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Ciudad de Budapest, Hungría, año 1910

Kriska estaba hablando con su asistente Ayurveda, de los nuevos ingredientes que había añadido a la fórmula de su abuelo. Estaba empecinada en fabricar un elixir con el efecto de invisibilidad, por una duración determinada. Ella dejó el tribiko para destilar líquidos en la mesa e hizo algunas anotaciones. Aún había algo que le preocupaba. El brebaje no sería completo si no tenia con quien experimentar. Tuvo otra idea: quizá si comprara un cuerpo aún tibio del hospital. De repente alguien entró corriendo casi partiéndose en dos a su llegada.

—¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí? —preguntó con un matiz de sorpresa en la voz—. Nadie entra aquí sin mi permiso.

En cuanto recobró el aliento, la mujer abrió los ojos como platos, esbozó una sonrisa forzada y dijo:

—¡Por fin condesa! No sabía cómo contactarte —. Pero su sonrisa desapareció enseguida. Parecía muy cansada, al igual que su pequeña hija, que lloriqueaba detrás de ella cubierta de harapos. 

—¡Por favor ayúdame, ayúdame! Quieren quemar a mi hija. La acusan de ser una Bruja Roja —

—Pero…

Kriska no pudo terminar la frase, ya que la mujer, con una determinación que la sorprendió, le preguntó a bocajarro:

—¿Vienes conmigo?

—Por supuesto —le dijo a la mujer, que parecía muy afectada. Ella asintió más tranquila. Y en menos que canta un gallo, se pusieron en camino, directo a la plaza. Cuando llegaron, Kriska contempló la horrible escena desde lejos.

No tenía más de once años. Sus ojos dilatados por el pánico no hallaban un solo semblante amigo en toda aquella muchedumbre que con piedras y palos la golpeaban y gritaban al unísono:

—¡Que arda viva la muy bruja! —. ¡Bruja!, ¡bruja!, ¡bruja!

«Pobre niña, cuánto estará sufriendo» pensó Kriska.

El capitán de los soldados se acercó a ella, le agarró del cabello, lo retiró de su cara y estudió su rostro detenidamente. 

—Podría ser —dijo —, tiene la mancha roja en la mejilla —. Llevenla a la mazmorra. Mañana será quemada en la hoguera. 

—No. ¡Por favor, no se la lleven! —gritó la madre con ojos llorosos. Y antes de que pudiera arrodillarse, Kriska la sujetó para impedírselo. 

—Ahora debemos irnos. Tengo la sensación de que no hay tiempo que perder —concluyó Kriska, mirando a la madre con compasión.

Llegó al laboratorio y cogió la probeta, la destapó y puso la muestra sobre una pequeña botella.

—¡Abuelo, llegó el día! Serás testigo de lo que acontecerá ... —.

—Espera, ¿qué haces? porque vas a alterar las moléculas de su cuerpo, sino puedes revertir el proceso —dijo Ayurveda interrumpiendola.

—Es cuestión de vida o muerte —replicó con firmeza—. ¡Hago lo que puedo! 

Al anochecer llegó a la mazmorra, vio su cuerpo destrozado por las heridas, sobre la aspereza del duro suelo de piedra y el montón de heno que le servía de almohada. La joven se retorcía, sacudida por el dolor.

—SSshhh ... voy a rescatarte pequeña —la calmo Kriska desde el otro lado de los barrotes. La cerradura giró y la puerta se abrió. 

—Hubiera preferido arder mil veces antes que soportar estos golpes —replicó entre sollozos. 

— ¡Calmate... bebe esto y te dará fuerzas! —exclamó—.

Al no ver otra opción, la chica destapó la botella y bebió el contenido. Pasaron unos cuantos segundos sin ninguna reacción. Seguido empezó a sentirse mareada. El pánico paralizó sus músculos. Para su asombro, ¡ya no podía verse a sí misma!

—¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?

—Respira y mantén la calma! —le murmuró en voz baja —, al mismo tiempo que le ponía al cuello un collar de alquimia orgonica—. ¡Ahora huye! ve a la casa de tu abuela — añadio —. No mentiría a la jovencita, pero algunas cosas estaban más allá de la comprensión de una niña de once años, y este no era momento para explicaciones.

Una figura translúcida, que al principio parecía estar formada sólo por luz, floto fantasmagóricamente por unos segundos, luego se desvaneció y dejó de ser visible.

| #52retosliterup | Relato | Kriska

7 - ¡Viajamos en el tiempo! Escribe un relato situado antes de 1910.

¡Gracias por leer! ¡Hasta la próxima entrada!

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