ʀɛȶօ ʟɨȶɛʀʊք

Jennifer McKee observaba el intenso dorado de las dunas desérticas más allá del horizonte. Debía de estar tan loca para estar acompañada de Araf Bashar, en un entorno inhóspito donde serpientes venenosas, escorpiones y un calor inimaginable acechaban a cada paso. Llevaban dos días alejados del mundo. Con la sensación de estar perdido en medio de la nada. Allí, bajo ese cielo lleno de estrellas, y las dunas arenosas que parecían sábanas tendidas al viento vespertino.


Durante muchos años, alimentó el deseo de buscar a Araf Bashar, pues deseaba ardientemente vengarse de él. Un deseo tortuoso, por hacer pagar al hombre que había destrozado la vida de su hermana. Solo eso podía explicar su presencia en la capital de Rabat.


Jennifer se dio la vuelta y lo miró fijamente durante unos segundos, presa de un brusco y casi irresistible deseo de acabar con aquella arrogancia masculina. Pero el sentido común le impidió hacer nada: no tenía ninguna prisa. 


¿Sospechará algo? pensó. Últimamente había estado recibiendo llamadas extrañas. Tenía la fuerte impresión de que alguien había salido a cazar y que ella sería la presa. Tenía que mantenerse alerta frente a cualquier peligro. 


—¿Esperas más llamadas? —Había un tono sarcástico en la pregunta.

—¡Claro que no! —exclamó, mientras guardaba el celular en el bolsillo de su abaya. 


Los labios de Araf se curvaron ligeramente, y en sus ojos verdes había había un brillo temerario que la ponía nerviosa. Sin embargo, solo con mirarlo, se encendía en su interior una peligrosa chispa. No podía evitar sentirse tan atraída hacia él como una polilla a la luz. ¡Maldita tentación! se dijo, mientras enrollaba la faja larga de tela alrededor de la cabeza.


—Y ahora, ¿a dónde vamos? preguntó. —Su voz era profunda y hasta sonaba provocadora con su peculiar acento árabe. 


—Al Sáhara marroquí, quiero encontrar el famoso lirio del Sáhara. Acamparemos en el valle del Draa, no muy lejos de las montañas Tidri.


—No se diga más —respondió, luego su boca cubrió la de ella con un cálido beso. Sorprendida, continuó muy quieta, alucinada por el placer que le producía ese contacto. Sus labios eran firmes y cálidos y siguieron sobre los suyos hasta que ella se vio obligada a responder. ¿Cuánto tiempo más iba a tener que controlar la ira y su nerviosismo?


—¡Nos tenemos que ir ya! — exclamó, cortando suavemente el beso. Jennifer se zafó de sus brazos, recogió el Djellaba de rayón y, salió corriendo de la jaima. Subió a uno de los dromedarios y gritó: ¡no olvides las mochilas! 


Una ráfaga de aire se insinuó entre las dunas relucientes cual bronce ardiente.




*Suriyah - prenda blanca de algodón, holgada y larga.

*Djellaba - Túnica de mujer.

*Jaima - Tienda de campaña.



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 34 - Haz una historia que ocurra en el desierto.




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