Crónicas de Serendipity


Antártika había pactado con Bocuk la bruja de invierno, la cual le dio el Prisma Polar para llevar a cabo su fría venganza. Pero lo más aterrador fueron las masivas hordas de engendros, que había creado con la magia negra de las Artes Oscuras. Los cuervos albinos, eran animales humanoides y salvajes. Apenas si eran otra cosa que aves rapaces gigantescos con alas, que los engendros utilizaban como montura. Los grifos Hidras eran feroces, cazadores de seres humanos, al igual que los escorpiones púrpuras, y sus generales hibridos. 


La brutal masacre sobrecogía a los Serendipitianos. Esos guerreros, nobles y aldeanos sin rey, peleaban con la misma intensidad hasta la muerte. Los que luchaban la batalla encarnizada y recibían las heridas más profundas sufrían terribles pérdidas. Sin embargo, aunque se vieran aniquilados nunca disminuían en número. Algunos tuvieron que retirarse a las agrestes montañas para reorganizarse.


La Prisma Polar de Antártika mantenía fija la línea, inalterable, ya que se hallaban en un plano de existencia que no debía resultar afectada por la magia de la Triada Kildare y la elfa Alassë. Razón por la cual, por las noches se transmutaba en una criatura híbrida, entre pantera y cabeza de buitre, que se alimentaba solo de cerebros de elfos, dríadas, ninfas, hadas y gnomos para hacerse más poderosa. 


Las malas noticias corrían de boca en boca. La venganza no dejaba de extenderse, y al enterarse algunas tribus fieles a Serendipity, empezaron a enviar tropas imperiales desde las ciudades de Devilus y Movichin. Derrotar a Antártika supondría, pues, muchas dificultades; Björn, hermano del rey Fendley y comendador de los Movichines decidiría, proseguir hacia el Sur de Lakvera. Luego llegaría el inevitable enfrentamiento sorpresivo con la alianza del ejército Devilus. Este joven rey no temía a las hordas caníbales. Pese a su mortífera reputación, quería vérselas con aquellos bárbaros, derribar el máximo y verlos huir de Serendipity.


Por otro lado, la Sacerdotisa Wölfelina de los elfos Wolfëas se alió con la reina Alassë, y envió las mejores Gárkas Blancas de su ejército para apoyar a Usküdar y los gemelos. Estas pertenecían a una subraza de semielfos nocturnos, conocidas por ser agresivas aves voladoras, expertas en el manejo del arco y otras armas.


Antártika yacía adormilada en un lecho de cristales de hielo, bajo hechizos y encantamientos; en los pilares de la inmensa estancia había un puñado de cuervos azabache que la acompañaban. Sobre el pecho reposaba una de sus manos, fría y rígida, que asía la empuñadura de la Prisma Polar; la otra sostenía el arpa. 


El general Sjöfur y su escolta de ogroides llegaron al castillo. La criatura de gran tamaño, fuerte con una altura de dos metros hizo una reverencia. Se acercó a ella y le dijo con una expresión inquina en su rostro:

—Esta tarde, hemos visto a unas Gárkas Blancas sobrevolar el cielo y creemos que han anidado en el Monte Helicón. Ella abrió los ojos lentamente, y se incorporó. Y él, dándole la mano, la levantó. Escudriñó a través del escarchado cristal y se encaminó directamente a la salida. Al abrirse las pesadas puertas de madera de olmo los ogroides se arrodillaron.


La torneada figura llamaba mucho la atención, enfundada en un traje entallado de cuero púrpura, guantes largos y un parche en el ojo izquierdo. Adornaba su cadera un cinturón de colgantes estalactitas y se cubría con una capa de piel negro alrededor del cuello y de los hombros que ondulaba a cada paso que daba.


—¿Gárkas Blancas ... estás seguro? —preguntó, levantando la cabeza, mirando al semiorco con gesto ligeramente confuso. —Así es, mi señora. Así es. —aseguró, elevando el tono de sus palabras. Él señaló con la mano hacia la serranía. Fuera, un resplandor platinado alumbraba desde las alturas, la meseta y las anchas cañadas con una perfecta capa blanca de nieve. Por encima del horizonte brillaba la Estrella Polar.


Antártika sonrió. 


