Crónicas de Serendipity

CAPITULO 6


Fueron tres largas y tediosas horas, pero al final, pudo aprender algo del Código Estricto, que hasta ahora sólo Bocuk conocía. Entonces, hubo un momento de silencio. Antártika pensó que tal vez la conversación había terminado y que ella se marcharía.


Nada podría haber estado más lejos de la realidad.


—¿Has sabido algo de Agnator? —preguntó al cabo de un momento.


La bruja podía oler a sus Negroides como el lobo huele a sus presas desde la distancia. Y algo le supo mal. En las últimas semanas había tenido una visión, de aquel guerrero si aún seguía con vida. Perderlo en aquella misión podría obligarlas a alterar los planes. Y a ella le enfurecia cambiar sus objetivos.


—No, no sabemos aún nada de Agnator, pero estoy segura de que pronto me llegarán noticias —respondió —.


Antártika contempló el saquito que colgaba de su cuello antes de fijar la mirada en Bocuk, quien, recostada en el butacón, tenía la punta de sus dedos en las sienes y se untaba el ungüento viscoso. Olía a una combinación de estramonio, mandrágora y belladona. 


—¿Y… y Börte? —preguntó y se levantó.


Antártika la miró fijamente.


—No he oído nada —comentó—. Ni siquiera a un jinete con un mensaje.

—¿Podemos confiar en este engreído? Bastará con que cambie de opinión para estar fuera de nuestro alcance —dijo, frotándose las manos —. 

—¿Por qué haría él algo así? —cuestionó ella con irritación—, no tienes motivos para albergar dicho temor —. 


La bruja movió negativamente la cabeza.


—No es confiable. Börte es un traidor y un oportunista. Actúa impulsado por las ansias de poder —.

—No soy de la misma opinión —repuso —. De hecho, estabas de acuerdo con la decisión de aliarse con él.


—¿Seguirás debatiendo mis puntos? —le espetó —. Los ojos legañosos de la bruja se abrieron como platos, y el fétido aliento se esparció por la estancia.

—Tienes toda la gratitud que hay en mí, Bocuk —. 

Eso no era una mentira. Toda la gratitud que había en ella igualaba más o menos las ganas de estrangular su enjuto cuello. Sin embargo, tuvo que respirar hondo antes de decir lo siguiente: 


—Disculpa mi insistencia, por favor —.

—Recuerda —gruñó la bruja—: A menudo el énfasis en la lealtad delata al traidor.


Antártika llegó algunas veces a discutir las opiniones de su mentora. Siempre existía un conflicto de personalidades dominantes. Aunque reconoció que nunca podría prescindir de los juicios de esta perversa anciana de mentalidad retorcida. Fingir que respaldaba a esa mujer por elección propia bastaba para que le entraran ganas de escupir rayos y centellas. De algún lugar extrajo una sonrisa de disculpa y se obligó a inclinar la cabeza como si fuera otra de aquellas Rattus Leprosas que la observaban ávidamente.


La bruja miró aprensivamente a la estructura orbicular construida con rocas calizas en el suelo.

—¿Algún problema... Antártika? le preguntó en un impulso.


La hechicera paró en seco.

Otra vez la crispación de antes al recordar que ella era una bruja super meticulosa y ella... Ella era una sacerdotisa de apenas nivel tres, y no muy organizada. 

—¿Problemas?

—¡Sí! Dije problemas —. 

Contemplando las líneas del círculo en el suelo, formado por las llanas y níveas piedras, la bruja empezó a escrutar sus pautas, el modo en que fluían.

—Esa runa, aquí, está mal —refunfuñó de mala gana, mientras contemplaba con el entrecejo fruncido la estructura —. Debes poner atención en la configuración del eje!.

—No entiendo ... —gimoteó—. Yo pensaba que ya tenía dominado este nivel —. 

—¡Tienes que esforzarte más! —. 


Y, cuando hubo terminado de hablar, la bruja colocó su talón sobre el círculo y lo rompió.    

—Arregla eso —impuso —, si es que puedes.


Luego Bocuk levantó la mano e hizo una señal a las seis Rattus Leprosas, sus ojos color fuego destellaron un par de veces, y desaparecieron junto a ella en un abrir y cerrar de ojos.


«Algún día seré tan poderosa como ella», se dijo.

Respiró hondo. Luego otra vez. 


Sus ojos recorrieron el salón de descanso, saltando de espejo en espejo. ¿Qué le estaba pasando? No se estaba sintiendo bien ... oh, Dios… no podía respirar. Haciendo una profunda inspiración, trató de controlar su respiración. Tranquila. Has hecho esto antes. Se miró a sí misma en el espejo. Las lágrimas corrieron por su rostro ¿Qué le hacía confiar tanto en ella misma como para asumir que todo saldría bien y seguir adelante? ¿Merecía la pena esa obsesión por la venganza? Todas estas preguntas estaban en el limbo.

