Crónicas de Serendipity

Bocuk era poderosa, diabólicamente poderosa, de hecho, no compartía todos sus secretos con Antártika. Sabía muy bien que era una mujer inescrupulosa y terca, aparentemente solo le importaba castigar a la familia real, llegando a sacrificar a inocentes e incluso a sus propios amigos para lograrlo. Pero la bruja Nórdica tenía otros planes con Börte para despojar a la Triada Kildare de la Escarlata de Fuego. Un pergamino antiguo que guardaba los secretos y símbolos de las Runas Sagradas e ilustraciones ocultas y esotéricas.


Entre tanto guiada por la ambición y la determinación por vengarse de su padre, Antártika se había trazado varias estrategias y planes para gobernar Serendipity. Ella había aceptado toda una sucesión de prácticas de magia negra y pactos nigrománticos que le permitirían ser la única reina de todos los territorios del reino. La bruja Nórdica no tenía por qué saber que había seducido a Agnator para hacerlo su cómplice. Apoderarse del mejor demonio de Bocuk la convertía en una hechicera perspicaz y temible. Era una idea descabellada para ser creíble. Pero ¿acaso no era la mayoría de las cosas que había logrado hasta ahora?


Agnator era un Ogroide, de menos de veinte años, alto y de constitución musculosa. Como capitán del escuadrón Nigroide, llevaba una capa negra con su insignia en ella. Por su gran fuerza y habilidades regenerativas, Antártika lo había asignado como su segundo consejero, por lo cual, le sugerió que sería una excelente idea conquistar la Tríada del Oráculo para obtener más control y poder. Estos clanes eran expertos en la combinación de la magia blanca y negra para convertirse en poderosos magos.


En esa basta región, existían tres tribus. Los Wolfëas y Naiwës en el suroeste. El primero poseía el Oráculo Fantasma, con la imagen de su diosa Khadris. Una arma mágica y poderosa contra los conjuros de la Infraoscuridad. Los elfos Naiwës, eran primos de los Wolfërinos, guerreros salvajes que practicaban su propia magia arcana, y aunque pertenecían a la misma rama, no les gustaba relacionarse con otras razas. Y los Zíðren, la tribu más dominante al norte de la región Vegétorix. Esta raza poseía el Cristal Júniper, una gema brillante que emitía luz propia de su astro, y tenía el poder de la regeneración. En muy breve plazo, si todo salía bien, aprendería a descifrar los viejos pergaminos, a reproducir los signos arcanos y a memorizar encantamientos sumamente complicados.


Antártika llevaba las dos últimas horas sentada en esa postura, con la cabeza agachada, mientras el arpa ponía la fragilidad de lo etéreo en sus melodías. A su alrededor, unas velas titilantes, que no parecían surgir de ningún punto en concreto, iluminaba apenas aquel Gran Salón.


—Mi señora.

Antártika se sobresaltó al escuchar la voz grave de Rhasa, una elfina de aspecto anoréxico y alas insectoides. 


Levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de ella. El cuervo negro con un ojo brillante se liberó de su brazo. Rhasa se inclinó en una reverencia.

—Acaba de llegar un mensajero, mi señora —murmuró—.


Entonces, el pájaro se posó en su hombro, le parlateó en su lengua al oído; y ella supo que las Rattus Híbridas habían sido eliminadas por Björn y el príncipe Gharet; y que Björn se uniría a Usküdar en la búsqueda de Frëayū. 

—¡Imposible! No puede ser —rugió apretando los puños—. El pájaro se aterrorizó y los ojos sobresalían de sus órbitas. Cualquier temor que hubiera experimentado antes no era nada comparado con el que sentía ahora.


Ella acarició el plumaje de aquella criatura, mientras musitaba un sortilegio. Súbitamente, unas llamas oscuras emergieron del cuenco de la palma de su mano, seguido de unos graznidos y gorjeos horribles. El humo negro se difuminó en el aire. 

—¡Maldita sea! —bramó sacudiendo las cenizas de su mano —,¡inservibles pajarracos! —.


