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Aquel no era lugar propicio para una dama de su nobleza.


No obstante, en aquellos momentos, le preocupaba cada vez menos lo que el mundo pensara de Emily Ashford, la condesa "rebelde", llamada así por sus ideales políticos. Perder su reputación estaba resultando ser extrañamente liberador. Le había proporcionado una nueva perspectiva de las cosas.


—Perdona que te haya enviado a llamar —se disculpó el marqués François Dujardin—, fui a tu casa, pero tienes una ama de llaves distinta y no me reconoció—.


 Ella por su parte se sintió tan incómoda por la mirada lasciva del joven.


—¿Tienes algo importante que decirme? —pregunto —. Emily volvió la cabeza hacia él para oír su respuesta. 

—Sí —admitió él.


Debía tratarse de algo muy serio si la condesa dispuso salir de palacio en Salisbury, donde vivía sola con su padre. En esos días no alternaba demasiado en sociedad. Ella conocía muy bien las intenciones de François desde hacía mucho tiempo; y a pesar de ser primo lejano del odioso duque D'Averc, le atraía intensamente, pero no se animaba aunque le hacía revolotear como una mariposa. ¿Debía negarse a sí misma las atenciones del marqués y mantenerse soltera? Él sabía que debía dejar de amarla, pero ese amor seguía existiendo dentro de él, profundo y sin explotar. ¿Qué extraño poder ejercía sobre él?


—Si tan importante es, dímelo de una vez, ¡por Dios!

—Es un recado de mi primo el Conde D'Averc —dijo en voz baja —.


Ella movió la sombrilla al tiempo que cambió el gesto de la cara al leer el papelillo.


—¿D'Averc? —. La sorpresa sólo le permitió a Emily decir esa pregunta. Él también parecía perturbado.

—Así es. ¿Por qué? —

—No, por nada. Es sólo que… — se contempló las manos, pero su mirada no era confusa —.

—¿Algo mas? —

—Eso es todo. — contestó-.


Ella no sabía nada del porque el duque Gervais D'Averc se había atrevido a enviar ese tipo de citación privada dentro de la catedral St. Fiore. ¿Qué se traería entre manos D'Averc? Y más importante, ¿por qué querría esa reunión? se preguntó por enésima vez. Debía ser otra treta de sus manipulaciones. Emily se sentía intranquila, no había podido contactar con su camarada Ervin, eso era raro, ya que la noche anterior tenía que entregarle una información crucial que le ayudaria a descubrir una supuesta infiltración en la fraternidad revolucionaria R.I.S.A. La preocupación, la incógnita, se agolparon.


Tendría que ir a la iglesia a buscar las respuestas. Y sabía también que desde el momento en que entró a la fraternidad, era consciente de correr un grave peligro. Así que, ¿cómo conseguir la información sin revelar sus motivos?


 Durante unos segundos se examinaron en silencio.


—¿Por qué me miras así?—dijo Emily mordiéndose los labios por la ansiedad, y con la sonrisa ya difuminada de su rostro.

—Me gusta mirarte —hizo una pausa—. ¿Hay alguna ley que lo impida?

—¿Debería haberla? —murmuró ella.

—¿Qué has dicho?—replicó alzando una ceja.

—Que deberías tener cuidado.  


Ella se puso en pie y se alisó ligeramente el impecable vestido blanco, aunque este no tenía ninguna arruga y sonrió.


—Quieres que te lleve a palacio — dijo él. ¿Debe hacerlo?, pensó ella. Sin embargo, no lo preguntó en voz alta. 

—No es necesario — aseguró —, al tiempo que alzaba la vista, y lo vio de pie apenas a unos centímetros de ella—.


No quería que él le acompañara y le ofreciera el brazo. No quería sentir lo que la delataba. Todavía no. François inspiró hondo y sacudió la cabeza con resignación. Ella se marchó sin mirar atrás. La noticia incrementaba su peligro, pero tenía que vivir con él… por ahora. El marqués se quedó pensativo. Después se dejó caer en el banco y se apretó las sienes. Le estaba ocurriendo algo extraño a aquella rebelde y turbulenta joven. Muy extraño.


A primeras horas de una mañana lluviosa, en una ciudad del sur de Salisbury, Emily se apeó de un carruaje y aguardó hasta que se fue, comenzó a atravesar la plaza. Su destino era la pequeña catedral de St. Fiore, escondida tras una hilera de casas victorianas mal iluminadas. Emily entró a la catedral y se dirigió hasta el iconostasio, una puerta de metal se abrió, donde salió una figura alta, de hombros anchos, vistiendo una chaqueta de terciopelo azul y cubierta de condecoraciones. Ella reconoció las atractivas facciones del hombre, su aire arrogante y la irresistible autoridad que desprendía su pulcro uniforme. 


—¡Emily! —exclamó mientras la cogía de la mano y le daba un beso en los nudillos —. Estás guapísima —observó.


