Cavernas de Osbrück. Noroeste de Serendipity.
Velitius dirigió una mano hacia afuera del velo. Concentró su mente para obtener la energía que precisaba para el conjuro. El destello bajo la palma empezó a brillar, y la energía se elevó del suelo; de las rocas bajo los pies de la bruja Roja surgió un rugido, tan profundo y espantoso que, más que escucharlo, lo sintió como un retortijón. De las grietas salieron unos tentáculos que se enrrollaron a los pies de ella, seguido de una acalorada oscuridad que la envolvió, suave como el terciopelo y en cierto modo asfixiante. Al instante, ella golpeó el bastón sobre su cabeza con el reluciente huevo de serpentina, luego del extremo del báculo surgio un negro ofidio entrelazandose como una pulsera alrededor de la mano del Druida. Pero las runas titilaban y se volvieron en llamaradas rojas que lo calcinó con su luz color escarlata.
Velitius apenas había terminado de acumular energía, cuando el espíritu de la magia Dál Riata salió de aquella crepuscular dimensión. —¡Phophallus aphyllum! —gritó él, señalando a la pitusa con el dedo anular. Ella procuró abstraerse de los sonidos circundantes y se concentró en el orbe que tenía en la mano. Cuando el orbe se calentó, la hechicera lo dejó caer al suelo y continuó concentrándose en él. En ese preciso momento se escuchó el crepitar de varios rayos, que arremetían contra Velitius. Sin embargo, la hechicera no tuvo oportunidad de recrearse en su victoria, pues un repentino centellazo le dio en la espalda y la arrojó a varios metros más adelante. La herida no fue muy profunda, y el gruñido que emitió la bruja no fue de dolor sino de sorpresa.
Segura de que Velitius pronto identificaría correctamente el origen de su magia, ella agitó el bastón por encima de su talismán y se protegió con una malla fosforecente.
—¡Maldita sea! —rugió— Todavía no me has vencido.
—Será muy pronto, perversa criatura —dijo él, con una voz que destilaba desprecio.
Sin perder más tiempo, la bruja voló hasta donde se encontraba Grimalkina, la arrastró y se la llevó consigo. Ella intentó soltarse, no quería abandonar a Börte, pero la hechicera la sujetaba con demasiada fuerza. Juntas, se refugiaron en las sombras de la zona cavernosa para esperar el siguiente movimiento de la Triada Kildare.
Überiem siguió avanzando, Velitius, que iba detrás suyo lo detuvo — Espera... es complicado el códice para abrir el salvoconducto, ¿como lo haria? —se enfureció Velitius. —Maldita sea...
—No maldigas — le interrumpió Überiem —. Mejor deshazte del conjuro. Necesitamos saber qué está pasando al otro lado. Y ordena a los soldados que busquen a la bruja en todos los rincones de las grutas.
Velitius se acercó a un grupo de rocas metamórficas, vio unos surcos en el granito que parecían formar un dibujo, y retiró más arenisca para ver el dibujo completo. El creyó reconocer en parte del diagrama los signos de un óbice que había visto con anterioridad.
— Creo que puedo hacerlo —murmuró —. Sus ojos incandescentes escrutaban a su alrededor, percibiendo la fluctuación en el flujo de poder. Velitius bloqueó la línea. Ésta se oscureció, discurriendo hacia atrás a través de la compleja matriz de las runas Mannaz. En un instante, las líneas rojas regresaron a su sinuosa ascensión, igual que una enredadera voraz hecha de luz. En un santiamén, el salvoconducto abrio la pared de rocas.
— ¡Vamos! te sacaré de aquí.
—¿Eh? ¿Qué es esto? —preguntó, todavía un poco confundido.
El anciano se giró y miró los restos del joven con ojos confusos cuando reconoció los restos de la túnica bordada con las runas que había logrado manejar. —¿Abäk? Noo... no puede ser —.
Soltó el bastón y abrió los brazos de par en par. El movimiento le hizo tambalearse. —¡Ésta no era la manera en que debías morir! —exclamó con impotencia. El rostro de Überiem se ensombreció, sus arrugas se hicieron más profundas.
—El bastón... —murmuró Überiem, negándose a moverse de donde estaba plantado. Velitius se acercó de un salto, y le dió el adminículo. El silencioso caer de unas lágrimas parecieron amortiguar su voz y ni siquiera un eco le respondió. El regocijo de vencer la bruja fue tan grande que, a pesar del frío, sintió que una ola de calor le invadía hasta los pies. Al mismo tiempo acudió al súcubo, que permanecía bajo el conjuro, inmovil con el reptil enroscado a su cuello y cara.
—Bien amigo, en este momento voy a desaparecer la ilusión, pero no muevas ni un músculo —.
