Crónicas de Serendipity

Los Caballeros del Azar corrían.


Tenaces e incansables, cabalgaron durante leguas, sin que en su rostro aparecieran - a excepción de Björn - las menores señales de fatiga. Ya estaba cayendo el atardecer cuando finalmente llegaron a su destino: Las  montañas Göta Väner. De inmediato ascendieron por la ladera empinada y rocosa de gran tamaño. Las rocas comenzaron a hacerse más y más grandes hasta que se convirtió en una sucesión de sólidos peñascos. Luego el camino de piedrecillas desprendidas  de las rocas los llevó a la garganta de la caverna. Allí, a unos veinte pasos de distancia se encontraron con un extraño círculo de piedras calizas.


—No me gusta este sitio —dijo uno de los guerreros—.

—Nunca habría pensado que lo notaras —susurro un sarcástico Verlic.


Despacio se fueron acercando hasta llegar a la orilla del círculo y, cuando prácticamente estaban por saltar, una docena de elfos Rojos del clan Naiwë les cerraron el paso. Björn observó que las rocas se iluminaron. Todos aquellos guerreros Rojos, lentamente se habían congregado en torno a los caballeros; susurrándose en una extraña mezcla de la vieja lengua de Stratüs y de los Serendipitianos.


—¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? —preguntó Vitserk, el lider del clan. 

—Somos los Caballeros del Azar. —contestó él con voz firme —. 

—¿Cómo osan perturbar nuestro ritual?

Björn no podía verle el rostro con claridad. La mayor parte de sus rasgos quedaban ocultos por los cabellos enmarañados por encima de las cejas, que creaban un rostro cuyo objetivo era aterrorizar.


—No fue nuestra intención —.

El Rojo escupió y dio unos pasos hacia delante, acercándose así a Björn y dijo: —No es normal que humanos corrientes vengan a las montañas de la Zona Trágica. 

—Venimos en una misión para derrotar a Antartika. ¿Has oído hablar de ella? es una hechicera temida y peligrosa, está bajo la protección de Bocuk la bruja de invierno —.

—Quizá deberías temerme a mí —sugirió Vitserk frunciendo el entrecejo—. No tengo ningún demonio que me proteja, ¡ni nunca lo he necesitado! —

—Propongo que luchemos juntos —dijo Björn mostrando seguridad y confianza.

—No necesitamos ayuda. Los ancianos de la tribu están por realizar una ofrenda a  nuestros espíritus protectores —respondió cautelosamente. Luego se dirigió hacia la entrada de la caverna.


Björn parado a menos de quince pasos, miraba en dirección de un grupo de ancianos, cuando una solitaria figura lo inquietó, estaba acurrucada a los pies de la estatua que no tenía ojos. La indefensa elfa se abrazaba las rodillas con sus delgados brazos y tenía la mirada llorosa en la enorme roca, donde sería sacrificada para la Dragona Frëayū.


—¿Qué haremos? —susurró Bataïr a medida que una sensación de pánico se apoderaba de él—.

—No tengo ni idea —confesó Björn con voz severa mientras seguía clavado con la mirada en el grupo de la caverna—. Pero si nos movemos, estaremos muertos. 

—¿Una sugerencia? —inquirió Marlow mientras se giraba para mirar a Björn. 

—Yo me seguiré ocupando de esto —replicó—.


De la nada, los caballos comenzaron a relinchar, seguido de un crujir de huesos y gritos. Unos fantasmagóricos Lagartos Humanos, salieron de los peñascos y se abalanzaron sobre ellos. Los Naiwë se desplegaron y cada uno de ellos tomó una posición estratégica ante las criaturas encorvadas. Entre las sombras de sus capuchas, unos ojos de color bermellón brillaban sobre unos poderosos y afilados colmillos.


«Excelente», aplaudió Björn en silencio.

—¿Lagartos? —preguntó Bataïr con tono tembloroso.

—Son Geckos —respondió Marlow en voz baja mientras sujetaba fuertemente las riendas de su caballo, empuñando su espada —.

—Y son más glotones —añadió Verlic, al instante en que el ambiente se tornaba en una masacre.


Björn se enfureció y desenfundó la espada con la idea de despellejar los engendros a tajo limpio. Eran bestias con cabezas humanas cuyos ojos giraban, mirando en todas direcciones y, de colmillos afilados proyectándose de las rojas fauces. Los Naiwë acometieron ferozmente, lanzando salvajes golpes con espadas, lanzas y cuchillos. Vitserk, el líder del clan y sus guerreros los encerraron haciendo un círculo de luces arcanas por la derecha, mientras que el consejero y el otro grupo se desplazaban hacia la izquierda.


Los Lagartos Humanos se dieron cuenta de que los Rojos estaban calibrando sus ataques, y estos adquirían un ritmo mortífero. El estruendo rugiente era interminable, y el olor de la muerte se esparcía en el blancor almidonado de la tierra. Trozos de cuerpos fueron quedando regados y, algunos cayeron entre columnas de flechas explosivas.


Casi inmediatamente, Björn escuchó una voz maldiciendo y sintió su presencia. Se percató del peligro casi demasiado tarde. Un golpe pasó por su rostro, el que ágilmente y justo a tiempo pudo evadir. Agnator, vestido con cogulla oscura, ondeaba una espada negra con un extraño resplandor. Al pasar por su lado, solamente vio el destello frenético y asesino de los ojos.


Björn intrigado por los vertiginosos movimientos del engendro no se dejó distraer, y la flamante hoja avanzó rápida como el rayo para bloquear el golpe.


—Tienes buenos reflejos —comentó Agnator con voz tranquila—.


El Movichin mantuvo una posición defensiva, con los ojos alerta y ambas manos aferrando la antigua espada de su padre. El ataque fue fallido porque el ogroide había avanzado demasiado, y la hoja penetró sólo unos cuantos centímetros en la pierna de Björn. Agnator levanto de nuevo la hoja manchada de sangre, y soltó un grunido que dejó a la vista los punzantes y amarillos colmillos. Björn se lanzó a la ofensiva y descargó una lluvia de agresivos filosos sobre el grotesco cuerpo del enemigo. Ambos paraban, esquivaban y lanzaban estocadas.


Desesperado, Björn se arrojó hacia él al tiempo que le lanzaba una estocada al pecho. Ambos erraron el golpe, pero pasó lo bastante cerca para que Agnator sintiera el filo de la hoja en su brazo izquierdo. La extremidad le quedó colgando por un tendón y un nervio. La bestia aulló y su cuerpo entero se retorció. El ogroide lo miró gruñendo, con el hocico cubierto de sangre caliente de la que se desprendía vapor.

—¡Ésta me la pagarás, maldito humano! —rugió —. Chasqueó los dientes, y luego saltó las bardas de los círculos arcanos y desapareció entre la espesura de la niebla.


Björn meneó la cabeza y soltó una risotada ante la huida de Agnator. Marlow lo miró disfrazando su preocupación con otra sonrisa, pues entendía a la perfección las dimensiones del peligro que se cernía sobre su amigo. Por un instante, se alegró de no estar en la piel del Movichin. Los Azares y Naiwës acabaron con los abominables engendros. La disciplina de los Rojos demostró ser superior. Sin ninguna vía de escape los enemigos, fueron ejecutados de forma drástica. Un puñado de Rojos habían sufrido bajas y heridas menores.


¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
♥♥♥

Comments

  1. Buenos días, no se si ya he leído esta entrada, pero no importa es una buena lectura, te dejo mi abrazo

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