Crónicas de Serendipity

—¡No hay marcha atrás! —gritó.


Desafortunadamente, no había nada que pudiese hacer con respecto a su amado Nólakwen. No podría perdonarlo después de aquella pelea que le hizo perder el ojo izquierdo. Ella se juró entonces que jamás lo perdonaría. El rostro de Antartika parecía volverse más frío, más severo. Desde el puente levadizo observó cómo las montañas de Lakvera se extendían en el lejano horizonte, resplandeciendo bajo la intensa nevada. 


A través de las caprichosas ensenadas, se mostraban espesas y rugosas sábanas de hielo en sus contornos. El muelle estaba solitario. Algunos barcos de pesca habían abandonado el puerto ante la tormenta de nieve, y sin duda se habían puesto al abrigo en las cuevas rocosas. La ocasión parecía favorable para comenzar la lucha. Antártika pasó la mano entre los copos de nieve suelta y dejó que los cristales cayeran en cascada de sus dedos formando una hermosa columna.


Aquellos elfos Lazúlum representaban una amenaza incluso para Bocuk, algo que ellas sabían perfectamente. Los Zíðrens se habían convertido en el grupo más grande, entre aquellos que habitaban en la pequeña región de Vegétorix hacía ya muchas generaciones. Esto significaba que Alassë disponía de casi diez mil elfos bajo su mando. Ningún otro pueblo cercano tenía tantos guerreros. De hecho, cuando Alassë se enteró que el príncipe fue capturado por Agnator, y entregado a Antartika, enseguida envió dos mil guerreros elfos dispuestos a combatir contra ella.


De improviso se escuchó el galopar de un caballo. 


—Saludos, señora —dijo el engendro espía y se postró—, te traigo noticias —.

Comenzó a dibujar un mapa sobre la arena. Con unas simples líneas hechas con su zarpa y con la ayuda de unas piedras, marcó la trayectoria que Björn traía con su ejército.


Ella observó las líneas en la arena.

—¡Estupendo, estupendo! 

—Señora, ¿qué ordenas que hagamos? —le preguntó.

—Les vamos a tender una emboscada. ¡Libera a las Rattus Híbridas para que los hagan pedazos! 

—Así se hará.

Su ojo chispeante como estrella, provocaba el temor cuando miraba encolerizada o cuando emitía un destello de hielo. 

—Malditos. Si tuviera tiempo para ello, yo misma me acercaría y acabaría de una vez con todos.


Durante las últimas semanas habían proliferado los avistamientos de miembros de las alianzas. Sabía que el hermano del rey Fendley, Björn, gobernador de las tierras Movichines y sus tropas se habían dispersado por el valle como una plaga de langostas, y que tropas imperiales desde la ciudad de Devilus seguían acercándose lentamente a Aerigrán, la capital de Serendipity. Mantendría los ojos bien abiertos, y estaría muy atenta.


En silencio contempló todo a su alrededor, en especial el laberinto en el jardín del castillo, que sobresalía entre los arcos góticos que se mezclaban con altos setos y cascadas. Recordó cuando el príncipe y ella paseaban y competían por ser los primeros en encontrar la salida. Sin embargo, Antartika mantenía siempre las apariencias a toda costa. Su reputación como hechicera le exigia ser despiadada, significaba para ella ser mucho más poderosa. Por esa razón no mostraba sus verdaderos sentimientos a nadie, y eso incluía al príncipe Nólakwen.


La Antártika de corazón de hielo pensó, y frunció los labios con irónico desprecio, al sentir aflorar una lágrima. ¿Qué demonios le estaba pasando? Hacía mucho que no pensaba en Nólakwen de forma afectuosa. Pertenecía por completo al pasado, pero de pronto había surgido en su mente, lo que había enterrado años atrás. Sabía que si no se endurecía, recogería del suelo las porciones de su persona. El incómodo sentimiento de la venganza la tenía atrapada, había crecido como un cáncer en su interior.


