sir Velhagen. Apartó tal pensamiento de su mente. Tenía que seguir la política que considerase más adecuada, no debía dejarse influir por profecías negativas. «¿Dónde estará el punto débil? ¡Maldita sea, tengo que descubrirlo!», caviló.


El corpulento Björn emitió un gruñido. Decidió que más valía contener la lengua. Calló, pues, su compañero paseaba una solemne mirada por su hermosa espada. No duró la pausa más de tres minutos.

—¿Cómo es posible tanto poder en tu espada? —le interpeló Björn.

Palpa el legado de mi Diosa Ithar —, replicó mientras le daba el acero.  


La hoja tallada en negro y púrpura brilló con fuerza.


Björn tocó el borde del filo metálico con incredulidad, era la única forma de confirmar el poder mágico. Tan pronto como se conectó se produjo un resplandor de luz rojísima y notó que, en el mismo momento la empuñadura se apoderaba de su cuerpo. El guerrero se sorprendió, aunque también se alegró, al comprobarlo y dijo:


—¡Vaya, es una espada digna de un rey! —Con este poder destruire a la hechicera —dijo el joven. —La contienda será más ardua de lo que piensas. En esta ocasión Antártika cuenta con aliados demoníacos. —Es bien cierto que es astuta y versada en magia, pero también lo es mi espada — las risotadas de Gharet resonaron estrepitosamente.


Lo Triada Kildare no les habían preparado para esto; era irónico, No tenía miedo a conjurar hechizos, podía enfrentarse a un ser hecho de pura oscuridad como las Rattus hibridás pero... «Vuelve en ti —pensó Björn —, ésta es la vida que has escogido.»




¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
♥♥♥

Comments

  1. Nos estás dejando una buena novela bélica , donde los guerreros son diferentes a los que estoy acostumbrada a leer, en ellos encuentro algo misterioso y sobre todo mucha magia. Las guerras tiene un denominador común , dos bandos que se odian y algunos enfrentados entre familias . Un besote grande.

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  2. Una historia épica que sigue creando intriga.
    Muy bien escrita. Besos.

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