Retirando la mano, Emily le mostró una deslumbrante sonrisa.

—Gracias. Lo mismo puedo decir de ti —. La mirada del duque francés se iluminó llena de malicia.


D'Averc deslizó su mano hacia abajo, a la curva de su cintura. La pálida piel de su cuello parecía suave como una perla. Inclinó la cabeza, aspirando el aroma de rosa y lavanda que salía de su cabello. Poco a poco, para que ella pudiera sentir el calor de su aliento, bajó los labios a la delicada hendidura de la nuca. Su ahogado jadeo hizo que el calor estallara dentro de ella. Desde que Gervais D'Averc fue ascendido a teniente coronel, nunca le había faltado compañía en su cama. Pero esta noche no iba a elegir a ninguna de sus damiselas para pasar el tiempo.


No. Sus pensamientos estaban en una sola mujer. Una mujer con el pelo como la luz del sol y el cuerpo esbelto de una ninfa. 


—Emily, ¿tienes algo que decirme?

—No, nada —dijo ella después de cavilar un momento y mirando a D'Averc con sus ojos azules.

—¿No hay nada en tu corazón, en tu conciencia?

—Nada —repitió la joven con calma, pero con firmeza algo sombría.


La miró y se fijó una vez más, en los rizos rebeldes que enmarcaban el rostro femenino. 


—Quiero toda la información referente a los versos del poeta Varso Creuse —apuntó con seriedad —. Y le pasó la punta del dedo índice por el cuello —. 


Aquello fue como si le hubiera caído un rayo.


—No sé de qué estás hablando —replicó ella, echándose los rizos hacia atrás.

¿Se habría percatado D'Averc que le temblaban las manos? 


—Ma chérie —dijo clavandole los ojos chispeantes con una intensidad que la asustó  —, créeme que, no fue fácil sacarle la verdad al Arzobispo —añadió, y repitió el gesto del dedo índice en el cuello—. 

—¿Como? ¿Qué dices? —exclamó Emily sorprendida; y de pronto soltó una sonrisa nerviosa.

—¡Enigmas! ¡Secretos! ¿Por qué hay de pronto tantos secretos entre nosotros? —preguntó D'Averc sin poder contenerse.

—¡Qué estúpido es esto..., y además innecesario...! 

—¡Por favor, Emily! —musitó D'Averc como poseído de rabia—. ¡Maldita sea...!

—¡Gervais! ¿Qué broma es ésta? —gimió maquinalmente con voz que no parecía la suya.

—¡Ahora sí comprendo todo! —, ¡maldita zorra, me has estado usando todo el tiempo! Y yo que creí en tu amor —. 


En un rápido movimiento, desenfundo una daga y dio un tajo hacia la garganta de la joven. Ella se inclinó hacia atrás y sintió el aire movido por la punta del arma acariciar su cuello. 

— ¡Dime para quién trabajas! ¿Acaso perteneces a las Damas oscuras? —dijo — al lanzar un golpe vertical justo en la parte baja del brazo. Al momento, sintió la sangre caliente humedecer su vestido.


—No te das por vencida ¿Verdad? — dijo él fastidiado. Tras decir esto, la observó fijamente a los ojos. Emily podia ver que el hombre frente a ella se había transformado. Hubo unos segundos de silencio, solo escuchándose el respirar de ambos a corta distancia. Sin embargo, pronto se escuchó el leve eco de varios pasos. Ante esto, D'Averc alzó la mirada hacia adelante, seguido de Emily.


—¿Qué haces tú aquí imbécil? ¡Vienes por la zorra revolucionaria, traidor! —.


La maldita adrenalina se apoderó de su sistema. D'Averc sonrio irónico y lanzandole golpes con el puñal rugió:

—Antes de matarte te despellejaré viva —.


—Te puedes ir al infierno —gritó François, mientras apuntaba y disparaba. 

Los proyectiles de acero chocaron contra el cuerpo de D'Averc lanzándolo hacia atrás. Las heridas gemían formando un gran charco de sangre.


—¿Entonces tú lo sabías? —preguntó, respirando profundamente..

Desde hace mucho tiempo  ratificó con voz grave —.


François posó la mano en el hombro de Emily y tuvo la satisfacción de notar cómo la joven se encogía al contacto—.



| #52retosliterup | Relato | R.I.S.A.

36 - Haz una historia romántica situada en el siglo XXVIII. 

|Basado en las novelescas aventuras de la Pimpinela escarlata, creado por la baronesa Emmuska Orzcy| 

¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!

♥♥♥


Comments

  1. Very intriguing..and so unexpected.

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  2. Awesome challenge! A thrill to read!

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  3. Muy interesante!!!
    gracias por compartir este escrito
    Un abrazo

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  4. Hola! me gustó mucho, el final es increíble. Besos

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