Al mismo tiempo, levantó la Prisma Polar y lanzó un hechizo sobre los cuervos. Una espiral de vapor refulgente salió de la punta, los pajarracos lanzaron agudos graznidos y alzaron vuelo, mientras se convertían en unos abominables Buitres Carroñeros con la cabeza de un ser humano. De sus patas brotaban unas afiladas uñas negras con veneno. En aquel momento, les ordenó lanzar un ataque sorpresa sobre sus guaridas. 


—¡Capturen y acaben con todas ellas! —gritó sin apartar su mirada de aquel puñado de infelices criaturas. Su único ojo azul brillaba con intensidad.


Tras varios minutos en silencio se relajó. Una sonrisa de desdén curvó sus labios. —Ven, sígueme —ordenó de pronto, y se dirigió a las puertas de bronce. Sjöfur la acompañó hacia la fosa del castillo, queriendo ver cómo estaban sus prisioneros. Cuando se abrió el rastrillo de la muralla, descendieron juntos por el puente levadizo. Ella miró atentamente en el fondo de la fosa de agua, dio un giro a su anillo mágico y caminó por la superficie congelada, observando las formas humanas que se movían por debajo. Las siluetas de Sir Velhagen, la princesa Yvonnè, Deidra la esposa del rey, el príncipe Nólakwen, y el alquimista Emetèrico flotaban congelados bajo la capa de hielo transparente.


—Humm... Veamos, ¿cómo ha podido pasarte algo así? —apuntó la malvada con un macabro humor. —¡Nunca debiste darme la espalda, Nólakwen! 


El general había detectado el sarcasmo, pero en aquel momento en particular, no podía soportar la arrogante actitud de su señora. ¿Qué oscura traición lo arrancó de su trono de estrellas?—preguntó él.


Su único ojo azul giró yendo al ogroide.

—¡Silencio y no me interrumpas! —dijo secamente. 

El general permaneció perfectamente dócil y sumiso. Su cuerpo bronceado lucía un aspecto terrorífico en medio de la batalla; pero ahora, al verlo así tan de cerca de ella, le producía un terror más espantoso todavía. Sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, y pensó no estaría de más tomar ciertas precauciones. Había que vigilar de cerca incluso a los buenos amigos como Agnator, que le había salvado la vida. Eso nunca lo olvidaría, y le recompensaría por ello. Pero había que vigilarlos a todos.


—Ocimum basilicum... Ocimum sanctum —murmuró Antártika.


Su cuerpo se tornó translúcido, después su silueta tembló y se llenó de puntos de luz carmesí. Éstas titilaron brevemente y luego se apagaron. Mientras sus dedos se cerraban alrededor de la empuñadura de la Prisma Polar, trató de apartar de su mente a Nólakwen y sus sentimientos para concentrarse en la inevitable venganza. Ella le dedicó de nuevo una mirada de reproche y dijo: 

—Querido Nólakwen, realmente destellas un efecto increíble en ese estado rígido y lánguido. Pero no desesperes; he estado trabajando en un nuevo hechizo que mejorará radicalmente tu apariencia. 

—¡Anda, mátalo! y acabaremos de una vez. —dijo —.¿Por qué dudas?

—No todavía. —le dijo encolerizada, enarcando una ceja —.  

—¿Por qué no? ¿Acaso tienes un plan mejor? —contestó desafiante.

—¿Tú qué crees? —replicó.

—Lo que yo crea da igual. ¿Qué crees tú?

—Lo usaremos para atrapar a Alassë viva, y debilitar a sus aliados.

—¡Por todos los demonios, qué excusa tan original! —exclamó gruñendo.


Furiosa por el atrevimiento del general, ella inspiró hondo, pero antes de poder lanzar rayos de hielo por el coraje, lo dicho hizo efecto en ella. Ahora que lo pensaba, tenía que prepararse estratégicamente para enfrentar a los Zíðrens. Ella miró al general, que observaba su expresión con un alerta en su ojo cerúleo.


¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
♥♥♥

Comments

  1. What an interesting world! Great to see your post!

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  2. Escribir no es fácil y un relato con personajes fantásticos y un mundo tan mágico como el que nos vas relatando es aún más .
    Tu creatividad maravilla amiga Yessy, deseo estés bien

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