Curiosa, Antártika musitó un conjuro leve destinado a aportar algunas respuestas sobre los niveles de magia que aquellos guerreros estaban utilizando. Le sorprendió que ese conjuro no le diera información. O bien ambos eran portadores de algún recurso mágico destinado a rechazar los conjuros ajenos, o bien contaban con un bloqueador mágico similar a la que ella misma poseía. Por un momento no podía creerlo.  Ella lanzó un gruñido, entrelazó las manos como en un desesperado gesto de relajación y escuchó el pesado aletear de los cuervos, por encima de su cabeza. Entre ellos, había un cuervo lúgubre, de plumaje desgastado, que se le acercó y lanzó un agudo graznido: «¡Peligro!»


—¿A qué te refieres?—, quiso saber —. El viejo cuervo le estaba alertando de una amenaza inminente.

—Necesitas sangre para aniquilar a tus enemigos.

—¡No estarás poniendo en duda mi magia Nigromántica! —pregunto molesta —. La voz de la sacerdotisa fue como el fuerte golpe de una campana. 

—De ninguna manera, mi señora—dijo—. ¡La prisma polar a perdido poderl! Y Gharet es inexpugnable.

—Mi ejército de Bestias Gélidas lo derrotarán. 

—No podrán contra el poder ancestral de su espada Magma. No ignores mi advertencia. El tiempo apremia.

—¿Estás seguro? —le preguntó —, ¿y sangre de quién o de qué?—.

—Fue una visión.

—¡Ve al grano! — le exigió en tono seco—. 

—Tienes que beber la sangre de Nólakwen, acompañado del conjuro Tenebrōsīs. Cuando sientas el poder en tus venas, la milenaria profecía se cumplirá con tu pacto. Destruirás a tus enemigos incluso la magia negra de Bocuk.

—¡Es algo inconcebible! —se apresuró a decir—.

—¿Acaso no quieres ganar esta guerra? —la interrumpió—. El príncipe no es un simple mortal... su sangre azul es especial y poderosa —añadió, antes de alzar vuelo.


Durante este coloquio, Antártika observaba al viejo pajarraco con mirada escudriñadora. Las palabras del córvido le caían fatalmente como un arpón sobre un pez. —¡Vaya! ¿cómo no lo había pensado antes? —dijo por fin —.  Y mientras asimilaba la idea engendrada sonreía. Ella pensó: puedo sacarle provecho a esto.


Le centellearon los ojos y abandonó la estancia. Bajó unas escaleras caracol de piedra y finalmente salió al balcón del castillo. Sopló una ráfaga de viento y de pronto se transformó en cuervo para volar hacia abajo. Se acercó al foso de agua cristalizada y recitó: — Gelūm daimôn luminis!— 


Cuando el hielo se comenzó a derretir, Antártika  perdió el equilibrio a pesar de haberse tomado una poción, casi a punto de caer si Sjöfur no la hubiera sujetado a tiempo. El agotamiento por tener que mantener activa la tormenta glacial sobre el reino le estaba pasando factura, durante unos segundos, sintió como la energía salía con menos potencia. Lo que ignoraba era que, el poder estricto y limitado, le daba solo el dominio de generar y manipular el frío, e inclusive el hielo. 


Luego hizo un gesto y pronunció los conjuros necesarios para deshacer el hechizo y darle de nuevo el hálito de vida. Los rayos de luz ambarino bañaron el trozo de hielo, y este comenzó a derretirse.

—¡Guardias! —gritó con el ceño fruncido—. Cuando estos aparecieron prosiguió: —Lleven al príncipe a mi recámara.


Lanzó una mirada demente de mal augurio y, tan pronto como Nólakwen fue sacado del poso, soplo una bola blanquecina, que de inmediato volvio a cristalizar el agua. Luego, percibió una fuerte presión en la sien. Pareció como si el aire que la rodeaba se hubiese solidificado y estuviese a punto de triturarle el cerebro y sacárselo de dentro.

—Mi señora —, ¿estás bien? —preguntó Sjöfur —.

—Sí, estoy bien.

—La magia se ha vuelto... inestable —, prosiguió—, será preferible que no lances ningún hechizo hasta que te recuperes —. 



¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
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