«La venganza no devuelve los muertos a la vida.» ¿Cuántas veces había dicho esto Nólakwen? Maldijo para sus adentros. Era un mal momento para que sus melodramas de mujer hicieran acto de presencia.


Justo cuando sollozaba en voz baja, escuchó que se abría la puerta de la habitación privada del rey. Oh, maldición, no. Lo último que necesitaba era que alguien llegara en ese momento. Ella se giró de súbito mientras Lèpido Kálfar habría la puerta. El semielfo Oscuro se ajusto bien la enorme capa que lo cubría, después se bajó el parche para ocultar el ojo que tenía tuerto y dijo:

—El té está servido en el Gran Salón, mi señora —.


Ella asintió con la cabeza y sonrió. Una sonrisa cruel como el filo de una daga. Cuando habló, su voz sonó

hostil y siniestra. Hacía solo un momento había mostrado debilidad, en sí misma. Pero todo eso desapareció, dejando atrás sus emociones, o cualquier rasgo que pareciera ser un infeliz humano.


—¿Alguna noticia de Agnator? —. Llevo tiempo esperando una señal — inquirió. 

—No lo sé. Puede que venga en camino, o que esté herido; o también puede que ...

—No creo que ninguna de esas dos cosas sea cierta, Lèpido Kálfar —replicó ella—.


Entonces Antártika salió al vestíbulo y se detuvo cerca de la puerta abierta. 

—¡Ve y buscalo! Puede que necesite tu ayuda —.


Lèpido Kálfar se echó el puño cerrado al pecho, haciendo una inclinación de cabeza; se veía que no se sentía tan cómodo como intentaba aparentar.

—¿Te pasa algo? —preguntó cuando lo vio de soslayo.

—Ese engendro me pone nervioso, mi señora —el semielfo torció el gesto manifestando su aversión —.

¿Xyra? ¡No seas absurdo! —¿Desde cuándo te volviste tan cobarde? —respondió. Ella levantó al aterrador necrófago sobre su brazo extendido para mirarlo más de cerca, ladeó la cabeza, lo observó y susurro: Hora de dormir —.


La grotesca criatura le lanzó una ojeada a Lèpido de lejos, como si lo estuviera amenazando. Xyra era un espécimen raro de felino élfico, cubierto por un tupido pelaje tricolor. Sus fuertes y gruesos bigotes parecidos a los de Agnator,  tenían un místico poder ancestral. Una druidesa del Castillo Howlester, donde pasó recluida por varios años, se lo regaló para que pudiera relacionarse con esa magia arcaica. Desde entonces fueron inseparables.


Lèpido Kálfar quería convertirse en un Negroide. Por fuera no era diferente del resto de su raza semifaérica, salvo, quizá, porque sus orejas eran menos puntiagudas, era alto, de piel más oscura, y porque en sus ojos brillaba la  rebeldía y la ambición. Kálfar fue expulsado de su tribu por venerar al dios Glagäx de los elfos Malditos. Ella lo encontró moribundo por la ruta de los inhóspitos pantanos. Su ojo derecho había sido extraído como ofrenda para conseguir el perdón de sus dioses. De chico fue muy dócil para ser manipulado, de hecho, Antártika creía tenerlo asegurado en la palma de su mano.


Estaba atardeciendo.

El frío reinaba en el suntuoso Gran Salón. La luz procedente de varios candelabros estaban colocados estratégicamente en la larga mesa cubierta con una tela de terciopelo. En el centro de la pared, bordado en oro, se veía el nuevo escudo de Serendipity: un lobo blanco, sobre una montaña de nieve, sosteniendo el Prisma Polar, además una serie de tapices que mostraban escenas de las gloriosas batallas libradas mucho tiempo atrás, parecían vivir y moverse con el mortecino juego de luz. 


Antártika se acercó a la ventana y entreabrió las enormes cortinas. No le era placentero ver el crepúsculo pintado de vivos colores anaranjados y amarillos. No tenía nada de hermoso y poético. Lo único que le despertaba era la emoción que da el odio, el rencor y la amargura. La joven tomó la silla y se sentó durante un largo rato y, mientras observaba el vapor que salía del té caliente, pasó la mano con suavidad por la gastada arpa color marrón, recordando lo mágica que le había parecido de chiquilla. ¿Quién lo iba a decir?¿Un ejército de Bestias Gélidas? —murmuró, hablando consigo misma—.


¿Qué es lo que realmente estaría tramando Bocuk?


¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!
♥♥♥

Comments

  1. Parece que había una tensión una incomodidad, que describiste muy bien.
    Besos.

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  2. Desencuentro fundado y dudas sin solución somos que somos y peor cuando somos lo que queremos ser. ¡Hasta la próxima!

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  3. Ese ejército de Hielo, nos va a dar más que un quebradero de cabeza.
    Gracias, aunque vienes de tarde en tarde , aqui estamos esperándote . Un besuco .

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  4. Very intense. Thanks for this icebreaker moment.

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