La espía que me odió 3:

Hardbuck Smart y su ayudante se sumergen en un famoso cabaré, donde recogen pistas falsas y verdaderas para ir tejiendo, las extrañas y verdaderas circunstancias de la muerte de Mr. Mackelly. 

Hardbuck y Donnas entraron por el valet parking privado. Un vistoso molino rojo de aspas móviles les dio la bienvenida; adentro, un gran salón de baile con un hermoso escenario, espejos y cortinas, cubrían todos los muros.


—Nos vendrá bien un poco de diversión.  —dijo emocionado, el chico fresa. 

—Será mejor que guarde la cordura, Donnas  —replicó, con un tono tranquilo.


No tuvieron necesidad de hacer la larga fila que serpenteaba el Boulevard Pigalle para poder entrar: en cuanto mostraron sus placas a los robustos guardianes, las cadenas rojas se descolgaron para darles paso entre la aglomeración. 


—¡Bienvenue messieurs!  —dijo la joven camarera, al guiarlos con su contoneo de caderas adornadas con plumas de plata y dorado. Donnas había reservado una mesa estratégicamente ubicada, para tener una visión periférica de todo el espectáculo.


—Se mettre à l'aise, le spectacle commencera bientôt!  —anunció.


Enseguida procedió a llenar las dos copas de champagne y con una sonrisa Colgate, alargó la mano y pegó con goma de mascar un papel por debajo  de la mesa. Luego desapareció abruptamente.


Las luces se apagaron, sólo quedaron encendidas las lámparas de caperuza roja sobre las mesas. Los armoniosos cuerpos de torneadas y largas piernas adornados con plumas rojas, lentejuelas y piedras brillantes; hicieron su aparición frenética al ritmo de la famosa canción del cancán. Donnas despegó el papel y leyó lo que decía: 


«Mr. Smart, lo espero en mi camerino. Es urgente. Mùi Nang Chải.»


— ¿La conoce usted?  

— Que buena pregunta, Donnas. ¡Como diablos la voy a conocer! —replicó.


En medio de lo mejor del espectáculo, Smart se levantó y se dirigió por el pasillo de los camerinos, a través de una estancia imponente, decorada al estilo gótico por el que tanta predilección sentían los victorianos. Pero, mientras caminaba, un incidente le detuvo. Un hombre de traje oscuro jaló de un librero, la cabeza de un león que, con sonido metálico abrió una puerta iluminada, que luego se cerró tras de sí. Pensativo se quedó vacilante unos segundos, sabía que esa cara la había visto en algún lugar.


Cuando llegó a la puerta rotulada con el nombre de Mùi, toco dos veces. La bailarina entre abrió y le invitó a pasar. La bata de seda transparente que llevaba puesta dejó ver sus grandes pechos que, se siluetearon cuando la intentó sujetar a su cuerpo.


—Por favor, tome asiento Mr. Smart. Ella se acomodó frente a él en una pequeña silla, la bata se deslizó dejando las piernas desnudas. Smart desvió la vista, se sintió incómodo. Aquella mujer de voluptuosa figura y de perfume almendrado comenzó a disturbarlo.


—!Señorita Chải, en que puedo servirle?  —preguntó, tratando de averiguar la razón.

—Le hablaré sin rodeos, inspector. Es referente a Steven Mackelly.  

—Soy todo oídos.  —se ofreció él.

—Seré muy breve, Mr. Smart. Dos días antes del deceso de Steven, me encontré esta carta arrugada en una de sus chaquetas. Solo parece contener un poema cursi, sin importancia.  


El inspector reconoció de inmediato el texto, no era un poema, sino un Juramento Parabatai. Y entonces recordó la secta del asesino Dossier, y su enigmatico símbolo Hazmat. ¿Pero con qué intención lo haría? pensó. La leyó una vez más, tratando de realizar el contenido encerrado en aquel misterioso papel.


— ¿Qué ...? ¿Se ha formado usted alguna opinión? 

Aún no. Me interesa saber más de usted y su vínculo con el occiso.  —dijo inmutable, mientras guardaba la carta en su bolsillo.


Mùi Nang Chải cerró los ojos y respiró hondo, recordándose del pasado.


—Nos conocimos en los escenarios más sórdidos de Bangkok, para ser más precisa, en una isla cerca de Koh Samui, famosa por su «Fiesta de Luna Llena», y su club Ladyboys. 

— ¿Ustedes eran pareja, amantes, novios? 

—Ni lo uno ni lo otro. Simplemente amigos. Él era co-propietario de ese club y yo comenzaba a bailar en esos malditos zapatos plateados de tacón alto.Varios años después, tuvo un desacuerdo con su hermano Owen Mackelly. Fue entonces que, de la noche a la mañana decidió vivir en París y protejerme bajo sus alas.


— ¿Le conocía algún enemigo íntimo? 

—Ninguno en especial. Pero siempre estaba rodeado de personajes extraños y estrambóticos. 

—Muy bien. ¿Algo más que quiera agregar? 

—No. Es todo. - respondió, mientras encendía un cigarrillo. Él levantó los ojos y miró aquella esbelta figura envuelta en el kimono de seda; pero, con la debida discreción, bajó los ojos.


—Muy bien. Le dejo mi tarjeta, en caso tenga algo más que decirme.  —dijo, en voz baja pero firme.


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Comments

  1. ¿Será una pista importante? mantener la cordura está bien, pero también un poco de diversión, de ese estilo.
    Besos.

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