Además, no podía olvidar que él era de un mundo distinto, un mundo de ambiciones y responsabilidades; y aunque siempre se había rebelado contra aquellos aspectos de su sociedad, las costumbres estaban impresas de manera indeleble en su vida. Todo eso la había llevado a pelear por ser fuerte. Incluso el corazón se le antojaba ser hostil con todo aquel que cruzara su camino. Ella odiaba tanto la arrogancia y la traición de su padre, el vil e injusto recurso de la reina para deshacerse de su madre con tal de no tener competencia. Le dolía haber conocido el desprecio, la humillación, una emoción cruel para alguien de su clase. A pesar de todo ello, su sangre anhelaba el hogar y todas las cosas que había amado.


Justo en ese momento, como si hubiera sentido que la estaban observando, ella giró y se encontró con la mirada de Agnator. El general se arrodilló ante la joven. Con las manos colocadas sobre los muslos, hasta que su frente casi tocó el suelo.


—¿Puedo servirte en algo, mi señora? —preguntó.

Ella lo examinó durante un largo rato, y respondió:

—¿Ya tienes decidida la ruta que tomarás para encontrar al elfo Mandrágora?

—Al oriente, y luego al occidente.

—¿Tu crees que será una buena idea para atrapar al maldito Usküdar? —murmuró a su general Sjöfur. 

—Estoy de acuerdo. 

—Bien. Mañana empezarás a reunir una docena de mis Lagartos híbridos —, dijo mientras echaba un nuevo vistazo al campo—, y, continuó diciendo, al anochecer marcharás al Monte Helicón —.

—Si ésos son sus deseos, mi señora… —dijo en tono formal. 

¡Acaba con él! —siseó entre dientes. La mirada de Agnator se posó en sus labios, seguido de la reverencia antes de retirarse. 


Antártika solía estar a la defensiva y apartó la mirada. 


El ogroide percibió su esencia atrayente y muy tentadora. Un hálito de éxtasis sexual, se apoderó de él, le excitaba su olor. La actitud retadora en la rígida figura de aquella mujer le hacía preguntarse qué haría falta para derretir aquel gélido corazón. No era la primera vez que eso ocurría y a ella le parecía que ése era uno de los riesgos que tendría que evitar a toda costa. 


Cuando Agnator encontró a Antartika, en una zona rodeada de nieve y picos escarpados, estaba bastante debil por el largo viaje. Su cuerpo y rostro tenía cicatrices. Él la cargo en sus brazos y la llevo hacia la cueva de la malévola Bocuk. Una bruja que vivía sola en una pequeña caverna cerca de un lago. La astuta sibila curiosa de saber quien era y de donde venía aceptó cuidarla. Así pues, con el correr del tiempo ella le contó cuáles eran sus ansias de poder, venganza y deseos de dominar otras razas. Bocuk la cuido tal y como le había prometido, todo a cambio de entregarle a la reina Alassë viva, también ella quería venganza porque la había desterrado del territorio por practicar magia negra y enviarla al lugar más tórrido del planeta.


Desde entonces los dos procurában reprimir la curiosidad que el otro despertaba. Compartían únicamente el intercambio de opiniones y órdenes por ser el general Mayor de las huestes. Antártika hablaba poco, solamente cuando se le preguntaba. Daba sus órdenes con voz clara, en palabras precisas, que no repetía, mandando de forma de ser obedecida en el acto.


La vieja bruja terminó de corromper a la joven Antartika, le enseñó la magia negra y peligrosa, multiplico la maldad que en su interior habitaba, y la convirtió en un ser con sed de venganza y destrucción. Al cabo de un tiempo, terminó dándole el Prisma Polar, pero siempre bajo su control. Tenía que aprender a usar su magia para superar la de Alassë. En ese caprichoso destino el rostro desagradable de Bocuk emergió como una maldición en la vida de la joven. Las oscuras brujerías y hechizos de la bruja, se mantenían en su mente, eran  imágenes de consecuencias horrorosas que llenaban su cabeza y amenazaban a veces, cuando soñaba, con llegar a controlarla y destruirla.


El destino la ha llevado de regreso a las ruinas del castillo, de su pasado, su amor, y sus ambiciones.

La ha llevado de regreso a Serendipity.

La ha llevado a casa.


¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
♥♥♥

Comments

  1. La corrupción de una bruja a alguien con poder. Parece el preludio de algo inquietante.
    Besos.

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  2. Interesante el origen del mal en Antartika , gracias por compartir un capítulo más amiga Yessy

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