El Druida apareció una orbe en su mano, esta cambió durante un instante en un azul brillante que crecía y menguaba como si fuera algo vivo, un ser gigantesco inhalando y exhalando. Después el conjuro desapareció, reemplazado por unas volutas moradas, semejantes a finas guedejas, que se enroscaron alrededor de sus muñecas y tobillos, le ciñeron la cintura y tiraron de él hacia la realidad.
El demonio pareció avergonzado.
—¡Todo fue un espejismo! —le dijo.
—¡Tiene que ser una jodida broma! ¿Cómo te diste cuenta que era un espejismo? — quiso saber.
Überiem lo miró. —Reconoci los signos de Alta transfiguración de su magia, por lo tanto, use energía Dál Riata del multiverso —. La bruja trato de inducirnos en un trance, para doblegarnos, nos iba a quitar la voluntad y convertirnos en sus esclavos.
— ¡Demonios! Y ahora, ¿dónde se encuentra esa maldita bruja?... —gruñó maldiciendo.
El súcubo azulado trató de relajarse, la bruja lo venció por primera vez porque lo tomó desprevenido, ahora sólo tenía que comprender la ilusión y localizar su origen, debía averiguar el porqué la magia Roja le bloqueó de tal manera. A pesar de todo ello, seguía siendo un súcubu, un individuo con el que se podía contar con su poder y mente meticulosa. Pytar aprovechó el breve instante para acercarse a Börte, estaba a su derecha muy calmado, o fingía estarlo.
—Hoy has tenido suerte —le dijo —. No tenemos tiempo para hacerte lamentar tu desobediencia... por ahora. Pero no creas que esto va a quedar así y que no vas a sufrir las consecuencias de tus actos.
—Como castigo, te quedarás así por tiempo indefinido — sentenció.
Überiem recorrió con la mirada lentamente a los allí reunidos. Sus ojos color silver destellaron como monedas, al clavarse en Pytar con una enigmática mirada. Él sonrió haciendo una rápida reverencia mientras se aproximaba a entregarle la Escarlata de Fuego. Echó un leve suspiro por lo menos eso ya era un alivio para el Druida mayor, y no tener que pelear por ello.
Pasadas unos cuantos atravesaron un vestíbulo de suelo rocoso que los llevó hacia otro túnel de paredes fortificadas. Pytar entró por la puerta en forma de arco. El aposento se encontraba en el centro, tres escalones conducían hasta donde el fuego ardía, calentando toda la estancia. Además, innumerables velas ardían, cada una de ellas sostenida por altos soportes situados detrás de una mesa que circundaba casi toda la sala.
—Se agradece la ayuda, Pytar Skamfar—dijo apesadumbrado.
El conjuro climático había agotado todas sus reservas. Era el Druida más poderoso de Serendipity; pero en aquel instante no se consideraba precisamente poderoso. Se sentía débil, vulnerable, con el espíritu tan destrozado como su túnica y polainas desgarradas.
—¿Te das cuenta, Überiem? Tus dioses estan de nuestra parte. Mal piensa esa hechicera si cree que su nigromancia es más poderosa que la nuestra —.
—Encargate de los restos de Abäk —dijo, sin responder y sin mirarlos. En ese instante sintió un dolor en la sien que se intensificó gradualmente. El esfuerzo de concentración que había hecho fue excesivo. La bruja desapareció de su mente, llevándose consigo la energía. Atento, los ojos del súcubo se posaron sobre el anciano. Lo miró con admiración. Su cabello le llamó la atención. Pytar nunca había visto una cabellera igual, el pelo largo le caía hasta la cintura en finas hebras de plata que relucían a la luz del fuego.
—Sí —asintió Velitius.
De improviso con un revuelo de capa, entró un oficial dorado acompañado por cuatro guerreros. Los guardias, apostados a ambos lados de la entrada, se irguieron cuando éste los saludó con un gesto justo antes de cruzar el umbral de la cámara. Pytar observó con atención y saludó a cada uno de los hombres que habían llegado, hasta que sus ojos se posaron en el más corpulento.
—Creo que ya conozco a todos los presentes… excepto a uno.
—¿Cuál es su nombre?
Una súbita tensión cruzó el aire. El oficial abrió la boca para presentarse él mismo, pero Velitius se le adelantó.
—Se le conoce como el sajón, pero su nombre es Taurin. En este momento es el líder de los guerreros de Serendipity.
Taurin sonrió, o sería más apropiado decir que hizo una mueca que mostraba los dientes.
«¿De verdad creen los humanos que con esas sonrisas se puede engañar a un súcubo?», pensó Pytar.
Mientras seguían conversando, el viejo Druida giró la cabeza y dejó de participar en la reunión.
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